martes, 29 de julio de 2008

¡Poyejali! (¡Vámonos..!)

Fue la frase que dijo Yuri Gagarin en el momento del despegue de su nave, Vostok 1. Se convirtió en uno de los símbolos de la era espacial (al lado de la famosa frase de Neil Armstrong), y además empezó a ser parte de la cultura popular rusa. Se usa antes de iniciar algún trabajo o proyecto, especialmente si es complicado o arriesgado. También ha pasado a utilizarse como brindis.

Hoy dedicaremos nuestras Gotitas de Historia a recordar al primer hombre que viajó al espcio exterior, el ruso Yuri Gagarin. Esta es, sintéticamente, la historia de su vida.

Yuri Alekséievich Gagarin (en ruso: Юрий Алексеевич Гагарин; Gzhatsk, Unión Soviética, 9 de marzo de 1934 - Moscú, 27 de marzo de 1968), cosmonauta soviético. El 12 de abril de 1961, Gagarin se convirtió en el primer ser humano en viajar al espacio, al hacerlo a bordo de la nave Vostok 1.

Infancia y juventud

Los padres de Gagarin trabajaban en una granja colectiva. Su madre era una lectora voraz y su padre un hábil carpintero. Yuri era el tercero de cuatro hermanos; su hermana mayor fue la encargada de cuidarle mientras sus padres trabajaban. A Gagarin le describían como un chico inteligente y trabajador. Su profesor de matemáticas luchó con el Ejército Rojo del Aire durante la Gran Guerra Patria, un hecho que impresionó al joven Gagarin.
Yuri fue obrero metalúrgico hasta 1954, año en que se apunta en el aeroclub de la ciudad de Saratov. Aprendió a pilotar un avión ligero, una afición que cada vez se hizo más intensa. En 1955, tras finalizar sus estudios técnicos, entró en la Escuela Militar de Pilotos de Oremburgo. Durante su estancia en la escuela conoció a Valentina Goricheva con la que se casó en 1957 después de conseguir sus alas de piloto. En 1959 se presenta como candidato al primer vuelo espacial.

Su carrera en el programa espacial soviético

Selección y entrenamiento
En 1960, después de un proceso de selección, el programa espacial soviético seleccionó a Gagarin de entre otros 20 cosmonautas. Fue sometido a una serie de experimentos y pruebas para determinar su resistencia física y psicológica durante el vuelo. Gagarin compitió en esta selección con otro cosmonauta, Gherman Titov. Gagarin aprobó los exámenes con los niveles más altos. Además que representaba de mejor forma el ideal comunista al ser hijo de trabajadores, a diferencia de Titov, que era hijo de comerciantes, junto con que Guerman se consideraba un nombre de origen alemán.[cita requerida] Sin embargo, Titov fue el cosmonauta de reserva en ese primer vuelo al espacio y acompañó, también vestido con los aditamentos de cosmonauta, a Gagarin en el transporte al cohete espacial.




El vuelo espacial
El 12 de abril de 1961, Gagarin se convirtió en el primer ser humano que viajó al espacio en la nave Vostok 1. Su nombre clave durante el vuelo fue «cedro».
Según los comentarios de los medios soviéticos, durante la órbita Gagarin comentó: «Aquí no veo a ningún Dios». Sin embargo, no hay ninguna grabación que demuestre que Gagarin pronunció estas palabras. En cambio se sabe que fue Nikita Jrushchov quien en cierto contexto dijo: «Gagarin estuvo en el espacio, pero no vio a ningún Dios allí», después estas palabras empezaron a ser atribuidas al cosmonauta.
Durante el vuelo, Gagarin fue promocionado del rango de Segundo Teniente a Mayor. Las autoridades soviéticas creían que tenía más posibilidades de morir en el descenso que de sobrevivir.




Actividades posteriores

De vuelta a la Tierra, Gagarin se convirtió en el ser humano más famoso. Nikita Jrushchov consideró que el logro de Gagarin era una prueba de que se debía de reforzar al ejército soviético con misiles más que con armas convencionales. Esta política, antagonista con los deseos del ejército soviético, contribuyó a la caída de Jrushchov.
Después del vuelo, Gagarin viajó alrededor del mundo para promocionar la hazaña soviética. Trató de adaptarse a la fama pero no lo consiguió.
El mismo Gagarin en su libro Veo la Tierra comentó cómo le cambió la vida el hecho de ser el primer humano en salir al espacio, él dice en el último capítulo de dicho libro:
"Después de haber cumplido la misión espacial me era difícil pasear por las calles de Moscú y la Plaza Roja sin que nadie se fijara en mí y sin ser reconocido. La popularidad es una cosa irreparable. Uno se ve obligado a meditar ¿a qué y a quién se debe?".
Un corresponsal extranjero me preguntó: ¿No le fastidia a usted, Gagarin, esa celebridad que se ha granjeado a partir del 12 de abril de 1961? Ahora, seguir. Tiene garantizado el descanso hasta los últimos días de su vida...
"¿Descansar?, repliqué, aquí en la Unión Soviética, todos trabajan, y las personas célebres, Héroes de la Unión Soviética y del Trabajo Socialista, lo hacen con tanta mayor dedicación. Son miles en el país, y procuran trabajar lo mejor posible, sirviendo de ejemplo a imitar por los demás.Después de los primeros vuelos espaciales el trabajo no menguó, al contrario, aumentó. Todos nosotros proseguimos estudiando. Profundizábamos nuestros conocimientos en cuanto a los vuelos cósmicos. No abandonamos el destacamento de cosmonautas, seguimos trabajando en las aulas y laboratorios, compartiendo las experiencias con los futuros cosmonautas".
Su nueva situación, junto a los problemas que tenía en su matrimonio y la orden del mando de no permitirle volar aviones, le llevaron a comenzar a beber demasiado. El 3 de octubre de 1961 en un sanatorio de Crimea Gagarin se hirió gravemente, al saltar ebrio de un segundo piso escondiéndose de su esposa, cuando ésta lo sorprendió tratando de seducir a una joven enfermera. La herida fue una perforación del cráneo y estuvo a punto de morir. Esta herida le impidió asistir al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, inaugurado el 17 de octubre. Gagarin fue sometido a una operación de cirugía plástica para maquillarle la herida sobre la ceja izquierda, operación que según la primera foto que se hizo tras ella, tuvo éxito. Estas aventuras de Gagarin con otras mujeres, también empeoraban las relaciones con su esposa.
En 1962 fue elegido diputado al Soviet Supremo aunque más tarde regresó a la Ciudad de las Estrellas (en ruso: Звездный Городок) en la que trabajó como diseñador de naves espaciales reutilizables. En 1967 fue seleccionado para participar en el primer lanzamiento de una nave Soyuz. El paracaídas de la cápsula Soyuz falló durante la reentrada y el cosmonauta que pilotaba la nave, Vladímir Komarov, falleció.

Muerte y legado

Gagarin falleció el 27 de marzo de 1968 cuando el MiG-15 que pilotaba durante un vuelo rutinario se estrelló cerca de Moscú. No se conoce a ciencia cierta las causas del accidente, pero en 1986 una investigación sugirió que la turbulencia provocada por otro avión podría haber desestabilizado la nave de Gagarin. Las condiciones meteorológicas tampoco eran favorables. También se hablaba de que podía haberse afectado por beber.

Un menhir señala el punto exacto donde, a las 10:30 horas, el caza en el que volaba el primer cosmonauta del mundo y su instructor, Vladimir Sirioguin, cayó en picado, hundiéndose seis metros en la tierra.
En aquel momento, la versión oficial soviética explicó que Gagarin había conseguido desviar el avión lo suficiente como para evitar estrellarse contra una escuela, salvando así a miles de niños, pero que no había tenido tiempo de saltar del aparato.[cita requerida]
En el Museo del Espacio en Moscú se puede ver el aparato original con el que voló Yuri Gagarin al espacio.



Fuente_ Wikipedia

Escribe: Guillermo Reyna Allan



miércoles, 23 de julio de 2008

Los Juegos Olímpicos







Los Juegos Olímpicos a través de la historia

Las competencias de la antigua Grecia comenzaron hace 2.800 años, en el 776 a.C.
Los primeros Juegos eran muy distintos a los conocemos ahora, pero el espíritu olímpico se mantiene.

Quienes llegaban a ver los Juegos a la Antigua Olimpia debían llevar un animal, que luego sería sacrificado para honrar al dios Zeus. Pero los tiempos cambiaron, ahora la cita olímpica regresa a Atenas y los espectadores simplemente pueden adquirir las entradas cómodamente por Internet.
Los actuales aficionados al deporte difícilmente reconocerían los antiguos Juegos, que comenzaron hace 2.800 años, en el 776 a.C.

Los primeros juegos

En esa época no había deportes por equipos ni premios para los segundos puestos, las mujeres no estaban autorizadas para presenciar las competencias o para participar de ellas, los hombres competían desnudos y las infracciones se castigaban con azotes.
Cada cuatro veranos y durante mil años, la gente de cada rincón de la antigua Grecia concurría a las tierras sagradas de la Antigua Olimpia para celebrar su pasión por las competencias deportivas.
Barcos llegaban desde colonias griegas a un punto en el que se mezclaban filósofos, poetas, escritores, apostadores, proxenetas, vendedores ambulantes, músicos y bailarines, con el fin de asistir a los antiguos Juegos, que duraban cinco días y comenzaban en agosto, como una fiesta religiosa.
A medida que la cita se acercaba, miles de espectadores iban llegando a Olimpia, trasformando el pequeño pueblo al Oeste de Atenas en una floreciente metrópolis. Muchos llegaban de colonias griegas que eran en principio rivales, pero que compartían una religión, una lengua y el entusiasmo por el deporte.
No se vendían entradas y muchos espectadores dormían a la intemperie, a pesar de que miembros oficiales de las delegaciones levantaban carpas y casetas.
Las ceremonias religiosas, como los sacrificios, la música, la actuación teatral, discursos de reconocidos filósofos, recitales poéticos, desfiles, banquetes y celebraciones de victoria eran también cosa de todos los días en aquella época.
"Los antiguos Juegos eran diferentes a los modernos. Había muchos menos deportes y solamente podían competir hombres que hablaran griego, en vez de atletas de todos los países", dijo Miltiades Hatzopoulos, director del centro de investigación de las antigüedades griegas y romanas de la Fundación Nacional de Investigación.

La breve historia de los juegos olímpicos

La historia de las competencias deportivas masivas, se remonta varios siglos atrás, donde los principales ejemplos los encontramos en la antigua Grecia.
En sus principales ciudades, tales como Corinto, Delfos o Argólida, se organizaban eventos atléticos en honor de los dioses, sin embargo, los más importantes eran los que se celebraban en honor del dios Zeus en la ciudad sagrada de Olimpia, (una pequeña población en la parte noroeste de la península del Peloponeso, a unos 300 kilómetros de Atenas) cada cuatro años durante el verano.
Así, los Juegos Olímpicos nacieron en el 776 a.C., y durante cerca de tres mil años fueron el marco de competencias en las que participaban atletas de todas partes de Grecia y en las cuales siempre reinaba la paz, pues aunque existiera guerra en el momento que se efectuaban los juegos, se imponía una tregua entre los contendientes para no interferir en la realización de la olimpiada.

En sus primeros años, esta justa fue realizada mediante una sola competencia: una carrera de aproximadamente 190m en las inmediaciones de la ciudad. Pero con el paso del tiempo, los antiguos griegos decidieron añadir más disciplinas, como las carreras de distancia, la lucha y el pentatlón (en éste se combinaban el salto de longitud, el lanzamiento de jabalina y disco, así como carreras de velocidad y lucha).
Personas de todos los rincones del territorio griego asistían a ver las competencias, y se instalaban en tiendas de campaña en los alrededores de Olimpia y la ciudad vecina Élide. Entre los espectadores siempre podía contarse a políticos y autoridades de alto rango que aprovechaban la ocasión para concertar alianzas entre las ciudades, o comerciantes que vendían de todo, también a artistas y poetas que participaban en los festejos nocturnos o actuaban en los espacios públicos; así como a espectadores comunes que llenaban el estadio para ver las competencias.




En aquellos antiguos juegos participaban solamente hombres libres que hablaran griego, y las mujeres, tenían estrictamente prohibido intervenir. A tal grado existía la restricción, que aquellas que atrevieran a contravenir esta disposición podían ser castigadas incluso con la muerte si se les descubría en los juegos. Sin embargo había competencias de carrera para mujeres, las más famosas eran las que se llevaban a cabo en el estadio Olímpico en honor de la diosa Hera.
Entonces, aquellos que participaban, lo hacían compitiendo, a diferencia de nuestros días, siempre a título individual y no como hoy representando a un país. Curiosamente no se entregaban medallas; solamente se colocaba en la cabeza del ganador una guirnalda hecha con hojas de olivo. En todo caso, a los triunfadores se les concedía el honor de colocar una estatua con su efigie en la mítica Olimpia. En consecuencia, la fama seguía a los campeones olímpicos. En sus ciudades natales se erigían bustos de los vencedores y se escribían poemas en su honor.
A su regreso, los victoriosos recibían una bienvenida de héroes, con un desfile por las calles. También los podían recompensar con dinero, obsequios, se les condonaba el pago de impuestos, entre muchas otros beneficios; mientras que a los participantes que hacían trampa se les castigaba cobrándoles una multa que servía para financiar estatuas de bronce en honor de Zeus que se ponían en el camino al estadio Olímpico, en las cuales se escribía el nombre del tramposo y su ofensa.
Dentro de las principales características en las que se efectuaban aquellas olimpiadas, encontramos que antes de que comenzaran las competencias, los atletas tenían la obligación de sacrificar un cerdo en honor de los dioses, así como que la gran mayoría de los participantes contendían completamente desnudos, como forma mostrar con orgullo su condición física.
Uno de los espectáculos más célebres de los juegos fueron las carreras de cuadrigas, es decir, carrozas tiradas por cuatro caballos. Hay noticias de competencias en las que participaban hasta 40 carros. Tenían que dar lo más rápido posible doce vueltas a la pista que medía aproximadamente 1250m, sin importar las enormes cantidades de polvo que levantaran, o las caídas y vuelcos que sufrieran.

Incluso había cocheros, llamados aurigas, que perdieron la vida dentro de estas peligrosas competencias. Pero el más violento de los espectáculos deportivos en aquellas olimpiadas era indudablemente el pancracio. Esta era una lucha casi a muerte entre dos atletas, que combinaba el boxeo y la lucha libre. En este evento se permitía todo excepto romper dedos, sacar ojos y morder.
Pero los juegos olímpicos de la antigüedad no sólo eran un evento atlético. También favorecieron el desarrollo cultural al amparar la creación humana en diversos campos como en la escultura, arquitectura, matemáticas y poesía. Por ejemplo, destaca el Templo de Zeus en Olimpia, diseñado por Libon, y en cuya edificación se usó un sistema de proporciones geométricas que se basó en los planteamientos de Euclides.
Mientras que en la escultura, los juegos inspiraron el famoso “Discóbolo” de Mirón”. En cuanto a la poesía, se conocen infinidad de odas (como las “Olímpicas” y los Epinicios”), escritas por famosos poetas, como Píndaro y Simónides, para inmortalizar los triunfos de los atletas en las Olimpiadas
La última olimpiada de la antigüedad, con una larga lista de campeones, nombres y proezas, fue la del año 394, ya en la era Cristiana. Prohibidos por el emperador romano Teodosio I, por considerarlos un espectáculo pagano, condenó a la antorcha olímpica a mantenerse apagada durante muchos años.
No obstante, 1503 años después, gracias al esfuerzo de un idealista francés, Pierre Frédy, Barón de Coubertin y un grupo de soñadores, una vez más los juegos serían celebrados.

Bibliografía:
"Summer Olympics" - Sports Illustrated - David Wallechinsky
"Historia de los Juegos Olímpicos" - Enrique Sacco
"Juegos Olímpicos" - Leonides Barceló
"Los Juegos Olímpicos" - Lic. Luis Felipe Contecha Carrillo

Escribe: Guillermo Reyna Allan

lunes, 14 de julio de 2008

Horacio Quiroga, su vida; un cuento

Hoy, en Gotitas de Historia, recordamos a uno de los más grandes escritores que ha dado latinoamérica: el uruguayo Horacio Quiroga.
Residió en San Ignacio, Misiones, durante un tiempo y allí encontró inspiración para muchos de sus cuentos.
Repasamos aqui, en forma muy breve, su vida y les ofrecemos uno de sus cuentos...



Horacio Quiroga nace el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay.
En 1897 hace sus primeras colaboraciones en medios periodísticos. En 1900 viaja a París.

En 1902 mata accidentalmente, con una pistola, a su amigo Federico Ferrando. Se muda a Buenos Aires, Argentina.

En 1903 trabaja como profesor de castellano y acompaña, como fotógrafo, a Leopoldo Lugones en una expedición a la provincia de Misiones. En 1906 publica su relato Los perseguidos, un adelanto de lo que después se conocería como literatura psicológica.

En 1909 se casa con Ana María Cirés y se van a vivir a San Ignacio. En 1911 es nombrado juez de Paz. En 1915 se suicida su mujer. Regresa a Buenos Aires en 1916.

En 1917 publica Cuentos de amor de locura y de muerte y en 1919, Cuentos de la selva, libro escrito para sus hijos.

En 1927 se casa con María Bravo. En 1932 se traslada a Misiones. En 1936 su mujer lo deja y vuelve a Buenos Aires.

El 19 de febrero de 1937, aparece muerto por ingestión de cianuro poco después de enterarse que sufre de cáncer gástrico.


A la deriva

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.

-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!

-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.

-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

-Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.

-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.

¿Qué sería? Y la respiración...

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.

-Un jueves...

Y cesó de respirar.

Fuentes: Psicocuántico.blogspot.com - Wikipedia
Escribe: Guillermo Reyna Allan

miércoles, 2 de julio de 2008

Juana Azurduy

Juana Azurduy nació, en el cantón de Toroca en las cercanías de Chuquisaca, el 12 de julio de 1780. Ese año la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupac Catari y Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru. Durante su infancia su familia tiene un buen pasar. Ella aprenderá el quechua y el aymará. Trabajará en el campo, en las tareas de la casa, y se relacionará con los campesinos e indios.
A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza quedará a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía. Su adolescencia será conflictiva, ya que chocará con el conservadurismo de su tía, por lo que será enclaustrada en el Convento de Santa Teresa. Se rebelará contra la rígida disciplina, promoviendo reuniones clandestinas, donde conocerá la vida de Túpac Amaru y Micaela. Leerá la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que le llevará a la expulsión a los 8 meses de internada. De regreso a su región natal, conoce a Melchor Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios y obediente de las leyes realistas, quien muere lejos de su casa, en una cárcel porteña, acusado de colaborar con otra rebelión indígena, en el año 1784. Ligados a la historia de la resistencia alto peruana, estos hitos biográficos de Padilla ejercerán una enorme influencia sobre la formación de Juana Azurduy.

Manuel Padilla, hijo, establece una relación de profunda amistad con Juana. Éste frecuentó las universidades de Chuquisaca y compartió con Juana, su conocimiento por la revolución Francesa, las ideas republicanas, la lucha por la libertad, la igualdad, la fraternidad. Conoció los nombres de: Castells, Moreno, Monteagudo. El 8 de marzo de 1805 contrajeron matrimonio, y tuvieron tres hijos: Marino, Juliana y Mercedes.

Gozaron de una buena posición económica, pero Don Manuel como era criollo no pudo participar de cargos en el cabildo. Con la caída de Fernando VII bajo la ocupación de Napoleón, el 25 de mayo de 1809 se produjo la revolución de Potosí.

Manuel Padilla se sumó a la resistencia y encabezó a los indios Chayanta y triunfó. Juró servir a la causa americana y vengó a los patriotas fusilados en el levantamiento de La Paz. Un año después el general Vicento Nieto asumió la Real Audiencia , y condenó a la cárcel y a las mazmorras a todos aquellos que participaron de los levantamientos, entre ellos Padilla. Juana defendió con rebenque en mano su propiedad ante los realistas. Al año siguiente de la Revolución de Mayo, Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de Güemes, fueron la pesadilla del ejército realista. Doña Juana quiso acompañarlos pero estaba prohibida la presencia de mujeres en el ejército.

Su casa fue confiscada y debió ocultarse en la casa de una amiga. Manuel Padilla se enfrentó con las tropas realistas utilizando el método de guerrillas, venció en varias oportunidades y su nombre comenzó a convertirse en leyenda. Hacia 1813 los revolucionarios ocuparon Potosí y Padilla fue el encargado de organizar el ejército, tarea a la cual se sumó ahora sí Juana. Su ejemplo hizo que muchas mujeres se sumaran a la gesta. "En poco tiempo, el prestigio de Juana Azurduy se incrementó a límites casi míticos: los soldados de Padilla veían en ella la conjunción de una madre y esposa ejemplar con la valerosa luchadora; los indígenas prácticamente la convirtieron en objeto de culto, como una presencia vívida de la propia Pachamama".
Luego de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, la lucha se desplazó al nordeste de Bolivia, se le llamó la "Guerra de las Republiquetas". Durante este tiempo el cacique Juan Huallparrimachi, músico, poeta y descendiente de los incas, se unió a Juana Azurduy, fue su fiel lugarteniente. En el mes de marzo de 1814. Padilla y Azurduy vencieron a los realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del ejército español, puso todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos. Las tropas revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La Laguna y Juana Azurduy se internó en una zona de pantanos con sus cuatro hijos pequeños.
Las Niñas de Ayohuma
Allí se enfermaron cada uno de sus cuatro hijos, donde murieron Manuel y Mariano, antes de que Padilla y Juan Huallparrimachi, llegaran en auxilio. De vueltas en el refugio del valle de Segura murieron Juliana y Mercedes, las dos hijas, de fiebre palúdica y disentería. "Dicen los biógrafos que comienza aquí la guerra brutal contra los realistas:

"Padilla es cruel, es sanguinario (...) La guerra se ha desatado bárbaramente; ya no es la ley del Talión la que prima, sino una ley más inhumana, por un muerto se exigen dos, por dos, cuatro", afirma Gantier". "Juana Azurduy está nuevamente embarazada cuando combate el 2 de agosto de 1814 con Padilla y su tropa, en el cerro de Carretas. Y Juana Azurduy sufre ya los dolores de parto cuando escucha las pisadas de la caballería realista entrando en Pitantora. Luisa Padilla, la última hija de los amantes guerreros, nace junto al Río Grande y experimenta ahora en brazos de su madre los ardores de la vida revolucionaria".

Un grupo de suboficiales quisieron arrebatarle la caja con el tesoro de sesenta mil duros, el botín de guerra con el que contaban para su supervivencia las tropas revolucionarias, y que Juana Azurduy custodiaba con celoso fervor. Juana se alzó frente a ellos con su hija en brazos y la espada obsequiada por el General Belgrano.

Feroz y decidida, montó a caballo con la pequeña Luisa y, juntas, se zambulleron en el río. Lograron llegar con vida a la otra orilla. La hija recién nacida quedó a cargo de Anastasia Mamani, una india que la cuidó durante el resto de los años en que su madre continuó luchando por la independencia americana. En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus ordenes 6000 indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas lograron poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la muerte. Manuel Belgrano, en un hecho inédito, envió una carta donde la nombraba teniente coronel. La cabeza de Padilla fue exhibida en la plaza pública durante meses, ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia. El 15 de mayo de 1817 Juana al frente de cientos de cholos la recuperó.

Manuel Belgrano

Luego de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, la lucha se desplazó al nordeste de Bolivia, se le llamó la "Guerra de las Republiquetas". Durante este tiempo el cacique Juan Huallparrimachi, músico, poeta y descendiente de los incas, se unió a Juana Azurduy, fue su fiel lugarteniente. En el mes de marzo de 1814. Padilla y Azurduy vencieron a los realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del ejército español, puso todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos. Las tropas revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La Laguna y Juana Azurduy se internó en una zona de pantanos con sus cuatro hijos pequeños.

Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo, perdió toda colaboración de los porteños. Juana decidió dirigirse a Salta a combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser sorprendida por la muerte de éste, en 1821. Decidió regresar junto a su hija de 6 años, pero recién en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco pesos para poder regresar. En 1825 se declaró la independencia de Bolivia, el mariscal Sucre fue nombrado presidente vitalicio. Este le otorgó a Juana una pensión, que le fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares. Doña Juana terminó sus días olvidada y en la pobreza, el día 25 de mayo de 1962 cuando estaba por cumplir 82 años. Sus restos fueron exhumados 100 años después, para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje.

Esta carta fue escrita ocho años más tarde de la muerte de Güemes, cuando vagaba pobre y deprimida por las selvas del Chaco argentino:

"A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Cbarcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución. Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y otros, se presentó en su humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y homenaje a tan gran luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en presencia de los demás, y dícese que le manifestó que la nueva república no debería llevar su propio apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60 pesos que luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la caudilla: Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme".

Fuentes:
- Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy, "Mujeres de la Política Argentina ", Editorial Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 2001.
- Graciela Batticuore, Juana Azurduy en "Mujeres Argentinas, El lado femenino de nuestra historia", Maria Esther de Miguel, Editorial Extra Alfaguara, Buenos Aires, Argentina, 1998.
- Pacho O´Donnell, "Juana Azurduy, La Teniente Coronela ", Editorial Planeta.
- Gabriel O. Turone – Juana Azurduy.
- Elizabeth Fernández e Irene Ocampo, Juana Azurduy, 2005
- Oscar J. Planell Zanone – Oscar A. Turone. Efemérides Históricas.

Se permite la reproducción citando la fuente: www.lagazeta.com.ar

Escribe: Guillermo Reyna Allan