sábado, 26 de septiembre de 2009

Troya: la mas grande epopeya


Aún recuerdo las sensaciones que me producía de pequeño oir hablar sobre Troya; sobre su epopeya, sobre el caballo de madera, sobre la fortaleza y el orgullo de aquellos griegos invencibles. Homero, a través de su Ilíada nos introdujo en un mundo de cuento, en una Historia rayana entre la verdad y la leyenda. Deseaba sentir aquella historia como una Aventura, con mayúscula, que además conjugaba, como si de aquel cuento se tratara la magia de un amor prohibido; el deseo de un joven muchacho, Paris, por una espartana, Helena, esposa del rey, Menealo.

Aquel amor desencadenó una guerra cruel, una batalla en la que se juntaban las ansias de poder y la ambición de Agamenón, con la inteligencia de Ulises y la fuerza de Aquiles y sus mirmidones. Eran todos los ingrdientes necesarios para dar ese paso que salta de la Historia a la categoría de Mitología. Y así, entre las brumas de lo que pudo ser y realmente fue, la historia de Troya ha vivido durante siglos ocultas bajo las piedras de una ciudad desconocida; de un pasado que ha salido a la luz con el descubrimiento de sus ruinas.

Troya existió, sí, pero… ¿fue real lo que durante tantos siglos hizo famosa a esta ciudad? ¿fue la Historia la que se convirtió en leyenda, o fua la leyenda la que convirtieron en Historia?



Ruinas de Troya

La arqueología moderna basa la realidad de Troya en las excavaciones llevadas a cabo por Heinrich Schliemann en la colina de Hisarlik, donde descubrió que la ciudad, fundada en el tercer milenio antes de Jesucristo, varias veces fue destruida y reconstruida. De ahí los nombres que han colocado a las ruians encontradas (Troya I, Troya II…). Y dentro de éstas, es Troya VII la que se asimila con la que sufrió el brutal asedio de los micénicos; una ciudad que según las excavaciones fue destruida cerca del año 1200 a.C.


Pero curiosamente, de esas ruinas, se deduce que Troya VII sufrió dos asaltos y destrucciones. La primera es la que se asimila con la invasión de los argonautas, quien al volver con el vellocinio de oro, se detuvieron en la ciudad para repostar agua, pero lo troyanos exigieron un alto precio. En venganza, Hércules que viajaba con ellos, montó un ejército, tomó la ciudad y la arrasó. De aquella destrucción son las famosas columnas de Hércules.


Es la segunda destrucción que sufrió la ciudad la que verdaderamente interesa al mundo; la que plantea las dudas naturales surgidas de una historia contada en forma de poema; y como poema, revela ciertas dosis de romanticismo que en la realidad son difíciles de creer. Porque difícil de creer es que se llevara a cabo tal guerra sólo por una mujer. O que una ciudad como Troya, con un soberbio puerto en el Dardanelos y que durante mucho tiempo había controlado el comercio en el Mediterraneo no tuviera una flota para defenderse cuando atacaron los aqueos de Agamenón. O incluso, inverosímil es el pensar que los troyanos, tan inteligentes, tan orgullosos, tan poderosos, cayeran en la trampa de introducir un caballo de madera en su ciudad que, por otro lado, debería haber sido gigantesco para poder llevar dentro a un ejército…
Muchas incongruencias que parecen más sacadas de la pluma de un escritor que quiso dotar a su historia de un toque de romanticismo que de la propia realidad.
Y es que esa realidad nos cuenta que aquella fue el final de una época dorada. El final de algunas civilizaciones que fueron grandes y que marcaron una etapa en la Historia de la Humanidad: los micénicos, los cretenses, los troyanos, los hititas…
Algunos historiadores relacionan a los micénicos (los aqueos de la epopeya homérica) con los hititas; otros piensan que tienen su origen al norte de los Balcanes, y que llegaron a Grecia buscando un mejor lugar donde asentarse. Lo que sí ha quedado claro es que son un pueblo de origen indogermánico y que la migración se produjo hacia el año 1600 a.C. Surgió así la cultura micénica por la mezcla natural de este pueblo con la cultura cretense que se encontraron al llegar a territorio heleno. Formaban reinos independientes que si bien estaban en continuas disputas entre ellos, luego eran capaces de unirse para defenderse mutuamente, como cuenta la Historia que hicieron para defenderse de los persas, los hititas o incluso para atacar a Troya.
Pero él exceso de población al que llegaron los obligó a extenderse aún más. Aprovecharon que los hititas comenzaban a bajar su influencia para introducirse en Asia Menor. Se beneficiaron de la caíde de Creta para introducirse aún más en Grecia, y finalmente continuaron su expansión territorial haciendo frente a los troyanos. Es en este momento en el que coincide con el asedio de los aqueos o micénicos a la ciudad de Troya que tan románticamente nos cuenta Homero.
Por ende, Troya tenía una situación geográfica privilegiada desde la que controlaba todo el comercio marítimo en el Mediterraneo, y esto ayudaba a aumentar más la codicia de los reyes aqueos.
Homero tradujo todo aquello en una cruenta batalla de más de diez años, pero la Historia hace pensar que no fue una sola batalla, sino que fueron frecuentes incursiones, y que se trató de una batalla de desgaste que perseguía la debilidad económica de Troya.
Lo que finalmente la leyenda convirtió en un enorme caballo de madera no fueron sino las altas torres de abordaje que los aqueos llevaron hasta las murallas troyanas. Y, finalmente, Troya cayó.
Ni dos siglos después, Creta, Micenas, Pilos o Troya ya sólo eran un recuerdo en la Historia, pues tribus venidas del Norte invadieron Grecia y arrasaron a estos pueblos. Toda una epoca dorada de cultura griega había caído, y su historia, o leyenda, permaneció enterrada y escondida durante muchos siglos.
Posted by Javier Gómez
Guillermo Reyna Allan

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