sábado, 29 de noviembre de 2008

NACIÓN Y AMERICANISMO EN EL PENSAMIENTO DE ANDRÉS GUACURARÍ ARTIGAS

Foto de Iván Pawluk

El concepto de Nación podría ser objeto de reflexión desde múltiples posturas intelectuales. De hecho este es un fenómeno que podemos apreciarlo en la obra producida por las diversas corrientes historiográficas que han proliferado en nuestro país, en una conjugación de posturas filosóficas, políticas, religiosas. Históricamente la idea de Nación y de un pensamiento en tal sentido logró madurar con plenitud en la Europa del siglo XIX, donde las identidades pugnaban por sobreponerse a la fuerza avasalladora de los imperios. Estos nuevos conceptos desembarcaron en los territorios coloniales de América y fueron alimentando el intelecto de una incipiente clase dirigente que no tardaría en apetecer el poder, abocándose a la tarea de "construir los estados nacionales", donde antes predominaban los regionalismos.
Sin duda el proceso revolucionario de Mayo puso en el tapete la cuestión nacional. Sus hombres, exponentes de la cultura europea y de los intereses americanos, proyectaron un concepto de nación transplantado y proyectado desde una postura puramente intelectual, irradiada con pretensiones hegemónicas desde Buenos Aires.
Pero más allá de los límites territoriales y culturales de aquella ciudad, se hallaban las provincias del Río de la Plata. Aisladas, con una sociedad y una cultura decantada en siglos de historia. Una de aquellas provincias era la de Misiones o Misiones de guaraníes. ¿Sería posible que en aquel ámbito se gestara en forma paralela, al margen de la influencia europea, un pensamiento nacional nutrido en los procesos históricos, sociales y culturales telúricos, y que además hiciera eclosión en el contexto de la revolución americana? Sin duda alguna el federalismo artiguista expresa en cierta medida esa idea, pero también es cierto que manifiesta en su discurso ideas propias de la cultura política de la época.La historiografía, fuera liberal – positivista o revisionista, no avanzó en su análisis más allá de este planteo bipolar en cuanto al pensamiento nacional de la primera mitad del siglo XIX: centralismo o provincialismo, unitarios o federales.
Sin embargo se habían generado otras alternativas políticas y de proyectos de país y nación. Una de ellas emergió en el territorio de las Misiones de guaraníes y se expresó con toda plenitud en la figura del caudillo Andrés Guacurarí Artigas. Aunque el proyecto se derrumbara ante la caída del protector José Gervasio Artigas y la desaparición física de Andrés Guacurarí, aquella idea gestada tuvo tanto arraigo y nexos con la historia social de la región misionera, que de varias formas modeló la realidad socio – cultural de la región, proyectándose hasta el presente.
La Provincia de Misiones comprendía un total de 30 pueblos, dispersos en un vasto territorio, hoy fragmentado en los estados nacionales de Paraguay, Argentina, Brasil y el Uruguay. Desde el año 1767, momento en que se expulsó a la Compañía de Jesús, los pueblos misioneros habían quedado bajo la administración civil y militar colonial. El esplendor y la abundancia de que habían hecho gala bajo la administración de los padres jesuitas habían desaparecido. En la segunda mitad del siglo XVIII los pueblos o reducciones de guaraníes presentaban un aspecto desolador y de miseria. La voracidad de la mayoría de los funcionarios administradores había dejado a las reducciones en un estado ruinoso, caracterizado por la falta de recursos, el hambre, el deterioro edilicio y la desintegración demográfica. La realidad social de los pueblos se había transformado: aquella sociedad jesuítico – guaraní, de perfiles étnicos puros, había desaparecido, dando lugar a otra, de una plasticidad asombrosa, en donde se destacaba un estrato social compuesto por blancos (administradores, curas, maestros, comerciantes, "avecindados", capataces de estancias, etc.) y guaraníes que se diluían en un creciente mestizaje. Una sociedad afianzada en patrones culturales sólidamente consolidados durante el transcurso de los siglos XVII y XVIII, claramente diferenciados del resto del territorio colonial hispánico.
En este marco emergían en las misiones guaraníes algunos aspectos claves: el idioma guaraní, una cultura particular heredada de la administración jesuítica, la conciencia de un espacio territorial propio, la identificación de un enemigo histórico común: los portugueses, la autonomía de los pueblos expresada en la institución del Cabildo, el autoabastecimiento económico, la conciencia de una dignidad y un modo de ser que se iba degradando. Un modo de ser que llevaba una idea ancestral guaraní: la conciencia de una Identidad frente al Otro, y el sentido de Ser junto al Otro una sola realidad. Hoy diríamos diversidad en la integración.

El sentido de pertenencia a un territorio y a ser una Nación, en el sentido más radical del concepto, ya se había manifestado en plena mitad del siglo XVIII durante la Guerra Guaranítica, cuando la población guaraní levantándose en armas y dirigida por sus cabildantes se había opuesto a la ejecución del Tratado de Permuta firmado entre España y Portugal, negándose a abandonar a los portugueses los siete pueblos orientales del Uruguay, concluyendo todo en la cruel matanza de misioneros perpetrada por españoles y portugueses en las colinas de Caibaté en 1755. Este episodio humillante para la población guaraní, interpretado como una traición de una monarquía a la que tantas veces se había servido ofrendando vidas, quedó en la memoria de los pueblos misioneros. Aunque los siete pueblos habían sido devueltos a los guaraníes por la anulación del Tratado de Permuta, el trágico suceso de la Guerra Guaranítica había demostrado al pueblo guaraní de las misiones su capacidad de organización autónoma y su capacidad de organización militar.

Pero en el año 1801 se vuelve a reeditar el conflicto: los portugueses, en una rápida campaña militar, se apoderaron de los siete pueblos orientales: San Borja, San Miguel, Santo Angel, San Luis Gonzaga, San Nicolás, San Lorenzo y San Juan Bautista. El territorio usurpado comprendía además de los pueblos, las más productivas estancias ganaderas y yerbales de los mismos y de otros pueblos de la banda occidental, como Yapeyú, Concepción, Santo Tomé, etc. La situación se agravaba aún más porque desde el año 1800 un gran número de misioneros había comenzado a adquirir en propiedad chacras y estancias, quedando de ese modo liberados del viejo régimen de la comunidad. Gran parte de la población misionera, resistiéndose a vivir bajo la tutela portuguesa, se trasladó hacia los pueblos de la banda occidental del río Uruguay, dejando sus pueblos, sus terrenos y demás propiedades, con la esperanza de volver a recuperarlos.
Llegó así el año 1810 y el proceso revolucionario de Mayo. El 8 de julio de aquel año, los representantes del Departamento de Candelaria reunidos en el Cabildo de la capital de Misiones reconocieron como legítima a la Junta Gubernativa establecida en Buenos Aires. La decisión fue inmediatamente comunicada por el Gobernador Tomás de Rocamora a la nueva autoridad constituida.
El territorio misionero se hallaba encerrado entre dos frentes reaccionarios: Asunción y Montevideo, además de la presencia expectante y amenazante de los portugueses en la frontera del río Uruguay. En esta circunstancia es que el General Manuel Belgrano cruzó por el territorio de Misiones rumbo al Paraguay. Quedó azorado ante la miseria y la desolación que observó en los pueblos, lo que lo impulsó a redactar su Reglamento Constitucional para los Pueblos de Misiones (1811), pero simultáneamente dejó en "custodia" del Paraguay a todos los pueblos del Departamento de Candelaria. Desde esta base, los paraguayos nos dudaron en lanzarse sobre el Departamento de Concepción. Entonces, la histórica Provincia de Misiones quedaba reducida únicamente al Departamento de Yapeyú, compuesto por los pueblos de Santo Tomé, La Cruz y Yapeyú, más sus estancias, capillas y parroquias. Los portugueses, viendo el estado de desprotección en que se hallaba la banda occidental del río Uruguay, cruzaron el río Uruguay y comenzaron a asolar el territorio. En estas circunstancias el Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata nombró Gobernador de Misiones al Comandante Don José Gervasio Artigas, el cual inmediatamente se abocó a la tarea de organizar militarmente a la población misionera, logrando expulsar a los portugueses del Departamento de Yapeyú.
De esa manera el federalismo artiguista se arraigó con su prédica en la población misionera. Es en aquél momento en que entra en escena Andrés Guacurarí, hijo adoptivo de Gervasio Artigas, e integrante del cuerpo de Blandengues. El mismo Artigas, ya distanciado del centralismo porteño, lo designó Gobernador y Comandante General de Misiones.
Andrés Guacurarí había nacido en el año 1778 en el pueblo misionero de San Borja, el mismo año en que en otro pueblo misionero, Yapeyú, nacía José de San Martín, y en otro, Santo Angel, en 1789, Carlos María de Alvear. Andrés Guacurarí fue un exponente de la realidad histórica que acabamos de reseñar en esta apretada síntesis. ¿Indio guaraní?, ¿mestizo?. Más que eso: un nuevo tipo social, genuinamente americano y en profunda crisis ante los cambios históricos, consustanciado con la prédica política del artiguismo, en cuya doctrina apreciaba un cause para el proyecto misionero. Sería un error ver aquí el caso de un fanatismo ciego de un dirigente y su pueblo rendido a los pies de Gervasio Artigas. Los ideas de Libertad, autonomía, Nación, igualdad de derechos, Justicia, ya estaban presentes en la población de los pueblos misioneros desde hacía décadas, desde mucho antes de que Gervasio Artigas los expusiera en sus planteos políticos. Se trataba de ideales por los cuales los ancestros habían luchado y derrotado a los bandeirantes en Mbororé en 1641, y luego en varias oportunidades en la Colonia del Sacramento por la recuperación de la misma de manos de los portugueses; eran también los ideales que se habían visto avasallados por la corrupción del régimen de administración aplicado a los pueblos luego de la expulsión de los jesuitas y finalmente por las invasiones de paraguayos y portugueses ocurridas entre los años 1801 y 1811, las que habían dejado reducida a la provincia a su mínima expresión.
Andrés Guacurarí desde su posición de Jefe de los misioneros se planteó un proyecto que se propuso la reconstrucción territorial de la desmembrada Provincia de Misiones. Con dicho fin el objetivo inmediato fue la recuperación de los departamentos de Concepción y Candelaria que se hallaban ocupados por los paraguayos, para luego continuar con la primer campaña para intentar la recuperación de las misiones orientales; ambas acciones en coordinación con los planes de Don José Gervasio Artigas. En el orden interno se vuelven a constituir los Cabildos de todos los pueblos y se comienza con un programa de reactivación económica de las estancias ganaderas y los yerbales, administrado por los propios misioneros. Por primera vez los guaraní – misioneros tenían en sus manos su propio destino histórico.
Se trataba de una profunda revolución social y cultural, reprimida durante siglos y que estallaba ahora con fuerza en el contexto de la guerra revolucionaria americana.
El proyecto llevaba implícito un profundo sentido americanista e integracionista frente a las demás provincias. Se trataba de una reivindicación de la histórica provincia de Misiones, pero en el marco del concepto artiguista de una gran Nación americana. La lucha de los misioneros contra los portugueses, era concebida como un frente más en las luchas que se emprendían por la Libertad y la Independencia en aquellos años. Las palabras que Andrés Guacurarí dirige al Comandante paraguayo Isasi a cargo de la guarnición de Candelaria son ilustrativas (11.IX.1815):
"El derecho es el ídolo y objeto de los hombres libres, por quien se ven empapados en su propia sangre, me ha obligado, solicitando ellos nuestra protección, a molestar a Usted el que se venga con nosotros, o, de lo contrario, deje ese departamento al goce de sus derechos, repasando Ud. el Paraná con toda su guarnición,... Esto lo hago, COMO AMERICANO Y HERMANO QUE SOMOS, para evitar todo derramamiento de sangre entre nosotros... Al otro lado del Paraná es la frontera de la provincia republicana, DESDE DONDE DEBEMOS CONSERVAR UNA VERDADERA ARMONÍA Y QUIETUD ENTRE LAS PROVINCIAS HERMANAS..."
No caben dudas que el concepto de Nación en Andrés Guacurarí transcendía los límites estrechos de reivindicación de su raza, y adquiría una autentica vocación americanista. Su pensamiento vuelve a reiterarse en la intimación al Brigadier Francisco Das Chagas Santos, cuando se producía el sitio a San Borja, donde en parte de la nota Andrés Guacurarí expresaba:
"... estos territorios son de los naturales misioneros a quienes corresponde el derecho de gobernarlos, siendo tan libres como las demás naciones".
La proclama dirigida a la población de las misiones orientales resulta conmovedora:
"... He puesto mi ejército delante del portugués, sin recelo alguno, fundado, en primer lugar, en que Dios favorecerá mis sanos pensamientos, y en las brillantes armas auxiliares y libertadoras, sólo con el fin de dejar a los pueblos en el pleno goce de sus derechos, esto es, para que cada Pueblo se gobierne por sí, sin que ningún otro español, portugués o cualquiera de otra provincia se atreva a gobernar, pues habrás ya experimentado los pueblos los grandes atrasos, miserias y males en los gobiernos del español y del portugués... Ahora pues, amados hermanos míos, abrid los ojos y ved que se os acerca y alumbra ya la hermosa luz de la libertad, sacudid ese yugo que oprimía nuestros pueblos, descansad en el seno de mis armas, seguros de mi protección, sin que ningún enemigo pueda entorpecer vuestra amada libertad. Yo vengo a ampararos, vengo a buscaros. Porque sois mis semejantes y mis hermanos, vengo a romper las cadenas de la tiranía portuguesa, vengo, en fin, a que logréis vuestros trabajos y daros lo que los portugueses os han quitado en el año 1801 por causas de las intrigas españolas..."
Aquí tenemos un concepto diferente de la Libertad y de la Nación. No estamos ante conceptos aprendidos en universidades o leídos en obras filosóficas o políticas. Se trata de una concepción de la Libertad y de la Nación muy vivencial, extremadamente cargada de historicidad, de fuerza colectiva. Libertad comprendida no como una posibilidad de expresión, sino de capacidad de decisión y elección de un destino. Y un concepto de nacionalidad centrado en la identidad propia e ineludible, pero al mismo tiempo sabiéndose parte de un todo americano trascendente.
Entre esta concepción de la nacionalidad y libertad, y la diseñada desde el centralismo porteño existió una brecha insalvable, creada en siglos a través de un proceso histórico implacable. Durante el período transcurrido entre los años 1811 y 1819 toda la población misionera se alzó en armas en defensa de aquel proyecto. La vida alternaba entre el trabajo para la recuperación de los pueblos y las cruentas batallas libradas en defensa de la Patria, identificada objetivamente con el suelo que se habitaba.
Situados los misioneros entre dos frentes, el centralista porteño y el portugués, la posibilidad de resistencia era limitada. Durante el período transcurrido entre 1817 y 1818 los portugueses habían saqueado e incendiado todos los pueblos de los departamentos de Concepción y de Yapeyú. El segundo intento realizado por Andrés Guacurarí para recuperar los siete pueblos orientales en el mes de mayo de 1819 había terminado en un fracaso. Luego de esta acción cuando Andrés Guacurarí se disponía cruzar hacia la banda occidental del río Uruguay por el paso San Isidro, es sorprendido por una partida portuguesa y cae prisionero. Luego se produciría la derrota del Protector de los Pueblos Libres, Don José Gervasio Artigas. La hecatombe fue absoluta y la masa de la población misionera quedó en la orfandad política. Algunos de los lugartenientes de Andrés Guacurarí, sobrevivientes del exterminio de que fuera objeto la población de las misiones, intentaron reorganizar la provincia. Pero ya su rico territorio era disputado con rapacidad por los estados vecinos, mientras que sus primitivos pobladores eran despojados de sus derechos de propiedad sobre tierras y demás bienes. De hecho el territorio misionero fue repartido entre el Brasil y tres estados nacionales, Argentina, Paraguay y Uruguay. Tres estados gestados desde Buenos Aires, Asunción y Montevideo, provocando el raro efecto de convertir en límites a dos ríos, el Paraná y el Uruguay, ríos que históricamente habían servido de unión e integración a los territorios ribereños.
Sin embargo la fuerza del proyecto misionero de Andrés Guacurarí pervivió a sus actores. Aquel tipo social típicamente americano, producto del mestizaje, heredero genuino de aquel proceso histórico, sigue estando presente en la región misionera. Una región que aún hoy se resiste y persiste con un contenido socio – cultural propio, trascendiendo a las fronteras de los modernos estados nacionales. Ni el impacto de la inmigración europea y los proyectos de colonización intensivos desarrollados en la región pudieron borrar aquella importa cultural.

Bibliografía:
Cabral, Salvador: Andresito Artigas en la emancipación americana, Buenos Aires, Ed. Castañeda, 1980.Machón, Jorge Francisco: José Artigas, gobernador de Misiones, Jardín América (Mnes,), Edición del autor, 1998.Machón, Jorge Francisco: Misiones después de Andresito, Jardín América (Mnes.), Edición del autor, 1994.Poenitz, Alfredo – Snihur, Esteban: La Herencia Misionera, Posadas, Ediciones "El Territorio", 1999.Poenitz, Edgar – Poenitz, Alfredo: Misiones, Provincia guaranítica, Posadas, Editorial Universitaria, 1993.

Esteban Angel Snihur: Profesor en Historia y Licenciado en Historia. Egresado de la Universidad Nacional de Misiones. Libros publicados: Cronología Histórica de Apóstoles, Apóstoles, Dirección de Cultura Municipal, 1997. De Ucrania a Misiones, una experiencia de transformación y crecimiento, Apóstoles, Colectividad Ucrania de Misiones, 1997. La Herencia Misionera, Posadas, Ediciones "El Territorio", 1999. Artículos varios, referidos a la historia regional, publicados en los diarios "Primera Edición" y "El Territorio", de Posadas. Presentación de trabajos referidos a las misiones jesuíticas en simposios y congresos. Ex docente de la cátedra de Historia Regional I, en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones.

Publica: Guillermo Reyna Allan

jueves, 20 de noviembre de 2008

20 de noviembre:Día de la Soberanía

Por Jose Maria Rosa

El 13 de enero de 1845 en París, noche nevosa según el testimonio de uno de los presentes. François Guizot, primer ministro de Luis Felipe, rey de los franceses, reúne a cenar en el Ministerio de Relaciones Exteriores a los técnicos del Plata que se encontraban en la capital de Francia. De dicho ágape surgirá la intervención armada anglofrancesa, y su posible colaboración brasileña en los asuntos internos de las repúblicas sudamericanas.
Concurren el embajador de Inglaterra Lord Cowley, sir George Ouseley, que partiría al Plata llevando la intimación a Rosas, Mr, De Lurde hasta entonces Encargado de Negocios francés en Buenos Aires, el almirante Mackau ministro de Marina, y que conociera a Rosas en 1840 cuando fue a llevarle la paz por instrucciones de Thiers, Mr. Desages director general del Ministerio, y el vizconde de Abrantés en misión especial de Brasil para acoplarse a la proyectada expedición.
Los Antecedentes de la Intervención

Desde 1842 andábase en ese negocio. Francia había fracasado en su intento de imponerse por la fuerza de sus cañones y de su dinero – que sembró la guerra civil – a la Confederación Argentina gobernada por un hombre del carácter férreo de Rosas.
Hacia 1842 la política de la entente cordiale de Inglaterra y Francia hizo renacer la posibilidad de una nueva intervención, esta vez combinadas las fuerzas militares de ambas naciones: no era admisible que los pequeños países surgidos de la herencia española obraran como si fueran Estados en uso pleno de su soberanía y se negaran a recibir los beneficios – libertad de comercio, tutelaje internacional, libertad de sus ríos navegables – de las "naciones comerciales". Había que hacer, en primer lugar, de la ciudad de Montevideo una factoría comercial, de propiedad común anglofrancesa, desde donde dominar la cuenca del Plata después, establecer la ley de los mares – es decir: su libre navegación – a los ríos interiores argentinos, y finalmente dividir en mayores fragmentos esa Confederación Argentina que Rosas se había empeñado en mantener incólume del naufragio del antiguo y extenso virreinato del Plata.
De allí la nota conjunta que los ministros inglés y francés en Buenos Aires (Mandeville y De Purde) habían pasado a Rosas apenas producida la batalla de Arroyo Grande (diciembre de 1842: prohibíase ayudar a Oribe a recuperar su gobierno oriental y se amenazaba con tomar las medidas consiguientes si los soldados argentinos atravesaban el Uruguay en unión con los orientales para expulsar las legiones extranjeras que mantenían a Montevideo. Pero Rosas quedó sordo a la amenazas: contestó poco más o menos que en las cosas argentinas y orientales mandaban solamente los argentinos y los orientales. Consecuente con su respuesta el ejército aliado de Oribe, atravesó el Uruguay, y en febrero de 1843 empezó el sitio de Montevideo, defendida por las legiones extranjeras y por el almirante inglés Purvis.

En febrero de 1843 esperábase por momentos la intervención conjunta amenazada por la nota de Mandeville y De Lurde que Rosas había osado desafiar. Pero no llegaba. Es que 1843 no había sido un año propicio para la entente cordiale, amenazada de quebrarse por la cuestión del matrimonio de la joven reina de España.


La misión del argentino Florencio Varela

De allí el desdichado fracaso del abogado argentino Florencio Varela, enviado a Londres en agosto de 1843 por el gobierno de la Defensa de Montevideo a indicación del almirante inglés Purvis.
Llevó instrucciones para convencer al canciller Aberdeen de que la "causa de la humanidad" reclamaba la inmediata presencia de la escuadra británica en el Plata.
Gestionaría también la "tutela permanente" inglesa a fin de salvar al Plata en adelante de la barbarie nativa. Intervención y tutela retribuidas – lo decían las instrucciones – con la libertad absoluta de comercio y la libre navegación de los ríos.
Para cumplir mejor su cometido y documentar la "causa de la civilización", la casa inglesa Lafone confeccionó en Montevideo un record de los actos de barbarie que convenía atribuir a Rosas.
El periodista argentino José Rivera Indarte, ducho para esos menesteres, recibió el encargo de redactar el record abultándolo de manera que impresionara en Europa: se le pagó un penique por cadáver atribuido a Rosas.

Confeccionó Las tablas de sangre, que por dificultades de impresión no estarían listas en el momento de embarcarse Varela, pero le llegarían a Londres a los fines de su misión.
Aberdeen recibió a Varela. El trato no fue el esperado por el argentino. No obstante traducirle Las tablas de sangre, el inglés no pareció emocionarse con los horrores recopilados por Rivera Indarte; tampoco tomó en serio "la tutela permanente" ni las cosas que le ofrecía el ex argentino.
Le contestará fríamente que Inglaterra defenderá la "causa de la humanidad" dónde y cómo lo creyera conveniente, sin menester de promotores ni alicientes, y se le importaba un ardite cuanto pudieran ofrecerle los nativos auxiliares.
Inglaterra haría y tomaría lo que más le conviniese, sin otro acuerdo que "con las grandes naciones comerciales" asociadas a la empresa.
Varela no entiende; nunca entendió nada de la política americana ni de la europea. No comprende ese desprecio hacia "su gobierno" tan favorable a Inglaterra, ni que se hiciera caso omiso de sus tentadoras ofertas; jamás tuvo conciencia de su posición ni sentido de las distancias.
Váse de Europa – después de una gira por París, donde tuvieron mayor éxito las Tablas de sangre – mohino y decepcionado de los "poderes civilizadores". "La Inglaterra – escribe en su Diario de viaje – no conoce ni sus propios intereses."

La cena de Guizot
En 1844 las cosas mejoraron y la entente cordiale pudo reanudarse. Más alerta Brasil que el despistado gobierno de Montevideo, envía entonces su comisionado: el vizconde de Abrantés. Aberdeen lo recibe mejor que a Varela; al fin y al cabo Brasil era un imperio constituido y no un gobierno nominal de ocho cuadras escasas, mantenido a fuerza de subsidios y de legiones.
Pero Inglaterra no quiere la participación de Brasil en la empresa a llevarse en el Plata; no le convenía fortalecer ese imperio americano ni darle entrada al Plata.
Como Abrantés representaba a un emperador no podía despedirle a empujones, como lo hizo con Varela; lo hará más diplomáticamente, pero lo hará.
Tras conversar con Abrantés en Londres (que también ha venido a hablarle "de la causa de la civilización", oyendo del inglés el despropósito de "que la existencia de la esclavitud en Brasil era vergüenza mayor que todos los horrores atribuidos a Rosas por sus enemigos") lo despacha a París.
Allí se arreglará la intervención en definitiva y la posible participación de Brasil.
Pero eso es la cena de Guizot en el ministerio la, noche del 13 de enero de 1845. Muy a la francesa se discutirá la acción en la sobremesa. Y al servirse el café y el coñac, Guizot abre el debate sobre el interrogante ¿Qué propósito y qué medios dar a la intervención?
Abrantés no se anima a postular "la causa de la civilización" después de lo ocurrido con Aberdeen.
Las Tablas de Sangre podían ser útiles para impresionar al gran público, pero evidentemente no producían efecto en los políticos.
Sin embargo, todos son partidarios de pretextar ostensiblemente la "causa de la civilización", pero agregándole las "necesidades de las naciones comerciales", la "independencia de Uruguay, Paraguay y Entre Ríos" que había que preservar de la Confederación Argentina, y la "libre navegación de los ríos" argentinos, orientales, paraguayos y entrerrianos.
En cuanto a Rosas... Mackau, que lo ha conocido en 1840 hace su elogio: es un patriota insobornable, un político hábil, un gobernante de gran energía y un hombre muy querido por los suyos.

Desde luego, es un obstáculo para los planes de la intervención y costaría llevarlo por delante; aunque contra las escuadras combinadas nada podría hacer. De Lurde, que también lo ha conocido en Buenos Aires, se desata en elogios para Rosas: su gobierno ha impuesto el orden donde antes imperaba el desorden; tal vez los argentinos se hubieran acostumbrado a obedecer a una autoridad y pudiera reemplazárselo por otro gobernante más amigo de los europeos, pero la cuestión es que Rosas no cedería a una intervención armada: "se refugiaría en la pampa y desde allí hostilizaría a los puertos".
A su juicio la intervención irá a un completo fracaso; mejor era dejar las cosas como estaban y tratar con Rosas de igual a igual "sacándole los beneficios comerciales posibles".
Abrantés está de acuerdo, en parte, con De Lurde. Pero no cree que la intervención iría a un completo fracaso. Combinadas Inglaterra, Francia y Brasil, su fuerza sería irresistible; a Rosas podría perseguírselo hasta el fondo de la pampa. Pero, eso sí, deberían emplearse todos los medios para obtener el triunfo.
En caso de no emplearse medios eficaces (expedición marítima y fuerzas de desembarco en número aplastante), mejor era olvidarse de una intervención y "no exponerse a la irritación de un hombre como Rosas".
Ouseley trae le palabra de Inglaterra. Nada de expediciones de desembarco que por dos veces habían fracasado en Buenos Aires (1806 y 1807).

Lo que se buscaba era otra, cosa, para lo cual el gobernante argentino carecía de fuerza para oponerse: una gran expedición naval que levantara el sitio de Montevideo, tomara posesión de los ríos, y gestionara y mantuviera la independencia del Uruguay, Entre Ríos y Paraguay..
De Montevideo se haría una factoría para las grandes naciones comerciales; de común acuerdo entre las nacionales comerciales y Brasil, se fijarían los límites de los nuevos Estados del Plata. Buenos tratados de comercio, alianza y navegación los unirían con las naciones comerciales.
Abrantés se desconcierta ante esa repetición de "las naciones comerciales" que parecerían excluir a Brasil, y pregunta cuál sería la, participación del Imperio en la empresa. "El ejército brasileño operaría por tierra concluyendo con Oribe".
Abrantés protesta, pues eso sería "recibir solo la animosidad de Rosas, pues las fuerzas de Rosas se manifestarían por tierra, si los tres aliados participaban en común, también en común deberían emplearse".

Cowley corta: Inglaterra no enviará expediciones terrestres.

Mackau no quiere la participación de Brasil "que complicaría la cuestión". Ouseley añade que por una fuerte expedición naval podrían cumplirse los objetivos de la intervención: en cuanto a Rosas y su Confederación Argentina, aislados al occidente del Paraná, no podrían oponerse a lo que se hiciera a oriente de este río.

Se emplearían "solamente medios marítimos", a no ser que Brasil quisiera, usar su ejército de tierra; la acción naval sería suficientemente poderosa para hacer a los aliados dueños de los ríos, del Estado Oriental, de la Mesopotamia y del Paraguay, cuya "independencia se garantizaría".
Estos Estados se unirían con sólidos lazos comerciales y de alianza con los interventores.

Brasil se retira

Abrantés informa esa noche a su gobierno. Ha comprendido que muy diplomáticamente no se quiere la participación brasileña.
No solamente Aberdeen le ha exigido la renovación de los leoninos tratados de alianza y de tráfico de esclavatura como previos a la alianza, sino Brasil no obtendría objetivo alguno en la intervención.
Todo sería para las naciones comerciales; que fijarían los límites de los nuevos Estados con el Imperio (desde luego, en perjuicio del Imperio), y serían las solas dueñas de las nuevas repúblicas. Brasil vería cortarse para siempre su clásica política de expansión hacia el sur.
Además, dejarle la exclusividad de las operaciones terrestres contra Rosas era una manera de obtener el retiro del Imperio, pues Brasil no tomaría exclusivamente semejante responsabilidad. Y dando por terminada su misión se retira de París.

Empieza la Intervención
Gore Ouseley, portando el ultimátum previo a la intervención, viajó a Buenos Aires. Exigió el retiro de las tropas argentinas sitiadoras de Montevideo, juntamente con las orientales de Oribe y el levantamiento del bloqueo que el almirante Brown hacía de este puerto.
Se descartaba su rechazo por Rosas. Poco después llegaba el barón Deffaudis con idéntico propósito en nombre de Francia.
Mientras Rosas debate con los diplomáticos el derecho de toda nación, cualquiera fuere su poder o su tamaño para dirigir su política internacional sin tutela foráneas, se presentaron en Montevideo las escuadras de Inglaterra y Francia comandadas respectivamente por los almirantes Inglefield y Lainé.
Pendientes aún las negociaciones en Buenos Aires, ambos almirantes se apoderaron de los buquecillos argentinos de Brown que bloqueaban Montevideo, arrojaron al agua, la bandera Argentina y colocaron al tope de ellos la del corsario Garibaldi.
Ante ese hecho – ocurrido el 2 de agosto de 1845 – Rosas elevó los antecedentes a la Legislatura, que lo autorizó "para resistir la intervención y salvar la integridad de la patria". Ouseley y Deffaudis recibieron pasaportes para salir de Buenos Aires. La guerra había empezado.

Obligado (20 de noviembre)

El 30 de agosto la escuadra aliada íntima rendición a Colonia, que al no ser acatada es desmoronada a cañonazos al día siguiente. Garibaldi, con los barcos argentinos, de los que ahora es dueño, participa en este acto y se destaca en el asalto que siguió.
El 5 de setiembre los almirantes se apoderan de Martín García: Garibaldi, con sus propias manos – que más tarde serían esculpidas en bronce en una plaza de Buenos Aires –, arrió la bandera argentina.
De allí la escuadra se divide. Los anglofranceses remontan el Paraná, mientras Garibaldi toma por el Uruguay y sus afluentes: el corsario se apodera y saquea Gualeguaychú, Salto, Concordia y otros puntos indefensos, regresando a Montevideo con un enorme botín de guerra.
Mientras tanto Hontham y Trehouart navegan el Paraná en demostración de soberanía, y para abrir comunicaciones con su ejército "auxiliar" que, al mando del general Paz, obraba en Corrientes.
Pero el 20 de noviembre, al doblar el recodo de Obligado, encuentran una gruesa cadena sostenida por pontones que cerraban el río, al mismo tiempo que baterías de tierra iniciaban el fuego.
Es el general Mansilla, que por órdenes de Rosas ha fortificado la Vuelta de Obligado y hará pagar caro su cruce a los interventores.
Al divisar los buques extranjeros ha hecho cantar el Himno Nacional a sus tropas y abierto el fuego con sus baterías costeras.
Hontham y Trehouart contestan y llueven sobre la escasa guarnición Argentina los proyectiles de los grandes cañones de marina europeos.
Siete horas duró el combate, el más heroico de nuestra historia (de las 10 de la mañana a las 5 de la tarde). No se venció, no se podía vencer.
Simplemente, quiso darse a los interventores una serena lección de coraje criollo. Se resistió mientras hubo vidas y municiones, pero la enorme superioridad enemiga alcanzó a cortar la cadena y poner fuera de combate las baterías.
Bizarro hecho de armas, lo califica Inglefield en su parte, desgraciadamente acompañado por mucha pérdida de vidas de nuestros marinos y desperfectos irreparables en los navíos.
Tantas pérdidas han sido debidas "a la obstinación del enemigo", dice el bravo almirante.
¿Se ha triunfado? La escuadra, diezmada y en malas condiciones, llega a Corrientes, y de allí intenta el regreso.
En el Quebracho, cerca de San Lorenzo, vuelve a esperarla Mansilla con nuevas baterías aportadas por Rosas. Otra vez un combate, otra vez "una victoria" – el paso fue forzado – con ingentes pérdidas.
Desde allí los almirantes resuelven encerrarse en Montevideo; transitar el Paraná es muy peligroso y muy costoso.
Se deshace el proyecto de independizar la Mesopotamia (gestionado por los interventores en el tratado de Alcarás porque Urquiza ya no se sintió seguro. Se deshace la intervención.
Poco después – 13 de julio de 1846 – Samuel Tomás Hood, con plenos poderes de Inglaterra y Francia, presenta humildemente ante Rosas el "más honorable retiro posible de la intervención conjunta". Que Rosas lo haría pagar en jugoso precio de laureles.
Por eso el 20 de noviembre, aniversario del combate de Obligado, es para los argentinos el Día de la Soberanía.

Bibliografía ARANA, Enrique: "Rosas y la Política Internacional". EZCURRA MEDRANO, Alberto: "La Vuelta de Obligade". (Rev. J. M. de Rosas, Nº 8.) MANSILLA G.: "La Vuelta de Obligado". (Rev. J. M. de Rosas, Nros. 15-16.) MUÑOZ AZPIRI, José Luis: "Rosas Frente al Imperialismo Inglés". RAMIREZ JUAREZ: "Conflictos Diplomáticos y Militares en el Río de la Plata". Fuente: Nac&Pop
Publica: Guillermo Reyna Allan

viernes, 14 de noviembre de 2008

Lola Mora

Dice Ana Prieto en un artículo publicado en 2007 en Perfil, que la famosa escultora fue protagonista de una época controvertida y difícil.
La colega titula esa nota: ".. Un chivo expiatorio", y dice: Protegida de Bartolomé Mitre, íntima de Julio A. Roca –de quien se cuenta que fue amante–, ya en vida estuvo rodeada por un aura mitológica. Hoy, a 140 años del nacimiento de “la primera escultora argentina”, se sucederán los homenajes que recuerden algunos de estos detalles biográficos e incluso su apabullante ritmo de trabajo. Pero aún resta por parte de la sociedad una reparación con su legado artístico, tan clasicista como impresionante, que sigue opacado por su privilegiada relación con el poder político de entonces.

La vida de la escultora tucumana Lola Mora está poblada de cosas que no se saben, y por lo tanto de rumores y ambigüedades. Por empezar, su fecha de nacimiento. Según su acta bautismal, llegó al mundo el 22 de abril de 1867, pero la versión de que nació el 17 de noviembre de 1866, dada por una vecina de la localidad salteña de El Tala, fue adoptada con rara conformidad por la mayoría de sus biógrafos e incluso por el Congreso Nacional, que estableció en esa fecha el Día Nacional del Escultor. Dicha vecina habría conversado con Lola Mora en 1933, cuando, rendida del intento de extraer petróleo de las montañas del Norte, pasaba por El Tala antes de regresar, envejecida y agotada, a Buenos Aires. Fue un regreso sin gloria, desde luego.
La gloria la había abandonado hacía tiempo, y esto no es decir poco. En mejores momentos, Mora había acaparado los encargos escultóricos oficiales, en una Buenos Aires que quería poblarse de carísimas estatuas conmemorativas y alegorías patrióticas. En mejores épocas, Mora había vivido y trabajado en el exclusivo barrio romano de Ludovisi, recibiendo una constante atención de la prensa italiana y argentina, y también la visita de las reinas Elena y Margarita. Había sido protegida de Bartolomé Mitre e íntima de Julio A. Roca.

Se dio el lujo de viajar, de vivir sola (hasta su malogrado matrimonio en 1909, con un joven 17 años menor que ella) y de tomar las decisiones que se le antojaron. Pero, sobre todo, se dio el gusto de erigir y emplazar la única gran obra que nadie le encargó: su Fuente de las Nereidas, conjunto todavía impactante por el que todos la conocen.
¿Pero quién la conoce realmente? Se dice que fue amante de Roca, o que fue bisexual, o que se casó para apagar rumores o que sus sobrinas, tras su muerte, quemaron las cartas que probaban todo lo anterior. Como “primera escultora argentina”, se la suele recordar más por haber sido una provinciana menuda, que se calzaba pantalones para trabajar el durísimo mármol de Carrara, que por lo que aportó a las artes nacionales.

Los homenajes que se le rinden vienen de asociaciones de mujeres (aunque Mora estuvo lejos de las reivindicaciones de género de principios del siglo XX, algo que muchas feministas no le perdonan) y de círculos oficiales, pero no del mundo de las artes.
Es cierto que se ciñó a los preceptos clásicos y que no rompió con ningún canon, pero también es cierta su precisión técnica, la manera peculiar en la que combinó el naturalismo con la iconografía clásica, su privilegiada inteligencia para concebir el espacio y, desde luego, su talento natural. El radicalismo en ascenso atacó su obra con argumentos inválidos desde el punto de vista artístico, expulsando sus alegorías del Congreso, rescindiendo su contrato para hacer el Monumento a la Bandera y trasladando su Fuente de Alem y Perón a Costanera Sur, paraje marginal en 1918.
Tras quince años de trabajo febril, Mora se convertía en el chivo expiatorio del conservadurismo en retirada y, tras muchas humillaciones, abandonaría la escultura para siempre. De algún modo, su creación quedó opacada por su privilegiada relación con el poder. Y tal vez allí esté el origen de la razón por la cual, hasta hoy, no se haya hecho ningún estudio profundo y sistemático de su obra. A 140 años de su nacimiento, distintos homenajes recordarán su vida, sus relaciones y su apabullante ritmo de trabajo. Pero todavía falta un compromiso cabal con su legado artístico.

Fuente: Ana Prieto - Perfil

Escribe: Guillermo Reyna Allan

sábado, 8 de noviembre de 2008

El Gran Houdini

El amanecer de la más grande leyenda de la magia tuvo lugar en 24 de marzo de 1874. Ese día nació un hijo al doctor Samuel Weiss, un rabino de Budapest, Hungría. El niño fue llamado Ehrich Weiss. Este niño estaba destinado a asumir el nombre que él haría inmortal tan solo diecisiete años más tarde: Harry Houdini.

A los nueve años de edad, Ehrich huyó de casa. Se unió a un pequeño circo en su pueblo natal. A la edad de once años, trabajó como aprendiz de cerrajería. En abril de 1891, a los diecisiete años de edad sacrificó su empleo en una fábrica de corbatas y comenzó su carrera como ilusionista. Houdini logró la proeza de escapar de cuerdas atadas a su alrededor en cualquier forma imaginable. Llegó a tal grado de experiencia, que eventualmente ofreció una recompensa de 25 dólares a cualquiera que pudiera atarlo de manera que no pudiera escapar. Él nunca perdió un centavo. Fue durante este período que conoció a Beatrice Rahner. En julio de 1894, pidió prestado 2 dólares a su prometida para pagar su licencia de matrimonio y la Srita. Rahner se convirtió en Bessie Houdini.
La carrera de Houdini fue extremadamente influenciada por el famoso ilusionista francés Jean Eugene Robert-Houdin. Fue a partir del nombre "Robert-Houdin" que Houdini improvisó su propio nombre agregando una "i". Cuando se encontraba en Londres, sorprendió a los oficiales de Scotland Yard, liberándose de supuestas esposas "a prueba de escape". Prácticamente del día a la noche, se transformó de un modesto artista, que ganaba 18 dólares por semana, en una celebridad con honorarios de 1,800 dólares por semana. Durante la Primera Guerra Mundial, Houdini dio sus servicios al gobierno de los Estados Unidos, haciendo presentaciones en campamentos por dos años consecutivos.

Entre 1918 y 1921, se hizo estrella del cine. Organizó una compañía para producir una serie de 15 episodios llamada "The Master Mystery". Houdini desempeñó también el papel estelar en las películas "The Grim Game" y "Terror Island".

La capacidad de Houdini de trabajar incansablemente 18 horas al día fue el ingrediente responsable de las muchas facetas de su vida. Sus cruzadas exponiendo a las "médiums" fraudulentas reciben el crédito de la eliminación del falso espiritismo. Fue además un experto criptólogo, capaz de descifrar casi cualquier mensaje en clave.

A pesar de que Houdini ganó su reputación mundial como escapista, la magia estaba más cerca de su corazón. Fue en 1924 que combinó su trabajo en escapismo con la magia y las ilusiones. Viajó por los Estados Unidos presentando "The Houdini Mystery Show". Esto siguió hasta el 31 de octubre de 1926, cuando Houdini conoció su prematura muerte en Detroit, a la edad de 52 años. A Bessie, Houdini heredó la suma de 500,000 dólares y al mundo una colorida leyenda, matizada de emoción, valor y misterio.

El capítulo final

El telón final cayó para Houdini a la 1 a.m. del lunes 31 de octubre de 1926. El último acto de su vida había comenzado quince días antes cuando inició su temporada en el teatro Princess en Montreal. Su programa de dos funciones diarias incluía una conferencia sobre fenómenos psíquicos y espiritismo en la Universidad McGill.

Después de la conferencia, los estudiantes presentaban sus respetos a Houdini, quien complacido con esto, invitaba a los estudiantes a visitarlo en el teatro.La mañana del viernes un artista joven, acompañado de dos amigos saludó a Houdini. Uno de los amigos, una estrella del boxeo en la Universidad, preguntó si tendría el privilegio de golpear a Houdini en el abdomen. El estudiante quería convencerse de la fortaleza que Houdini proclamaba tener en su condición física. Houdini, quien se encontraba sentado, aceptó el reto. No había terminado de levantarse aún, cuando el joven golpeó su abdomen con todas sus fuerzas. Después del inesperado golpe, la cara de Houdini se puso blanca mientras hacía esfuerzos para respirar. Algunos minutos después, Houdini pidió al joven que lo golpeara nuevamente. Esta vez él estaba preparado para recibir el golpe. El estudiante lo golpeó una vez más y se encontró con un abdomen duro como un roble. Houdini había comprobado su fortaleza y el joven boxeador quedó ampliamente impresionado. Houdini no se dio cuenta, pero en la demostración de su fortaleza al joven estudiante, había sufrido la ruptura del apéndice, que se convirtió en el umbral de su reto final.

Al siguiente día , Houdini milagrosamente cumplió con sus presentaciones de la mañana y de la tarde, con las cuales concluía su temporada en Montreal. A pesar de que su condición empeoraba, abordó el tren hacia Detroit, donde tenía el compromiso de hacer una función en la noche del lunes 24 de octubre. Cuando arribó a Detroit, Houdini sufría de severa fiebre y continuos escalofríos. Su esposa Bess le suplicaba considerar la hospitalización, pero sus ruegos no eran escuchados. Al oír las noticias de que las localidades del teatro estaban agotadas, la atención médica era lo último que pasaba por la mente del artista.

El público de esa noche vio la sonrisa cautivadora y sintió la grandiosidad en el hombre, pero difícilmente pudo darse cuenta de que él estaba muriendo. Mientras actuaba, la fatiga aumentaba y su agonía casi lo paralizaba. Esa fue su última actuación. Houdini se desmayó y fue llevado al hospital Grace, donde fue sometido a cirugía mayor de urgencia durante la mañana del siguiente día. Poco se pudo hacer para detener la inevitable consecuencia del engangrenado apéndice que el cirujano encontró.Siete días más tarde, Houdini dijo a su hermano Hardeen, "Estoy cansado de luchar. Creo que esta cosa me va a vencer." Houdini cerró sus ojos por última vez.
Fuente: "The Houdini Hall of Fame". Niagara Falls.
Escribe: Guillermo Reyna Allan

sábado, 1 de noviembre de 2008

José Gervasio Artigas (Segunda parte)










El éxodo del pueblo oriental

Como consecuencia del armisticio firmado con el virrey Elío por la Junta de Buenos Aires, las tropas enviadas a la Banda Oriental debieron abandonar dicho territorio, levantando el sitio de Montevideo. Artigas fue nombrado «Teniente Gobernador, Justicia Mayor y Capitán del Departamento de Yapeyú», entonces en las Misiones argentinas.
Artigas, disgustado por el armisticio y ante la evacuación de las tropas porteñas, cumplió con su nuevo cargo trasladándose al territorio misionero, por lo que decidió pasar con sus seguidores a la orilla occidental del río Uruguay, hecho conocido como el éxodo oriental. Cruzó el río Uruguay con mil carretas y unas 16.000 personas con sus ganados y pertenencias, en la primera semana de enero de 1812, instalando su campamento cerca del arroyo Ayuí Grande, pocos kilómetros al norte de la actual ciudad entrerriana de Concordia, entonces perteneciente a la Provincia de Misiones.

Allí se estableció en un enorme campamento, desde el cual organizó un gobierno sui generis sobre el territorio que sus hombres alcanzaban a controlar. Mantuvo correspondencia con pequeños caudillos locales de las provincias de Entre Ríos y Corrientes, con lo que aumentó el círculo de los que compartían sus ideas y que serían base de su futura influencia en el Litoral argentino.
A principios de 1812, roto el armisticio con la retirada de Elío, las tropas de Buenos Aires reanudaron el sitio de Montevideo. Pero el jefe político de las mismas, Manuel de Sarratea, hizo todo lo posible para debilitar las fuerzas de Artigas, lo que llevó a un enojoso conflicto con el caudillo. Sólo después de la retirada de Sarratea, Artigas se unió al sitio de Montevideo con sus tropas.

Las instrucciones para la Asamblea del año 1813

En el campamento de Artigas fueron electos los diputados orientales que debían concurrir a la Asamblea General Constituyente del año 1813 a celebrarse en Buenos Aires. Artigas le dio instrucciones a sus diputados, las que fueron dictadas el 13 de abril de 1813.
Básicamente, Artigas reclamaba:
Independencia de las provincias del poder español. Igualdad de las provincias a través de un pacto recíproco. Libertad civil y religiosa. Organización de los poderes como un gobierno republicano. Federalismo, con un gobierno supremo que entendendiera solamente en los negocios generales del Estado, y confederación referida a la protección que se debían las provincias entre sí. Soberanía de la Provincia Oriental sobre los siete pueblos de las Misiones Orientales. Ubicación del gobierno federal fuera de Buenos Aires. Los diplomas de los diputados orientales fueron rechazados por la Asamblea, usando como argumento legal la nulidad de su elección porque se realizó en un campamento militar y además porque Artigas les había impartido instrucciones, a pesar de que la Asamblea se había declarado soberana.

A continuación, el general José Rondeau hizo reunir un segundo congreso, que eligió nuevos diputados a la Asamblea, en una capilla junto a su propio campamento, cuidando de elegir a diputados contrarios a la influencia de Artigas.
Ante este atropello a la voluntad popular, Artigas abandonó el sitio de Montevideo a mediados de enero de 1814. Se dirigió a la costa del río Uruguay, desde donde sus partidarios lanzaron una serie de campañas para controlar el interior de la Banda Oriental y la Provincia de Entre Ríos. La expedición enviada desde Paraná para enfrentarlo fue derrotada en Entre Ríos por su lugarteniente Eusebio Hereñú.

Tras el retiro de Artigas del sitio de Montevideo, el unitario Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio Posadas, firmó un decreto el 11 de febrero de 1814, declarando a Artigas «traidor a la Patria».

La Liga Federal

En 1814 Artigas organizó la Liga de los Pueblos Libres, de la que fue declarado Protector. Al año siguiente liberó Montevideo del control de los unitarios aliados de Buenos Aires.
Tras varios meses de enfrentamientos militares entre el Directorio, en una guerra civil desarrollada en Corrientes, Entre Ríos y la Provincia Oriental, la victoria de Fructuoso Rivera en la batalla de Guayabos en enero de 1815, obligó al Director Carlos María de Alvear a evacuar Montevideo, entregándola al segundo de Artigas, Fernando Otorgués.
Alvear, decidido a gobernar sobre las provincias argentinas sin oposición, ofreció a Artigas la independencia de la Provincia Oriental. Artigas la rechazó y ayudó a los federales de Corrientes y Santa Fe a sacudirse la tutela del Directorio.

Las victorias de Artigas facilitaron la revolución que determinó la caída de Alvear en abril de ese año. Pero las relaciones con su sucesor, Ignacio Álvarez Thomas, siguieron siendo tirantes y violentas. No obstante, éste no intentó volver a someter a su gobierno a la Provincia Oriental.
En mayo de 1815, Artigas instaló su campamento en Purificación, unos cien kilómetros al norte de la ciudad de Paysandú, cerca de la desembocadura del arroyo Hervidero, que desagua en el río Uruguay, y a unos siete kilómetros de la llamada Meseta de Artigas. Purificación habría de transformarse en la capital de hecho de la Liga Federal.

El 29 de junio de 1815 se reunió en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, el «Congreso de los Pueblos Libres» llamado Congreso de Oriente. Fue convocado por Artigas para «tratar la organización política de los Pueblos Libres, el comercio interprovincial y con el extranjero, el papel de las comunidades indígenas en la economía de la confederación, la política agraria y la posibilidad de extender la Confederación al resto del ex-Virreinato del Río de la Plata». En este congreso, las provincias de Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Misiones, Santa Fe y la Provincia Oriental se declararon independientes «de todo poder extranjero», al tiempo que se invitó a las demás Provincias Unidas del Río de la Plata a sumarse a un sistema federal, ya que dicha declaración de independencia no era una declaración separatista del Río de la Plata.

Envió una delegación a Buenos Aires con la premisa de mantener la unidad en base a los principios de: «La soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada, como objeto único de nuestra revolución; la unidad federal de todos los pueblos e independencia no solo de España sino de todo poder extranjero (...)». Los cuatro delegados fueron detenidos en Buenos Aires, y el nuevo Director ordenó invadir Santa Fe.
Artigas ratificó entonces el uso de la bandera creada por Manuel Belgrano, añadiéndole un festón diagonal punzó, siendo el rojo punzó desde entonces el signo del federalismo en Argentina. Artigas la llamó «el Pabellón de la Libertad».

La invasión luso-brasileña y la guerra contra los unitarios

El constante crecimiento de influencia y prestigio de la Liga Federal atemorizó tanto a los unitarios de Buenos Aires y Montevideo como al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve. En agosto de 1816 numerosas tropas luso-brasileñas invadieron la Provincia Oriental, con la complicidad tácita de los unitarios que se habían fortalecido en Buenos Aires y del embajador porteño en Río de Janeiro. Con la intención de destruir al caudillo y su revolución, las tropas luso-brasileñas atacaron por tierra y mar. Junto a Artigas, participaron en la defensa de su provincia sus lugartenientes: Juan Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués, Andrés Latorre, Manuel Oribe, el misionero Andrés Guazurary, apodado "el indio Andresito". En cuanto a Fructuoso Rivera, éste traicionó a Artigas pasando a servir a los portugueses y brasileños. Poco tiempo después el mismo Fructuoso Rivera entraría junto a los montevideanos del "Club del Barón" a conspirar para dar muerte a Artigas.
Debido a su superioridad numérica y material, las fuerzas luso-brasileñas al mando de Carlos Federico Lecor vencieron a Artigas y sus lugartenientes y ocuparon Montevideo el 20 de enero de 1817, aunque la lucha continuó por tres años en el medio rural.
Indignado por la pasividad de los unitarios instalados en Buenos Aires, Artigas les declaró la guerra, al tiempo que enfrentó a los luso-braileños con ejércitos que se vieron diezmados por sucesivas derrotas.
Después de tres años y medio de resistencia, la batalla de Tacuarembó, de enero de 1820 significó la derrota definitiva de Artigas, que debió abandonar el territorio oriental, al que ya no volvería. Varios de sus lugartenientes cayeron prisioneros o abandonaron la lucha. Fructuoso Rivera, por su parte, se pasó al l ejército brasileño de ocupación.

Conflicto con Ramírez

Casi al mismo tiempo, los integrantes de la Liga Federal, Francisco Ramírez, gobernador de Entre Ríos, y Estanislao López, gobernador de Santa Fe, lograron finalmente la victoria sobre los unitarios.La batalla de Cepeda forzó la caída del Directorio. Pero la esperanza duró poco, ya que ambos caudillos, al saber del casi aniquilamiento de las tropas de Artigas, entraron en acuerdos con el nuevo gobernador porteño, Manuel de Sarratea, firmando con él el Tratado del Pilar. Aunque tal tratado consideraba pedir su aprobación a Artigas, el héroe oriental se consideró afrentado al no haber sido consultado por los suscriptores del tratado.
Después de la batalla de Tacuarembó, Artigas se instaló en Entre Ríos, donde entró en serios conflictos con Francisco Ramírez, quien no aceptó la hegemonía del caudillo oriental en su provincia. Con apoyo del gobierno porteño, Ramírez inició una campaña contra Artigas. Fue derrotado en una pequeña batalla, pero logró derrotarlo en la batalla de Las Tunas, prácticamente en el centro de Entre Ríos.

Ramírez persiguió a Artigas hacia Corrientes, donde éste contó aún con el apoyo del jefe guaraní Francisco Javier Sití. Pero la victoria fue, en definitiva, para Ramírez.

Rodeado por todos lados por los lugartenientes de Ramírez y viendo su causa definitivamente perdida, el 5 de septiembre de 1820, Artigas cruzó el río Paraná hacia el exilio en Paraguay, dejando atrás su patria y su familia. El dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia le dio refugio, pero cuidó que no conservara ninguna influencia política, ni mantuviera correspondencia con nadie fuera del Paraguay. Su único acompañante durante el resto de su vida fue el negro Ansina.

La campaña de los Treinta y Tres Orientales

La complicada guerra del Brasil y las intromisiones diplomáticas de Gran Bretaña, sumada a las sucesivas desilusiones de los orientales con los gobiernos porteños, llevaron a la independencia de la República Oriental del Uruguay en 1828, en la cual Artigas nunca participó.

Confinado a la lejana e inóspita Villa de San Isidro Labrador de Curuguaty, allí vivió cultivando la tierra hasta la muerte de Gaspar Rodríguez de Francia y no causó problema alguno a las autoridades paraguayas. No obstante, por mera precaución, fue arrestado algunas semanas después de la muerte del dictador Rodríguez de Francia, ocurrida el (20 de septiembre de 1840). El nuevo gobierno de Carlos Antonio López, primer Presidente Constitucional del Paraguay lo trasladó a Asunción, donde disfrutó de su plácida ancianidad en el barrio asunceno de Trinidad, residiendo en la propia quinta del Presidente de la República, rodeado del afecto de los paraguayos. Allí falleció, diez años después, el 23 de septiembre de 1850, a los 86 años de edad.
Fuente: Wikipedia
Escribe: Guillermo Reyna Allan