lunes, 27 de diciembre de 2010

La Quimera de El Dorado

En la conquista de América, las expediciones y masacres de Hernán Cortés en México y de Francisco Pizarro en Perú fueron los episodios más conocidos.

Pero, por las mismas fechas, otros conquistadores se lanzaron en rapiña hacia todas las direcciones de continente que acababan de descubrir. Los hubo que se aventuraron hasta América del Norte, en busca de los tesoros de las “Siete Ciudades de Cíbola”.

Pero la expedición de Coronado, que remontó el Colorado, descubrió el Gran Cañón y atravesó la Pradera, no logró los resultados apetecidos en 1540. Las minas de plata descubiertas en las montañas desérticas del norte de México (Zacatecas, 1546) señalaron durante largo tiempo el frente avanzado de la colonización española, que no se adentró en los espacios abiertos de América del Norte.
Un sueño turbaba todos los espíritus: el de El Dorado, el misterioso rey que, según se decía, se ungía el cuerpo con polco de oro antes de bañarse en una laguna sagrada. La crónica El Carnero, de Juan Rodríguez Freyle, relataría que:

“Desnudaban al heredero (…) y lo untaban con una liga pegajosa, y rociaban todo con oro en polvo, de manera que iba todo cubierto de ese metal. Metíanlo en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro y esmeraldas que llevaba a los pies en medio de la laguna, seguíanse luego los demás caciques que le acompañaban.”

El palacio del rey, ubicado entre las montañas de oro, era también de oro macizo. Hubo aventureros que lo buscaron en Venezuela, y luego se adentraron cada vez más en el continente. Se suponía que estaba ubicado en alguna parte de la selva amazónica, entre Ecuador, Perú, Colombia, o Brasil.

Los financieros europeos se vieron involucrados en el prometedor negocio. Los Welser, banqueros de Nuremberg, encargaron a un agente alemán descubrir los fabulosos tesoros, con el fin de cobrarse las deudas de la monarquía española.
En 1539, tres expediciones coincidieron en el lugar que más tarde sería la ciudad de Santa Fe de Bogotá: la de los Wesler de Nuremberg, la que Pizarro había enviado desde el Perú con Francisco de Orellana a la cabeza, y una tercera, llegada de Panamá.

Por supuesto, todo no era más que una quimera, y una no inocente. Junto con las exploraciones en busca de El Dorado se esparcían por el continente americano las nuevas enfermedades que traían los europeos, y los europeos mismos, gérmenes de la destrucción nativa.
Por otra parte, la conquista misma presentaba ya síntomas de agotamiento. Hacia el norte del continente, las principales fuerzas conquistadoras de Portugal y España no se adentraban, y hacia el sur, en la Coordillera de los Andes, luego de haber aniquilado todo a su paso, los españoles se toparon en Chile y Argentina con la resistencia de los araucanos.
Fuente: Venard, M.: Los Comienzos del Mundo Moderno, vol. V, Argos.
Sobrehistoria.com

sábado, 18 de diciembre de 2010

Los vándalos

Es sabido del prejuicio de los historiadores tradicionales hacia la naturaleza de los pueblos germanos que se expandieron durante la decadencia del imperio romano.





En contraste con la civilización romana, los pueblos “bárbaros”, como se los llamó peyorativamente, no poseían el mismo grado de organización política y social. Además, fueron un importante factor para el deterioro de las fuerzas militares romanas, incapaces de defender todo el territorio que habían conquistado en Europa.
Entre los bárbaros, los vándalos son los que peor reputación adquirieron. En el idioma castellano, la palabra vándalo puede referirse tanto al pueblo germano como a un “hombre que comete acciones propias de gente salvaje y desalmada”.


El origen de los vándalos puede rastrearse hacia los primeros siglos de nuestra era, cuando fueron desplazándose desde las regiones germanas hasta la península ibérica. Hacia el 400 d.C., llegaron a la provincia romana de Hispania, desde donde cruzaron finalmente a las ricas tierras agrestes del norte de África.
Genserico, fundador del reino vándalo en África, se convirtió así en un soberano del “imperio del trigo”, cuya capital era la ciudad de Cartago. En este territorio, el poder real dispuso de órganos rudimentarios: el gobierno central se confundía con la corte de Cartago, formada por compañeros del rey.
Los caballeros, cubiertos de hierro, tocados con un yelmo cónico, armados de un arco y una espada, constituyeron la fuerza principal de la monarquía vándala. Las cualidades guerreras de ese puñado de hombres les permitieron instalar su eficaz dominio en la población romana de África. Incluso expandirse y enviar una incursión para saquear Roma en el año 455.



Pero si bien algunas costumbres germanas se filtraron en la vida cotidiana de los romanos, los vándalos en el poder seguían siendo una minoría que estaba condenada a desaparecer, asimilada por la masa romana.
Los reyes vándalos intentaron oponerse a la fusión de razas y culturas por medio de una política de segregación estricta: Genserico eligió para sus guerreros las mejores tierras de la Proconsular (norte de Túnez) y expulsó de ellas a los propietarios romanos, que tuvieron que establecerse en otro lado. Prohibió los matrimonios mixtos, y sólo los vándalos tenían derecho de llevar armas. Cada comunidad conservó su organización y costumbres.
Pero muy pronto los vándalos se acomodaron a la manera romana de vivir, se afeitaron la barba, frecuentaron el circo y las termas, los guerreros se casaban con romanas, los hijos iban a la escuela del gramático.

La lengua vándala no tardó en dejar de hablarse; han quedado pocas huellas de ella. Las costumbres ancestrales en materia de construcción, alfarería y vestimenta se olvidaron en las tierras africanas. El conquistador había sido conquistado.

Lista de reyes vándalos
Visumaro Siglo III d. C.
Godegisilio (¿?—406)
Gunderico (407-428)
Genserico (428-477)
Hunerico (477-484)
Guntamundo (484-496)
Trasamundo (496-523)
Hilderico (523-530)
Gelimer (530-534)

Fuentes e imágenes: Wikipedia / MundoHistoria / Pietri, L.: La Edad Media (siglos V al XV), El mundo y su Historia, Argos / Cameron, A.: El Mediterráneo en la Antigüedad Tardía (395-600)

Historiasobrehisgtoria.com

GRA



jueves, 9 de diciembre de 2010

A 25 años de la Sentencia del Juicio a las Juntas

En el proceso fueron juzgados y enviados a prisión los dictadores y represores que tomaron el Poder por asalto en 1976, tras un golpe de Estado y gobernaron de facto el país hasta el regreso a la democracia, en 1983.

Se conoce como Juicio a las Juntas el proceso judicial realizado por la justicia civil (por oposición a la justicia militar) en la Argentina en 1985, por orden del presidente Raúl Ricardo Alfonsín (1983-1989) contra las tres primeras juntas militares de la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) debido a las graves y masivas violaciones de derechos humanos cometidas en ese período.

La sentencia condenó a algunos integrantes de las tres primeras juntas militares a severas penas. Éstos fueron indultados en 1990 por el presidente Carlos Menem. A partir de 2006 la justicia comenzó a declarar inconstitucionales los indultos decretados.

El 15 de diciembre de 1983, cinco días después de asumir como presidente, Alfonsín sancionó los decretos 157 y 158. Por el primero se ordenaba enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones guerrilleras ERP y Montoneros; por el segundo se ordenaba procesar a las tres juntas militares que dirigieron el país desde el golpe militar del 24 de marzo de 1976 hasta la Guerra de las Malvinas.

El mismo día creó una Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas CONADEP, integrada por personalidades independientes para relevar, documentar y registrar casos y pruebas de violaciones de derechos humanos, y fundar así el juicio a las juntas militares.


Fuente: Página16.com

sábado, 4 de diciembre de 2010

Illia en pijamas

Fué Presidente, lo voltearon porque anuló los contratos petroleros y por la ley de medicamntos que le ponía límites a los laboratorios, murió pobre.

En un glorioso recital, Jairo contó una vivencia estremecedora de su Cruz del Eje natal. Una madrugada su hermanita no paraba de temblar mientras se iba poniendo morada. Sus padres estaban desesperados. No sabían que hacer. Temían que se les muriera y fueron a golpear la puerta de la casa del médico del pueblo.

El doctor Arturo Illia se puso un sobretodo sobre el pijama , se trepó a su bicicleta y pedaleó hasta la casa de los González. Apenas vio a la nenita dijo: “Hipotermia”. “No se si mi padre entendió lo que esa palabra rara quería decir”, contó Jairo. La sabiduría del médico ordenó algo muy simple y profundo. Que el padre se sacara la camisa, el abrigo y que con su torso desnudo abrazara fuertemente a la chiquita a la que cubrieron con un par de mantas. “¿No le va a dar un remedio, doctor?”, preguntó ansiosa la madre. Y Arturo Illia le dijo que para esos temblores no había mejor medicamento que el calor del cuerpo de su padre.

A la hora la chiquita empezó a recuperar los colores. Y a las 5 de la mañana, cuando ya estaba totalmente repuesta, don Arturo se puso otra vez su gastado sobretodo, se subió a la bicicleta y se perdió en la noche.

Jairo dijo que lo contó por primera vez en su vida. Tal vez esa sabiduría popular, esa actitud solidaria, esa austeridad franciscana lo marcó para siempre. El teatro se llenó de lágrimas. Los aplausos en la sala denotaron que gran parte de la gente sabía quien había sido ese médico rural que llegó a ser presidente de la Nación. Pero afuera me di cuenta que muchos jóvenes desconocían la dimensión ética de aquél hombre sencillo y patriota.

Y les prometí que hoy, en esta columna les iba a contar algo de lo que fue esa leyenda republicana.Llegó a la presidencia en 1963, el mismo año en que el mundo se conmovía por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y lloraba la muerte del Papa Bueno, Juan XXIII.Tal vez no fue una casualidad. El mismo día que murió Juan XXIII nació Illia como un presidente bueno. Hoy todos los colocan en el altar de los próceres de la democracia.Le doy apenas alguna cifras para tomar dimensión de lo que fue su gobierno. El Producto Bruto Interno (PBI) en 1964 creció el 10,3% y en 1965 el 9,1%. “Tasas chinas”, diríamos ahora. En los dos años anteriores, el país no había crecido, había tenido números negativos. Ese año la desocupación era del 6,1%. Asumió con 23 millones de dólares de reservas en el Banco Central y cuando se fue había 363. Parece de otro planeta. Pero quiero ser lo mas riguroso posible con la historia. Argentina tampoco era un paraíso. El gobierno tenía una gran debilidad de origen. Había asumido aquel 12 de octubre de 1963 solamente con el 25,2% de los votos y en elecciones donde el peronismo estuvo proscripto.

Le doy un dato mas: el voto en blanco rozó el 20% y por lo tanto el radicalismo no tuvo mayoría en el Congreso. Tampoco hay que olvidar el encarnizado plan del lucha que el Lobo Vandor y el sindicalismo peronista le hizo para debilitarlo sin piedad. Por supuesto que el gobierno también tenía errores como todos los gobiernos. Pero la gran verdad es que Illia fue derrocado por sus aciertos y no por sus errores. Por su historica honradez, por la autonomía frente a los poderosos de adentro y de afuera. Tuvo el coraje de meter el bisturí en los dos negocios que incluso hoy mas facturan en el planeta: los medicamentos y el petróleo. Nunca le perdonaron tanta independencia. Por eso le hicieron la cruz y le apuntaron los cañones.

Por eso digo que a Illia lo voltearon los militares fascistas como Onganía que defendían los intereses económicos de los monopolios extranjeros. El lo dijo con toda claridad: a mi me derrocaron las 20 manzanas que rodean a la casa de gobierno. Nunca más un presidente en nuestro país volvió a viajar en subte o a tomar café en los bolichones. Nunca mas un presidente hizo lo que el hizo con los fondos reservados: no los tocó.

Nació en Pergamino pero se encariñó con Cruz del Eje donde ejerció su vocación de arte de curar personas con la medicina y de curar sociedades con la política. Allí conoció a don González el padre de Marito, es decir de Jairo. Atendió a los humildes y peleó por la libertad y la justicia para todos. A Don Arturo Humberto Illia lo vamos a extrañar por el resto de nuestros días. Porque hacía sin robar. Porque se fue del gobierno mucho mas pobre de lo que entró y eso que entró pobre. Su modesta casa y el consultorio fueron donaciones de los vecinos y en los últimos días de su vida atendía en la panadería de un amigo. Fue la ética sentada en el sillón de Rivadavia. Yo tenía 11 años cuando los golpistas lo arrancaron de la casa de gobierno. Mi padre que lo había votado y lo admiraba profundamente se agarró la cabeza y me dijo:- Pobre de nosotros los argentinos. Todavía no sabemos los dramas que nos esperan.Y mi viejo tuvo razón. Mucha tragedia le esperaba a este bendito país. Yo tenía 11 años pero todavía recuerdo su cabeza blanca, su frente alta y su conciencia limpia.



Alfredo Leuco

sábado, 27 de noviembre de 2010

Andresito, uno de los próceres "olvidados"



Cuando se diseñó la galería de próceres argentinos, no se tuvo en cuenta los heroicos hombres que actuaron lejos del área de influencia de la elite “culta” porteña. Los hombres ilustrados, rectores en la confección de nuestros programas educativos, quizá deslumbrados por el avance del conocimiento europeo, trazaron paralelos entre los modelos importados y nuestros distinguidos patriotas. Nunca miraron más allá del territorio de Buenos Aires. Con algunas excepciones se ocuparon de rescatar del olvido a descollantes personajes cordobeses, santiagueños, tucumanos, riojanos, santafesinos, entrerrianos, correntinos, mendocinos, sanjuaninos, y salteños. Es que ése era el escenario de los avatares de la política porteña. Lo que ocurrió antes de su protagonismo histórico nacional, poco les importó. Esta será la razón, quizá, por la que desconocemos la existencia de figuras aborígenes o mestizas, que también ayudaron a construir nuestra identidad nacional.

Entre esos hombres que bien podrían constituirse en modelos para las jóvenes generaciones, quiero rescatar para ustedes la figura de Andrés Guacurarí. Hombre bajito, bien proporcionado de cuerpo, cara redonda, huellas de viruela sobre ella, poca barba, mirada penetrante, mestizo de blanco e india, valiente y supersticioso, sabía leer y escribir. Para la clase dominante de entonces era “hijo bastardo”, así que debió vivir con su madre. Un cura de Santo Tomé advirtió la inteligencia del mancebo, tomándolo a su cuidado, brindándole una esmerada educación. En los años de la invasión portuguesa a nuestro litoral norte, conoció a José Gervasio Artigas, oriental comprometido en las luchas políticas de su tiempo. El “protector de los pueblos libres”, lo adoptó como hijo, nombrándolo en 1815, Comandante General de las Misiones. Su misión era custodiar el territorio apetecido por los lusitanos afincados en Brasil. Eran épocas de organización nacional. Recuérdese la negativa a enviar diputados al Congreso de Tucumán reunido en 1816, de las provincias litoraleñas, lideradas por Artigas.

Nuestro personaje se ganó la admiración de sus contemporáneos, que lo llamaron cariñosamente “Andresito”. Con este apelativo se inmortalizó en la toponimia misionera. Participó en numerosas campañas militares contra las fuerzas brasileras, destacándose siempre por su arrojo, valentía y dotes de mando. Brilló en los encuentros militares de La Candelaria, Rincón de la Cruz, Saladas, San Nicolás, y otros. El 9 de mayo de 1819 fue derrotado junto a su padre adoptivo, Artigas, por el comandante portugués Abreu, en la batalla de Itacurubí. Cae prisionero y comienza para él una denigrante vida transcurrida en las cárceles brasileñas.

Andrés Guacurarí, el Comandante Andresito, consigue en 1821 el indulto merced a los oficios del influyente español Francisco Borja Margariño. A partir de ese momento pierde protagonismo histórico, pues los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto a la fecha y lugar de su muerte. Algunos afirman que fue asesinado en el camino de regreso, otros sostienen que murió envenenado en una cárcel.

El 3 de julio de 1821 Andrés Guacuaraí arribó a Montevideo y a partir de esa fecha se pierden sus rastros. No se sabe si murió en Montevideo, si volvió a Misiones, si murió en el viaje, si fue envenenado en la prisión. Lo que si se sabe es que con su prisión Misiones perdió uno de sus mejores hombres. Su acción permitió que esta provincia quedara para la patria.

Andresito ocupó los cargos de: comandante General de las Misiones, Capitán de Blandengues, Teniente Gobernador de Corrientes, Coronel de Caballería del Ejército Patriota. Vivió y murió en el anonimato, luchando por la causa federal que le supo transmitir su padre adoptivo, el gran Caraí Guazú Artigas, según sus propias expresiones.




Campaña del Río Paraná contra la Invasión Parguaya (1815)Andresito fue designado por Artigas en 1815, Comandante General de Misiones, cargo que ocupó hasta 1816.El Dr. Gaspar Rodríguez de Francia, so pretexto de inconducta de las fuerzas artiguistas en su frontera, dispuso la ocupación de los pueblos misioneros de la banda oriental del Paraná. El capitán paraguayo Francisco Antonio González se apoderó en agosto de 1815 violentamente de los pueblos de Candelaria, Santa Ana, Loreto, San Ignacio y Corpus. Posteriormente lo reemplazó el comandante José Isasi.Artigas ordena a Andresito que impida el avance paraguayo y que los haga repasar el río Paraná. Organizó una fuerza de 500 hombres (indios) de infantería y caballería. Se recupera Candelaria; el asalto fue dirigido por fray José Acevedo y el capitán Manuel Miño el 10 de Septiembre de 1815. Isasi se entrega. Con posterioridad Andresito recupera los demás pueblos: Santa Ana, San Ignacio Miní, Loreto y Corpus.Andresito gobernador de MisionesAsumió el gobierno de Misiones con el cargo de Comandante General. Instaló su sede en Candelaria. Su gobierno fue recto y justo, procediendo en todo, conforme a la orientación política artiguista. Recuperó los pueblos misioneros sobre el Paraná.Los Cabildos indios volvieron a funcionar regularmente durante su gobierno. Se encargaron de administrar las estancias y yerbales y comerciar con las demás provincias.Instaló una fábrica de pólvora en Concepción. Ordenó la construcción de rústicos hornos para fabricar chuzas.Toda su organización fue interrumpida por la invasión portuguesa.Primera campaña del Río Uruguay contra la invasión Luso-Brasileña (1816)Es intención de Andresito la reconquista de las misiones Orientales, para ello instaló una fábrica de pólvora y reorganizó su ejército.Inicia la marcha con 1000 hombres desde Santo Tomé en 1816. Obtiene un triunfo en Sao Joa Vello. Por proclama hace saber a los 7 pueblos sus intenciones. Instaló su campamento en Itaquí (frente a Alvear, Corrientes). Los luso-brasileños tienen su campamento en San Borja. Se produce un combate en Rincón de la Cruz, triunfa Andresito y recibe la adhesión de los naturales de la región.Andresito sitió San Borja el 21 de septiembre de 1816, los luso-brasileños se resisten, después reciben refuerzos y derrotan a Andresito obligándolo a retirarse repasando el río Uruguay.Los portugueses vuelven a atacar en 1817 en la cercanía de la barra del Aguapey.Por órdenes del gobernador de Río Grande do Sul, los luso-brasileños saquearon e incendiaron los pueblos de Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé, Santa María y Mártires. Saquearon únicamente a Apóstoles, San José y San Carlos y llevaron cuanto había de valor.Dos veces más atacaron los portugueses pero los ejércitos de Andresito los derrotaron en Apóstoles y San Carlos.Campaña de Corrientes en defensa del federalismo (1818-1819)Luego del combate de San Carlos, Andresito instaló su cuartel en Tranquera de Loreto y vigiló los movimientos de los paraguayos y de los portugueses.Recibió las órdenes de Artigas de marchar sobre Corrientes para reestablecer la autoridad federal, resentida por un golpe militar dirigido por el capitán José F. Vedoya adherido al centralismo porteño.Se produjeron dos encuentros, uno en Caa-Catí y otro en Saladas en 1818, ambos posibilitaron el triunfo de Andresito.Andresito gobernador de CorrientesEjerció la gobernación hasta abril de 1819. Reorganizó el gobierno civil. Ningún pueblo dejó de tener autoridad constituida.Había un enfrentamiento entre el patriciado de las ciudades capitales y las masas rurales. La sociedad correntina estaba acostumbrada desde la época de las colonias, a encomiendas donde no existían los sueldos y se trabajaba por la comida; a los hijos se los tenía en las casas de viejas familias como "criados", con la paga del plato diario. Los indios eran la base de todas estas actividades y los esclavos. Andresito se abocó a la tarea de liberar indios y esclavos.Realizó el reparto de tierras a los que las necesitaban y a los que las querían para trabajarlas.Segunda campaña del Río Uruguay contra la invasión Luso-Brasileña (1819)Para 1819 el ejército de Artigas no contaba con suficientes medios ni hombres para resistir a los invasores. Sólo Andresito volvió a la lucha; abatió guarniciones enemigas y tomó posición de los pueblos de las misiones orientales. Se instaló en San Nicolás. Quiso atacar a Chagas, pero el asalto fracasó y los luso-portugueses se retiraron y pidieron refuerzos a Porto Alegre y a Alegrete.Andresito marchó al sur intentando contactarse con Artigas, pero no lo consiguió. Chagas con refuerzos retomó San Nicolás.Andresito decide volver y en su contramarcha chocó con las poderosas fuerzas brasileñas en Itá-Curuví en Julio de 1819. El combate fue violento. Andresito debió retirarse y dispersar sus tropas con la consigna de reunirse en la otra banda del río Uruguay, en nuestra provincia. Algunos lo consiguieron, otros grupos fueron alcanzados por los luso-portugueses y se produjeron sangrientos entreveros, en uno de los cuales perdió a vida el cacique Tiraparé. Cuando Andresito se preparaba para cruzar el río en una jangadilla con un pequeño grupo fue sorprendido por una fuerte patrulla que lo tomó prisionero. Fue llevado a las cárceles de Porto Alegre a pié, con cueros frescos atados por el cuello que se iban secando en el camino. Debió trabajar en obras públicas. Luego fue llevado a un pontón a Río de Janeiro con otros compañeros y luego a la isla Das Cobras.




Fuentes:- Colaboracion de José Ramón Farías- La Gazeta Federal http://www.lagazeta.com.ar/Ver temas reacionados:- José Gervacio de Artigas- Artigas y el Revisionismo histórico- Instrucciones del año XIII


jueves, 18 de noviembre de 2010

La batalla de la Vuelta de Obligado

El 20 de noviembre de 1845 en las costas del Río Paraná, se batieron con alma y vida las tropas argentinas hasta quedar sin munición, y vencidos por la superioridad de las fuerzas invasoras, con armas de alta tecnología como los nuevos "barcos de guerra a vapor" y los cañones estriados de carga posterior. La Flota Inglesa al mando del Almirante Inglefield y la francesa al mando del almirante Lainé. Después del bombardeo y al desembarco, las cargas de bayoneta se repitieron y los principales jefes argentinos fueron heridos en combate. Los gritos de Viva la Patria se repetían y en medio del combate, la banda de Música del Regimiento Nº 1 de Patricios por orden del General Lucio Norberto Mansilla, tocó el Himno Nacional Argentino, coreado a gritos de rabia por los bravos que defendían la posición. Por eso el 20 de noviembre, recordamos en nuestra Patria, el 160º Aniversario del Día de la Soberanía Nacional ".


El Dr. Sabino O´Donnell, a quienes algunos consideran nuestro primer cronista de guerra, deja un valioso testimonio sobre el combate: “Hoy he visto lo que es un valiente. Empezó el fuego a las 9 y media y duró hasta las 5 y media de la tarde en las baterías, y continúa ahora entre el monte de Obligado el fuego de fusil (son las 11 de la noche). Mi tío ha permanecido entre los merlones de las baterías y entre las lluvias de balas y la metralla de 120 cañones enemigos. Desmontada ya nuestra artillería, apagados completamente sus fuegos, el enemigo hizo señas de desembarcar; entonces mi tío se puso personalmente al frente de la infantería y marchaba a impedir el desembarco, cuando cayó herido por el golpe de metralla; sin embargo se disputó el terreno con honor, y se salvó toda la artillería volante.Nuestra pérdida puede aproximarse a trescientos valientes entre muertos, heridos y contusos; la del enemigo puede decirse que es doblemente mayor; han echado al agua montones de cadáveres (...)Esta es una batalla muy gloriosa para nuestro país. Nos hemos defendido con bizarría y heroicidad” Al día siguiente de la batalla llegarían los doctores Mariano Martínez y Claudio Silva, del Hospital del cuartel de Santos Lugares, enviados por Rosas. Sostendrán una junta médica con O´Donnelll y con el doctor Mariano Marenco y el profesor Cornelio Romero. El informe a Palermo, fué el siguiente:“El doctor D. Sabino O´Donnell que había asistido al Sr. General desde los primeros momentos, nos hizo la historia de los accidentes que había sufrido y los medios que había empleado para evitar perniciosas consecuencias. El Sr. General Mansilla recibió en la tarde del 20 un golpe de metralla (la que hemos visto y pesa más de más de una libra) en el lado izquierdo del estómago, sobre las distintas costillas, y según hemos reconocido, ha sido fracturada una de estas. Cayó sin sentido, sufrió por muchas horas desmayos, vómitos, y otros molestos accidentes que fueron calmando gradualmente; se le ha aplicado un vendaje apropiado para remediar la fractura de la costilla, y se emplean los medios que aconseja el arte”.

Fue una honrosa derrota de las Fuerzas de la Confederación Argentina , pero no fue el fin de la Guerra. La victoria de las Fuerzas Navales Franco-Inglesas fue un gran problema, porque forzaron el paso del Río Paraná y dominaron todo el río, para proteger sus buques mercantes, pero NO podían avanzar tierra adentro fuera de las costas, comerciando con sus cien buques cargados de mercaderías en los principales puertos de la Mesopotamia , el Paraguay y el Uruguay. Pero el sentimiento de toda la Nación Argentina se oponía a ello. Soberanía Nacional que defiende el Brigadier Juan Manuel de Rosas, por la ambición desmedida de los Gobiernos de Gran Bretaña, de Francia y del Imperio de Brasil. Oportunidad donde se deshace: el proyecto de independizar la Mesopotamia (gestionado por los interventores extranjeros en el tratado de Alcarás, entre Urquiza y Jefes unitarios. Se termina la intervención naval Anglo-Francesa. Y poco después, el 13 de julio de 1846, Sir Samuel Tomás Hood, con plenos poderes de los gobiernos de Inglaterra y Francia, presenta humildemente ante Rosas "el más honorable retiro posible de la intervención naval conjunta". Que el Restaurador de las Leyes lo haría pagar en un bien ganado "precio de laureles". Donde finaliza la posibilidad de Intervenir al Paraguay, y que el Uruguay pase a ser una colonia francesa.

Previamente las potencias europeas se habían desligado del Imperio de Brasil y no le permiten intervenir en la contienda y las "utilidades comerciales" del ambicioso proyecto. Teniendo que definir la ocupación definitiva de las Misiones Orientales recién después de Caseros, con la colaboración de Urquiza, cuando derrotan al Gral Oribe en el Uruguay primero y a Rosas en la Confederación Argentina. El anciano General San Martín desde Francia envió una carta a Rosas el 11 de enero de 1846, donde le escribía sobre: "...la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y de la Francia contra nuestro país...". Tal fue su sentimiento que en carta anterior a la contienda, ofreció su espada y que se subordinaba a Rosas para combatir al enemigo que acechaba y atacaba a nuestra Patria. (Ver Rosas y San Martíin durante la agresión anglo-francesa) El fin de la Guerra del Río Paraná se logró luego de la derrota de los invasores el 4 de Junio de 1846 en el combate en "El Quebracho", lo que llevaría al cese de las hostilidades por parte de Gran Bretaña y luego Francia y el posterior reinicio de las relaciones comerciales y amistosas con la Confederación Argentina , y con el Brigadier General Juan Manuel de Rosas, defensor de la Soberanía Nacional.

Fuente: lagazeta.com.ar






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sábado, 30 de octubre de 2010

Apología del matambre, de Estéban Echeverría

Un extranjero que ignorando absolutamente el castellano oyese por primera vez pronunciar, con el énfasis que inspira el nombre, a un gaucho que va ayuno y de camino, la palabra matambre , diría para sí muy satisfecho de haber acertado: éste será el nombre de alguna persona ilustre, o cuando menos el de algún rico hacendado. Otro que presumiese saberlo, pero no atinase con la exacta significación que unidos tienen los vocablos mata y hambre , al oírlos salir rotundos de un gaznate hambriento, creería sin duda que tan sonoro y expresivo nombre era de algún ladrón o asesino famoso. Pero nosotros, acostumbrados desde niños a verlo andar de boca en boca, a chuparlo cuando de teta, a saborearlo cuando más grandes, a desmenuzarlo y tragarlo cuando adultos, sabemos quién es, cuáles son sus nutritivas virtudes y el brillante papel que en nuestras mesas representa.

No es por cierto el matambre ni asesino ni ladrón; lejos de eso, jamás que yo sepa, a nadie ha hecho el más mínimo daño: su nombradía es grande; pero no tan ruidosa como la de aquéllos que haciendo gemir la humanidad, se extiende con el estrépito de las armas, o se propaga por medio de la prensa o de las mil bocas de la opinión. Nada de eso; son los estómagos anchos y fuertes el teatro de sus proezas; y cada diente sincero apologista de su blandura y generoso carácter. Incapaz por temperamento y genio de más ardua y grave tarea, ocioso por otra parte y aburrido, quiero ser el órgano de modestas apologías, y así como otros escriben las vidas de los varones ilustres, trasmitir si es posible a la más remota posteridad, los histórico-verídicos encomios que sin cesar hace cada quijada masticando, cada diente crujiendo, cada paladar saboreando, el jugoso e ilustrísimo matambre.
Varón es él como el que más; y si bien su fama no es de aquéllas que al oro y al poder prodiga la rastrera adulación, sino recatada y silenciosa como la que al mérito y la virtud tributa a veces la justicia; no por eso a mi entender debe dejarse arrinconada en la región epigástrica de las innumerables criaturas a quienes da gusto y robustece, puede decirse, con la sangre de sus propias venas . Además, porteño en todo, ante todo y por todo, quisiera ver conocidas y mentadas nuestras cosas allende los mares, y que no nos vengan los de extranjis echando en cara nuestro poco gusto en el arte culinario, y ensalzando a vista y paciencia nuestra los indigestos y empalagosos manjares que brinda sin cesar la gastronomía a su estragado apetito; y esta ráfaga también de espíritu nacional, me mueve a ocurrir a la comadrona intelectual, a la prensa, para que me ayude a parir si es posible sin el auxilio del forceps , este más que discurso apologético.
Griten en buena hora cuanto quieran los taciturnos ingleses, roast-beef , plum pudding ; chillen los italianos, maccaroni , y váyanse quedando tan delgados como una I o la aguja de una torre gótica. Voceen los franceses omelette souflée , omelette au sucre , omelette au diable ; digan los españoles con sorna, chorizos , olla podrida , y más podrida y rancia que su ilustración secular. Griten en buena hora todos juntos, que nosotros, apretándonos los flancos soltaremos zumbando el palabrón, matambre , y taparemos de cabo a rabo su descomedida boca.
Antonio Pérez decía: "Sólo los grandes estómagos digieren veneno", y yo digo: "Sólo los grandes estómagos digieren matambre". No es esto dar a entender que todos los porteños los tengan tales; sino que sólo el matambre alimenta y cría los estómagos robustos, que en las entendederas de Pérez eran los corazones magnánimos.
Con matambre se nutren los pechos varoniles avezados a batallar y vencer, y con matambre los vientres que los engendraron: con matambre se alimentan los que en su infancia, de un salto escalaron los Andes, y allá en sus nevadas cumbres entre el ruido de los torrentes y el rugido de las tempestades, con hierro ensangrentado escribieron: Independencia, Libertad ; y matambre comen los que a la edad de veinte y cinco años llevan todavía babador, se mueven con andaderas y gritan balbucientes: Papá... papá... Pero a juventudes tardías, largas y robustas vejeces, dice otro apotegma que puede servir de cola al de Pérez.
Siguiendo, pues, en mi propósito, entraré a averiguar quién es éste tan ponderado señor y por qué sendas viene a parar a los estómagos de los carnívoros porteños. El matambre nace pegado a ambos costillares del ganado vacuno y al cuero que le sirve de vestimenta; así es que, hembras, machos y aun capones tienen sus sendos matambres, cuyas calidades comibles varían según la edad y el sexo del animal: macho por consiguiente es todo matambre cualquiera que sea su origen, y en los costados del toro, vaca o novillo adquiere jugo y robustez. Las recónditas transformaciones nutritivas y digestivas que experimenta el matambre, hasta llegar a su pleno crecimiento y sazón, no están a mi alcance: naturaleza en esto como en todo lo demás de su jurisdicción, obra por sí, tan misteriosa y cumplidamente que sólo nos es dado tributarle silenciosas alabanzas.
Sábese sólo que la dureza del matambre de toro rechaza al más bien engastado y fornido diente, mientras que el de un joven novillo y sobre todo el de vaca, se deja mascar y comer por dientecitos de poca monta y aún por encías octogenarias. Parecer común es, que a todas las cosas humanas por más bellas que sean, se le puede aplicar pero, por la misma razón que la perspectiva de un valle o de una montaña varía según la distancia o el lugar de donde se mira y la potencia visual del que la observa. El más hermoso rostro mujeril suele tener una mancha que amortigua la eficacia de sus hechizos; la más casta resbala, la más virtuosa cojea: Adán y Eva, las dos criaturas más perfectas que vio jamás la tierra, como que fueron la primera obra en su género del artífice supremo, pecaron; Lilí por flaqueza y vanidad, el otro porque fue de carne y no de piedra a los incentivos de la hermosura. Pues de la misma mismísima enfermedad de todo lo que entra en la esfera de nuestro poder, adolece también el matambre. Debe haberlos, y los hay, buenos y malos, grandes y chicos, flacos y gordos, duros y blandos; pero queda al arbitrio de cada cual escoger al que mejor apetece a su paladar, estómago o dentadura, dejando siempre a salvo el buen nombre de la especie matambruna, pues no es de recta ley que paguen justos por pecadores, ni que por una que otra indigestión que hayan causado los gordos, uno que otro sinsabor debido a los flacos, uno que otro aflojamiento de dientes ocasionado por los duros, se lance anatema sobre todos ellos.
Cosida o asada tiene toda carne vacuna, un dejo particular o sui generis debido según los químicos a cierta materia roja poco conocida y a la cual han dado el raro nombre de osmazomo (olor de caldo). Esta substancia pues, que nosotros los profanos llamamos jugo exquisito, sabor delicado, es la misma que con delicias paladeamos cuando cae por fortuna en nuestros dientes un pedazo de tierno y gordiflaco matambre: digo gordiflaco porque considero esencial este requisito para que sea más apetitoso; y no estará de más referir una anecdotilla, cuyo recuerdo saboreo yo con tanto gusto como una tajada de matambre que chorree.
Era yo niño mimado, y una hermosa mañana de primavera, llevóme mi madre acompañada de varias amigas suyas, a un paseo de campo. Hízose el tránsito a pie, porque entonces eran tan raros los coches como hoy el metálico; y yo, como era natural, corrí, salté, brinqué con otros que iban de mi edad, hasta más no poder. Llegamos a la quinta: la mesa tendida para almorzar nos esperaba. A poco rato cubriéronla de manjares y en medio de todos ellos descollaba un hermosísimo matambre.
Repuntaron los muchachos que andaban desbandados y despacháronlos a almorzar a la pieza inmediata, mientras yo, en un rincón del comedor, haciéndome el zorrocloco, devoraba con los ojos aquel prodigioso parto vacuno. "Vete niño con los otros", me dijo mi madre, y yo agachando la cabeza sonreía y me acercaba: "Vete, te digo", repitió, y una hermosa mujer, un ángel, contestó: "No, no; déjelo usted almorzar aquí", y al lado suyo me plantó de pie en una silla. Allí estaba yo en mis glorias: el primero que destrizaron fue el matambre; dieron a cada cual su parte, y mi linda protectora, con hechicera amabilidad me preguntó: "¿Quieres, Pepito, gordo o flaco?". "Yo quiero, contesté en voz alta, gordo, flaco y pegado", y gordo, flaco y pegado repitió con gran ruido y risotadas toda la femenina concurrencia, y dióme un beso tan fuerte y cariñoso aquella preciosa criatura, que sus labios me hicireon un moretón en la mejilla y dejaron rastros indelebles en mi memoria.
Ahora bien, considerando que este discurso es ya demasiado largo y pudiera dar hartazgo de matambre a los estómagos delicados, considerando también que como tal, debe acabar con su correspondiente peroración o golpe maestro oratorio, para que con razón palmeen los indigestos lectores, ingenuamente confieso que no es poco el aprieto en que me ha puesto la maldita humorada de hacer apologías de gente que no puede favorecerme con su patrocinio. Agotado se ha mi caudal encomiástico y mi paciencia y me siento abrumado por el enorme peso que inconsiderablemente eché sobre mis débiles hombros.
Sin embargo, allá va, y obre Dios que todo lo puede, porque sería reventar de otro modo. Diré sólo en descargo mío, que como no hablo ex-cátedra, ni ex-tribuna, sino que escribo sentado en mi poltrona, saldré como pueda del paso, dejando que los retóricos apliquen a mansalva a este mi discurso su infalible fallo literario. Incubando estaba mi cerebro una hermosa peroración y ya iba a escribirla, cuando el interrogante "¿qué haces?" de un amigo que entró de repente, cortó el rebesino a mi pluma. "¿Qué haces?", repitió. Escribo una apología. "¿De quién?" Del matambre. "¿De qué matambre, hombre?" De uno que comerás si te quedas, dentro de una hora. "¿Has perdido la chaveta?" No, no, la he recobrado, y en adelante sólo escribiré de cosas tales, contestando a los impertinentes con: fue humorada, humorada, humorada. Por tal puedes tomar, lector, este largo artículo; si te place por peroración el fin; y todo ello, si te desplace, por nada.
Entre tanto te aconsejo que, si cuando lo estuvieses leyendo, alguno te preguntase: "¿qué lee usted?", le respondas como Hamlet o Polonio: words , words , words , palabras, palabras, pues son ellas la moneda común y de ley con que llenamos los bolsillos de nuestra avara inteligencia.
Juan María Gutiérrez, Obras Completas de D. Esteban Echeverría, Carlos Casavalle Editor, Buenos Aires, 1870-1874.

sábado, 16 de octubre de 2010

La gran ciudad azteca de Tenochtitlán


Cuando arribaron los conquistadores en 1519, la ciudad de Tenochtitlán tenía alrededor de 150.000 habitantes y superaba en extensión y planificación urbana a cualquier ciudad europea de la época.

Durante la segunda mitad del siglo XV, Tenochtitlán era la ciudad más poderosa de Mesoamérica y el Caribe, con una superficie que llegaba a los 14 km2. Con eje en el centro ceremonial del recinto sagrado, la urbe se fue expandiendo de forma concéntrica según cómo las diferentes clases sociales se relacionaban con ese centro religioso.
En el entorno cercano al recinto sagrado se levantaban las viviendas de los nobles; más allá, la de los administradores y artesanos y, en la periferia, una población dispersa de carácter rural.
Sin embargo, la separación entre el campo y la ciudad, entre lo rural y lo urbano, no era tan radical como lo es actualmente en las urbes industriales. Por el contrario, existía una gradual disminución de la infraestructura urbana y un progresivo incremento de las correspondientes al campo y a la actividad agraria.
Se sabe que el epicentro ceremonial agrupaba no menos de 78 edificios, de los cuales, hoy se conoce gracias a las excavaciones el Templo Mayor y algunos edificios más que subyacen bajo la Catedral.
Este recinto sagrado estaba situado en el centro de Tenochtitlán, y tenía una longitud de 350 x 300 metros. Todo el centro ceremonial estaba rodeado por un muro llamado coatepantli, que estaba decorado con figuras de serpientes y medía unos 2,5 metros de altura.
El Templo Mayor era el edificio más grande dentro del recinto sagrado, y alcanzaba los 42 metros de altura, los que se alcanzaban a través de una escalera de 114 peldaños, situada en la parte frontal del templo. En lo alto del Templo Mayor, se encontraban además dos templetes rituales para los sacrificios: uno dedicado a Tláloc y otro a Huitzilopochtli.





Pero el Templo Mayor no era el único edificio religioso dentro del recinto sagrado, que estaba recubierto por entero de arcilla, lo que le confería un aspecto rojizo en comparación al resto de la ciudad, cuyas calles eran de tierra. Dentro había escuelas de sacerdotes (diseñadas para que los hijos de los nobles aprendieran teología y astronomía) y depósitos de cráneos (un osario lleno de lanzas en cuya punta se clavaban los cráneos de los vencidos en combate inmolados en los sacrificios).

Además, en el recinto sagrado estaban el Templo de Quetzacoatl (que presentaba una pirámide cónica para que el aire circulara con mayor sonoridad al fin de rendirle tributo al dios del viento), y el Templo del Sol (en donde se encontraba de cara al cielo el famoso calendario solar, eje de la cosmogonía azteca).

La necesidad de efectuar ritos con mucha frecuencia (debido a las inclemencias del tiempo y la proliferación de los sacerdotes) hizo que se edificaran en total 25 templos piramidales. Con dicha forma geométrica (muy tradicional en Mesoamérica) emulaban a las montañas, símbolo de la ascensión a los cielos.

Los aztecas edificaron Tenochtitlán (que significa el tunal divino donde está Mexitli, otro nombre para Huitzilopochtli, el hijo del Sol y de la Luna) en el islote central del lago de Texcoco. Una red de canales y puentes unía las islas restantes, con lo que la capital en realidad quedó conformada por seis ciudades.

También se construyeron calzadas, acueductos, y chinampas, islotes artificiales hechos con vegetación del lago, lodo y raíces. Al principio los chinampas eran tierras de cultivo; más tarde, se añadieron viviendas y fueron conectadas con puentes, como Venecia.

Todo fue salvajemente saqueado y rapiñado por los conquistadores españoles dirigidos por Hernán Cortés, que asestaron el golpe final a la resistencia de Tenochtitlán la triste noche del 13 de agosto de 1521.

Fuentes: Venard, M.: Los Comienzos del Mundo Moderno, siglos XVI y XVII, El Mundo y su Historia, Argos. / Historia Universal: Aztecas, Mayas, e Incas. Bs. As., AGEA, 2005

sobrehistoria.com (Publicado por Laura)

GRA

jueves, 30 de septiembre de 2010

Los Jardines Colgantes de Babilonia


Las Siete Maravillas del mundo Antiguo provienen de una selección que fue realizada por cronistas de la Antigua Grecia, en tiempos de Alejandro Magno. Pero existen algunas “diferencias” en las listas originales de las maravillas, y una de estas construcciones es la de los Jardines Colgantes de Babilonia. Hay quienes incluso dudan de su existencia real.

El origen de la duda sobre la veracidad de los Jardines Colgantes de Babilonia surge de que al momento de confeccionarse el listado de las Siete Maravillas del Mundo, durante el siglo IV a.C, Babilonia ya se encontraba en ruinas. De ahí que los historiadores y arqueólogos manejen dos posibles hipótesis o teorías sobre su construcción.
Una de las teorías –la más difundida- es que los Jardines Colgantes de Babilonia fueron construidos por Nabucodonosor II (rey durante el Imperio Neobabilónico) como obsequio para su esposa en el siglo VI a.C. La segunda hipótesis –basada en una leyenda- adjudica la obra de esta maravilla a la reina asiria Semíramis o Shammuramat, durante el siglo IX a.C.
Según las crónicas que han trascendido, los jardines colgantes de Babilonia habrían consistido en una edificación compuesta de terrazas escalonadas, construidas con grandes piedras. Las piedras eran la estructura en la que se colocaba la tierra y allí se habrían plantado árboles, flores y arbustos.
Se estima que para el riego de los jardines utilizaron una máquina similar a una noria hidráulica que permitía la elevación del agua. Los arqueólogos han encontrado en las ruinas del Palacio del sur, un pozo que estiman por sus características podría ser asociado al riego de los jardines.

Fuente: sobrehistoria.com
GRA

domingo, 5 de septiembre de 2010

El emprestito Baring



En Documentos para la Historia Integral Argentina, Bs. As., Centro Editor de América Latina , 1971

Autor: John Parish Robertson, 25 de junio de 1824

Encontrándose terminado nuestro arreglo con ustedes en lo relacionado con el manejo del empréstito de Buenos Aires, creemos que es conveniente hacer una recapitulación del mismo, así como requerirles una confirmación si comprobamos estar de acuerdo.

Del total del empréstito, que asciende a un millón de capital nominal, accedemos a dar a ustedes doscientas mil libras de capital, al precio del contrato original, vale decir al 70 %.

Nosotros accedemos además a que una comisi¢n del 1 % sobre quinientas mil libras, que es el monto en efectivo de nuestra participación en el empréstito, sea tomada por ustedes, así como también que todos los gastos por sellado, impresiones y preparación de documentos, etc., sean sufragados en las proporciones de nuestros respectivos intereses en el empréstito; y nos comprometemos a nombre del Gobierno de Buenos Aires a que sean habilitados ustedes para cargar la comisión usual del uno por ciento en el monto anual del Fondo de Amortización y Dividendos, que serán ambos administrados por ustedes.

En consideración a lo anterior, damos por entendido que ustedes pondrán en circulación el empréstito entre los suscriptores por cuenta nuestra, colocando las acciones al 85 %, y que el total de las entregas a medida que ingresen deben ser llevadas al crédito del Gobierno de Buenos Aires a razón del 70 %, y al de ustedes y al nuestro en la proporción del 15 %; de esta manera cuando todas las entregas se hallen pagas, deben aparecer en el crédito del Gobierno de Buenos Aires 700.000

De vuestra Casa 30.000 , de mister Castro y mío 120.000 , total 850.000 libras
Queda entendido que las 700.000 libras que ustedes deben poner a disposición del Gobierno de Buenos Aires, serán pagadas libres de cualquier descuento por comisión, y conforme con las instrucciones que les daremos a ustedes; y nosotros entendemos también que deberán ustedes abrir un crédito a favor de mister Castro y mío, para ser usado en la forma que lo precisemos, durante el transcurso de dos o tres meses, por la suma de ciento veinte mil libras, con un interés corriente cargado en la cuenta; pero para el caso de que nosotros retiremos sumas antes de que las entregas sean pagadas, o por si por cualquier contingencia que no podemos prever, alguna parte de las dichas entregas no les fuese pagada a ustedes, nos constituimos personalmente obligados hacia ustedes por tales cantidades parciales no recibidas, y nos comprometemos a restituirles el dinero que podamos haber percibido por anticipado en ese aspecto tan pronto sepamos de esta deficiencia, y les será también a ustedes permitido debitar una comisi¢n del medio por ciento sobre el total de las referidas ciento veinte mil libras."
John Parish Robertson, 25 de junio de 1824

sábado, 28 de agosto de 2010

El éxodo jujeño

El 23 de agosto el ejército patriota a las órdenes del general Manuel Belgrano comienza el heroico éxodo del pueblo jujeño en dirección a Tucumán en lo conoce como el “éxodo jujeño”. Ante la inminencia del avance de un poderoso ejército español desde el norte al mando de Pío Tristán, el 29 de julio de 1812, Belgrano emite un bando disponiendo la retirada general. La orden de Belgrano era contundente: había que dejarles a los godos la tierra arrasada: ni casas, ni alimentos, ni animales de transporte, ni objetos de hierro, ni efectos mercantiles. Para recordar este heroico episodio transcribimos a continuación el bando de Belgrano y unos fragmentos del libro Jujuy. Apuntes de su historia civil.
Fuente: Carrillo, Joaquín, Jujuy. Apuntes de su historia civil, Universidad de Jujuy, Jujuy, 1989, pág. 142-149.

Los días fastos en que el pueblo conmemoraba los sucesos nacionales habían ya sido cambiados. (…) En vez del natalicio de los reyes, comenzaba a marcarse en el calendario popular la festividad nacional del 25 de mayo, día de libertad y de esperanzas. Jujuy debía celebrarlo con pompa y solemnizarlo con una ceremonia memorable, que cumplió con entusiasmo sin igual en los períodos de sus glorias y sus trabajos. El 25 de Mayo era ocasión de reanimar con formalidades tocantes el espíritu que había comenzado a levantarse con la marcha del ejército sobre los territorios antes abandonados. El sentimiento patriótico de Belgrano tuvo fecundidad en la invención de una ritualidad patriótica para herir el corazón de los pueblos y retemplarlos en la fatiga, sublimándolos para el sacrificio en el ardor de las más rudas batallas.


Aquel día (25 de mayo de 1812) el ejército apareció de pie, en formación, cuando el horizonte, tiñéndose del albor esparcido por los rayos del sol naciente, parece abrirse como inmensa cortina, para que desperado el orbe eleve sus cánticos: en aquel momento resonó en la plaza municipal de Jujuy un himno enfático al Dios de la Libertad de América. Lo entonaba aquel pueblo cuyas masas alternaban con las compañías en organizaciones del ejército de Belgrano, y de cuya fraternización en el culto patriótico de aquel día, debía nacer la común resolución de mantener el juramento de ser libres. (…)


Aquel pueblo, que así se estremecía de júbilo, que por la multitud agrupada dejaba escapar las aclamaciones generales, y que por sus autoridades y Cabildo transmitía al jefe su incontrastable resolución de arrostrar el conjunto de los sacrificios que la causa imponía, aquel pueblo llenaba las cuadras designadas a sus bisoños soldados ciudadanos, con que se organizaba el Regimiento Nº 6, y cuya bandera, bendecida el 25, fue también mandada ocultar por el Gobierno. Belgrano la guardó con cariño para legarla al pueblo de Jujuy el día en que fuese coronada por los laureles de la victoria.


Cochabamba caía, cuando en Jujuy se enarbolaba y bendecía la bandera argentina, y se rehacía un tanto aquel ejército, aumentado por el número 6 de jujeños.
Manifiesto era que el itinerario de Goyeneche sería el día después de su triunfo sobre el pueblo de Cochabamba, el que lo condujese hasta los fogones del campamento de Belgrano, o a los tesoros abandonados de las provincias del valle argentino. Terminaba julio, y las avanzadas enemigas eran seriamente reforzadas. A los patriotas les vinieron también algunos fusiles, con los que prepararon a hacer algo, siguiendo a su jefe, que prefirió una retirada, como lo ordenaba el gobierno, y el abandono al enemigo de las poblaciones y ciudades de Jujuy y Salta. Pero no fue tan solo una retirada militar; ordenó un abandono del país a todos sus habitantes; un levantamiento de todo objeto de recursos, o su destrucción, si no era fácil su transporte.
El bando con que precedió su marcha retrógrada fue terrífico e hizo estremecer de ansiedad y amargura a la sociedad de Jujuy. Lo insertamos íntegro por su originalidad, y efectos que produjo.


Bando de Belgrano
“Don Manuel Belgrano, general en jefe… Pueblos de la Provincia: Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas de la República del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha; y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre vosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud.


”Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reunirnos al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres, trayéndonos las armas de chispa, blanca y municiones que tengáis o podáis adquirir, y dando parte a la Justicia de los que las tuvieron y permanecieren indiferentes a vista del riesgo que os amenaza de perder no sólo vuestros derechos, sino las propiedades que tenéis.


”Hacendados: apresuraos a sacar vuestro ganado vacuno, caballares, mulares y lanares que haya en vuestras estancias, y al mismo tiempo vuestros charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome providencias que os sean dolorosas, declarandóos además si no lo hicieseis traidores a la patria.


”Labradores: asegurad vuestras cosechas extrayéndolas para dicho punto, en la inteligencia de que no haciéndolo incurriréis en igual desgracia que aquellos.


”Comerciantes: no perdáis un momento en enfardelar vuestros efectos y remitirlos, e igualmente cuantos hubiere en vuestro poder de ajena pertenencia, pues no ejecutándolo sufriréis las penas que aquellos, y además serán quemados los efectos que se hallaren, sean en poder de quien fuere, y a quien pertenezcan.


”Entended todos que al que se encontrare fuera de las guardias avanzadas del ejército en todos los puntos en que las hay, o que intente pasar sin mi pasaporte será pasado por las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso. Que igual pena sufrirá aquel que por sus conversaciones o por hechos atentase contra la causa sagrada de la Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese. Que los que inspirasen desaliento estén revestidos del carácter que estuviesen serán igualmente pasados por las armas con sólo lo deposición de dos testigos.


”Que serán tenidos por traidores a la patria todos los que a mi primera orden no estuvieran prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuesen.


”No espero que haya uno solo que me dé lugar par aponer en ejecución las referidas penas, pues los verdaderos hijos de la patria me prometo que se empeñarán en ayudarme, como amantes de tan digna madre, y los desnaturalizados obedecerán ciegamente y ocultarán sus inicuas intensiones. Más, si así no fuese, sabed que se acabaron las consideraciones de cualquier especie que sean, y que nada será bastante para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto.


”Cuartel general de Jujuy 29 de julio de 1812”. Manuel Belgrano


Apenas se lee sereno aquella orden tremenda lanzada contra todo habitante, que sin distinción alguna, debía obedecerla o perecer. El terror del bando hizo su efecto, y como el general se prometía; no encontró resistencias para ser cumplido. (…)


El patriotismo y decisión hizo llevaderas las penurias de la emigración próxima; y “hasta las mujeres se ocupaban de construir cartuchos y animar a los hombres”, como dice también el historiador Mitre.


No se emprendió la marcha sino cuando se había preparado todo y el enemigo se encontraba próximo, adelantando sus partidas sobre las últimas guardias de las fuerzas que habían estado en Humahuaca. Estas sin perder formación, sufrieron la picada que las orgullosas partidas realistas les hacían y atravesaron por las inmediaciones de la ciudad sin que ni se les permitiese a los oficiales detenerse con cualquier objeto un solo momento en las casas de la población. El grueso de la columna había marchado el 23 y la vanguardia, convertida en retaguardia, pasaba en la tarde de ese día. Belgrano fue el último que abandonó la ciudad en la noche, incorporándose a las fuerzas antes del día siguiente. El enemigo se posesionó de aquella solitaria ciudad en medio de su total abandono. Estaba desierta y desmantelada, y espantado del aspecto tristísimo de aquellos hogares desamparados y de aquellas calles mudas y tristes, después de la agradable animación de otros tiempos, escribía el jefe Tristán a Goyeneche: “Belgrano es imperdonable por el bando del 29 de julio”, Cuando pasó sus ojos sobre aquel ultimátum le calificó de “bando impío”.


sábado, 21 de agosto de 2010

Los siete platos de arroz con leche

Autor: Lucio V. Mansilla

Lucio Y. Mansilla, sobrino carnal de Rosas, recibe en Londres la noticia del pronunciamiento de Urquiza. En diciembre de 1851 llega a Buenos Aires. Sombrero de copa, levita muy laga y pantalón muy estrecho.

«Ha llegado el niño Lucio». Urquiza está en camino.

-¿Y cómo está mi tío?» «¿Y cómo está Manuelita?», pregunta el recién venido.

Al día siguiente monta a caballo y va a pedir la bendición a su tío. Llegado allá, pregunta naturalmente por su prima.

-La niña está en la quinta.»

En efecto, en el llamado jardín de las magnolias está Manuelita rodeada de un gran séquito de admiradores, unos de pie, los otros sentados sobre el césped, «pero ella tenía a su lado, provocando las envidias federales y haciendo con su gracia característica, todo ameleochado, el papel de cavaliere servente», al sabio jurisconsulto don Dalmacio Vélez Sársfield».

Palermo no es el centro social repugnante que dicen los enemigos, aunque el Restaurador campea allí con sus bufones y su extraordinaria ordinariez.
«Rozas no es «un temperamento libidinoso, sino un neurótico obsceno.» Pero su hija es pura y afable. -

Llegar, verme Manuelita y abrazarme, fué todo uno.» Vuelven a los salones. El recién llegado pide ver a su tío. Su prima sale para volver al rato.
«Ahora te recibirá.»
El joven Lucio, que ha rehusado un asiento en la mesa, porque debe volver a cenar en su casa, espera. Sigue esperando varias horas... La mirada de su prima contesta., «Ten paciencia. Ya sabes lo que es tatita.» Regresa de nuevo, conduce al postulante a través de muchas estancias, diciéndole al fin: «Voy a decirle a tatita».

La pieza, sin alfombras, muestra lucientes baldosas, en una esquina, junto a una mesita de noche colorada, una cama de pino colorada con colcha de damasco colorado; en medio, una mesita de caoba con carpeta de paíío grana entre dos sillas de esterilla coloradas...

Yo me quedé en pie, conteniendo la respiración, como quien espera el santo advenimiento; porque aquella personalidad terrible, producía todas las emociones del cariño y del temor. Moverme, habría sido hacer ruido, y cuando se está en el santuario todo ruido es como una profanación, y aquella mansión era, en aquel entonces, para mí, algo más que un santuario.

Reinaba un profundo silencio, en mi imaginación al menos; los segundos me parecían minutos, horas los minutos. Mi tío aparece: era un hombre alto, rubio, blanco, semipálido, combinación de sangre y de bilis, un cuasi adiposo napoleónico, de gran talla, de frente perpendicular, amplia, rasa como una plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones; de cejas no muy guarnecidas; poco arqueadas, de movilidad difícil; de mirada fuerte, templada por lo azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas órbitas escondidas en concavidades insondables; de nariz grande, afilada y correcta, tirando más al griego que al romano; de labios delgados, casi cerrados, como dando la medida de su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible... Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto, abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que toma su embonpoint, un traje que consistía en un chaquetón de pafio azul, en un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; afíadid unos cuellos altos, pun- tiagudos, nítidos y unas manos perfectas como formas, y todo limpio hasta la pulcritud -y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción- y tendréis la vera efigies del hombre que más poder ha tenido en América

Así que mi tío entró, yo hice lo que habría hecho en mi primera edad: crucé los brazos y le dije, empleando la fórmula patriarcal, la misma, mismísima que empleaba con mi padre, hasta que pasó a mejor vida:

-La bendición, mi tío.

Y él me contestó:
-¡Dios lo haga bueno, sobrino!

Sentóse incontinenti en la cama, que antes he dicho había en la estancia, cuya cama (la estoy viendo), siendo muy alta, no permitía que sus pies tocaran en el suelo, e insinuándome que me sentara en la silla que estaba al lado.
Nos sentamos... Hubo un momento de pausa, que él interrumpió, diciéndome:

-Sobrino, estoy muy contento de usted...-
Es de advertir que era buen signo que Rozas tratara de usted; porque cuando de tú trataba, quería decir que no estaba contento de su interlocutor, o por alguna circunstancia del momento fingía no estarlo.

Yo me encogí de hombros, como todo aquél que no entiende el por qué de su contentamiento.

-Sí, pues -agregó-, estoy muy contento de usted (y esto lo decía balanceando las piernas que no alcanzaban al suelo, como ya lo dije), porque me han dicho -y yo había llegado recién el día antes. ¡Qué buena no sería su policía!- que usted no ha vuelto agringado.

Yo había vuelto vestido a la francesa, eso sí, pero potro americano hasta la médula de los huesos todavía, y echando unos ternos que era cosa de taparse las orejas. Yo estaba ufano. No había vuelto agringado. Era la opinión de mi tío.

-¿Y cuánto tiempo ha estado usted ausente? - agregó él. Lo sabía perfectamente. Había estado resentido; no, mejor es la palabra «enojado», porque diz que me habían mandado a viajar sin consultarlo.

Cuando mi padre resolvió que me fuera a leer en otra parte el Contrato Social, veinte días seguidos estuve yendo a Palermo sin conseguir verlo a mi ilustre tío.

Manuelita me decía, con su sonrisa siempre cariñosa:
-Dice tatita que mañana te recibirá.

El barco que salía para Calcuta estaba pronto. Sólo me esperaba a mí. Hubo que empezar a pagarle estadías. Al fin mi padre se amostaz6 y dijo-.
-Si esta tarde no consigues despedirte de tu tío, mañana te irás de todos modos; ya esto no se puede aguantar.

Mas esa tarde sucedió la que las anteriores: mi tío no me recibió. Y al día siguiente yo estaba singlando con rumbo a los hiperbóreos mares.

Sí, el hombre se había enojado; porque, algunos días después, con motivo de un empeño o consulta que tuvo que hacerle mi madre, él le arguyó:
-Y yo, ¿qué tengo que hacer con eso? ¿Para qué me meten a mí en sus cosas? ¿No lo han mandado al muchacho a viajar, sin decirme nada?

A lo cual mi madre observó:
-Pero, tatita (era la hermana menor y lo trataba así), si ha venido veinte días seguidos a pedirte la bendición, y no lo has recibido - replicando él:
-Hubiera venido veintiuno.

Lo repito: él sabía perfectamente que iban a hacer dos años que yo me había marchado, porque su memoria era excelente. Pero, entre sus muchas manías, tenía la de hacerse el zonzo y la de querer hacer zonzos a los demás. El miedo, la adulación, la ignorancia, el cansancio, la costumbre, todo conspiraba en favor suyo, y él en contra de sí mismo.

No se acabarían de contar las infinitas anécdotas de este complicado personaje, señor de vidas, famas y haciendas, que hasta en el destierro hizo alarde de sus excentricidades. Yo tengo una inmensa colección de ellas. Baste por hoy la que estoy contando.

Interrogado, como dejé dicho, contesté:
-Van a hacer dos años, mi tío.
Me miró y me dijo:
-¿Has visto mi Mensaje?
-¿Su Mensaje? -dije yo para mis adentros-. ¿Y qué será esto? No puedo decir que no, ni puedo decir que sí, ni puedo decir qué es. . . - y me quedé suspenso.

El, entonces, sin esperar mi respuesta, agregó:
Baldomero García, Eduardo Lahite y Lorenzo Torres dicen que ellos lo han hecho. Es una botaratada. Porque así, dándoles los datos, como yo se los he dado a ellos, cualquiera hace un Mensaje. Está muy bueno, ha durado varios días la lectura en la sala. ¿Qué? ¿No te han hablado en tu casa de eso?

Cuando yo oí lectura, ernpecé a colegir, y como desde niño he preferido la verdad a la mentira (ahora mismo no miento sino cuando la verdad puede hacerme pasar por cínico), repuse instantánearnente:
-¡Pero, mi tío, si recién he llegado ayer!
-¡Ah!, es cierto; Pues no has leído una cosa muy interesante; ahora vas a ver - y esto diciendo, se levantó, salió y me dejó solo.

Yo me quedé clavado en la silla, y así como quien medio entiende (vivía en un mundo de pensamientos tan raros), vislumbré que aquello sería algo como el discurso de la reina Victoria al Parlamento, ¿pues, qué otra explicación podría encontrarle a aquel «ahora vas a ver»?

Volvió el hombre que, en vísperas de perder su poderío, así perdía el tiempo con un muchacho insubstancial, trayendo en la mano un mamotreto enorme.
Acomodó simétricamente los candeleros, me insinuó que me sentara en una de las dos sillas que se miraban, se colocó delante de una de ellas de pie, y empezó a leer desde la carátula, que rezaba así -

-«iviva la Confederación Argentina!» --¡Mueran los Salvajes Unitarios!.
--¡Muera el loco traidor, salvaje Unitario Urquiza!-

Y siguió hasta el fin de la página, leyendo hasta la fecha 1851, pronunciando la ce, la zeta, la ve y be, todas las letras, con la afectación de un purista.
Y continuó así, deteniéndose de vez en cuando, para ponerme en aprietos gramaticales con preguntas como éstas - que yo satisfacía bastante bien, porque, eso sí, he sido regularmente humanista, desde chiquito, debido a cierto humanista, don Juan Sierra, hombre excelente, del que conservo afectuoso recuerdo-

-Y aquí, ¿por qué habré puesto punto y coma, o dos puntos, o punto final?
Por ese tenor iban las preguntas, cuando, interrumpiendo la lectura, preguntóme:
-¿Tiene hambre?
Ya lo creo que había de tener; eran las doce de la noche y había rehusado un asiento en la mesa al lado del doctor Vélez Sársfield, porque en casa me esperaban. . .
-Sí - contesté resueltamente. Pues voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche

El arroz con leche era famoso en Palermo, y aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa sensación de agua en la boca, ante el prospecto que se me presentaba de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa.
Mi tío fué a la puerta de la pieza contigua, la abrió y dijo- -Que traigan a Lucio un platito de arroz con leche.

La lectura siguió.
Un momento después, Manuelita misma se presentó con un enorme plato sopero de arroz con leche, me lb puso por delante y se fué.
Me lo comí de un sorbo. Me sirvieron otro, con reguntas y respuestas por el estilo de las apuntadas, y otro, y otros, hasta que yo dije: -Ya, para mí, es suficiente.
Me había hinchado; ya tenía la consabida cavidad solevantada y tirante como caja de guerra templada; pero no hubo más; siguieron los platos - yo comía maquinalmente, obedecía a una fuerza superior a mi voluntad...

La lectura continuaba.
Si se busca el Mensaje ése, por algún lector incrédulo o curioso, se hallará en él el período que comienza de esta manera: «El Brasil, en tan punzante situación».


Aquí fuí interrogado, preguntándoseme -
-¿Y por qué habré puesto punzante?

Como el poeta pensé - que en mi vida me he visto en tal aprieto. Me expliqué. No aceptaron mi explicación. Y con una retórica gauchesca, mi tío me rectificó, demostrándome cómo el Brasil lo había estado picaneando, hasta que él había perdido la paciencia, rehusándose a firmar un tratado que había hecho el general Guido. . . Ya yo tenía la cabeza como un bombo - y lo otro tan duro, que no sé cómo aguantaba.

El, satisfecho de mi embarazo, que lo era por activa y por pasiva, y poniéndome el mamotreto en las manos, me dijo, despidiéndome:
-Bueno, sobrino, vaya nomás y acabe de leer eso en su casa -agregando en voz más alta-: Manuelita, Lucio se va.

Manuelita se presentó, me miró con una cara que decía afectuosamente -Dios nos dé paciencia» y me acompañó hasta el corredor, que quedaba del lado del palenque, donde estaba mi caballo.

Eran las tres de la mañana.
En mi casa estaban inquietos, me habían mandado buscar con un ordenanza.
Llegué sin saber cómo no reventé en el camino.
Mis padres no se habían recogido.
Mi madre me reprochó mi tardanza con ternura. Me excusé diciendo que había estado ocupado con mi tío.
Mi padre, que, mientras yo hablaba con mi madre, se paseaba meditabundo viendo el mamotreto que tenía debajo del brazo, me dijo:
-¿Qué libro es ése?
-Es el Mensaje que me ha estado leyendo mi tío... -¿Leyéndotelo?. . . -Y esto diciendo, se encaró con mi madre y prorrumpió con visible desesperación-: ¡No te digo que está loco tu hermano!
Mi madre se echó a llorar.

(Algún tiempo después de esta ocurrencia, el general Mansilla y su hijo Lucio, de paso para Francia, visitan a su pariente en su destierro de Southampton. Con Rozas, siempre de chaleco colorado, están allí su hijo Juan y su esposa, Manuelita, Terrero y un negrito a quien el amo apoda Míster. Manuelita, que anda aún con su moño colorarlo, y a quien elgeneral Mansilla observa que «ese parche colorado no está bien-, contesta: -No me lo sacaré mientras no me lo manden».

Un día, mientras el general y Manuelita están de sobremesa, el joven Lucio, por pedido de aqueIla, va a entretener a su tío, que ha ido a sentarse solo, en una salita próxima. Ambos callan, observándose muy al disimulo. El ex dictador habla al fin.
-¿En qué piensa, sobrino?
-En nada, señor.
-No, no es cierto; estaba pensando en algo.
-No, señor. ¡Si no pensaba en nada!
-Bueno, si no pensaba en nada cuando le hablé, ahora está pensando ya.
-¡Si no pensaba en nada, mi tío!
-Si adivino, ¿me va a decir la verdad?
Me fascinaba esa mirada que leía en el fondo de mi conciencia, y maquinalmente, porque habría querido seguir negando, contesté:
-Sí.
-Bueno -repuso él-, ¿a que estaba pensando en aquellos platitos de arroz con leche, que le hice comer en Palermo, pocos días antes de que el «loco» (el loco era Urquiza) llegara a Buenos Aires?
Y no me dió tiempo para contestarle, porque prosiguió-
-¿A que cuando llegó a su casa a deshoras, su padre (e hizo con el pulgar y la mano cerrada una indicación hacia el comedor) le dijo a Agustinita: no te digo que tu hermano está loco?
No pude negar, queriendo; estaba bajo la influencia del magnetismo de la verdad - y contesté, sonriéndome:
-Es cierto.
Mi tío se echó a reír burlescamente.

Lucio V. Mansilla, Los siete platos de arroz con leche , Buenos Aires, EUDEBA, 1963.
Fuente:
www.elhistoriador.com.ar

martes, 17 de agosto de 2010

San Martín y la entrevista de Guayaquil

17 de agosto de 1850 moría en Francia José de San Martín. Tras pelear en España contra las tropas napoleónicas, regresó a su patria en 1812. Tuvo su primera victoria a favor de la causa de la independencia de América en el combate de San Lorenzo, al frente de los Granaderos a Caballo. Más tarde, como parte de su estrategia de liberar Chile y Perú del dominio español, asumió la gobernación de Cuyo y organizó el Ejército de los Andes. Tras cruzar la cordillera, obtuvo las victorias de Chacabuco, en 1817, y de Maipú, en 1818, que aseguraron la independencia de Chile. En julio de 1821 entró en Lima, Perú, y el 28 de ese mes declaraba la independencia de ese país. Entre los días 26 y 27 de julio de 1822 tuvo lugar la famosa entrevista de Guayaquil, en Ecuador, entre los generales José de San Martín y Simón Bolívar. Para recordarlo reproducimos el relato sobre aquel encuentro evocado por el general Jerónimo Espejo, quien formó parte del Ejército de los Andes y participó en batallas como Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú.

Fuente: San Martín visto por sus contemporáneos, José Luis Busaniche, Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1995.


Voy a hacer referencia para que nuestros compatriotas conozcan este hecho hasta en sus minuciosidades. Mas, no obstante conservarlas frescas en la memoria, cual sucede por lo general con toda ocurrencia que hondamente impresionan en la juventud, algunos años después escribí al coronel don Rufino Guido pidiéndole datos sobre el particular, como testigo presencial que había sido en esa ruidosa escena y tuvo la amabilidad de responderme con lo que sigue, cuya descripción autógrafa conservo original entre mis papeles. Ella refiere: “Que tan luego como el general San Martín llegase a Puná y se le instruyera de la situación, le ordenó embarcarse en un bote con doce remeros, encargándole fuese a felicitar al Libertador por su feliz arribo y anunciarle que al siguiente día tendría el gusto de hacerle una visita. A vela y remo navegó toda esa noche llegando a Guayaquil como al mediodía, y en acto de desembarcar se encaminó a la morada de Bolívar a cumplir su comisión”.

Presentado a éste, fue recibido del modo más cumplido y caballeresco; y así que le expresó la enhorabuena que le dirigía el general San Martín por su intermedio, contestó: “Que estimaba mucho la atención y el anuncio de la visita, que podría haber excusado, pues que él ansiaba por verlo; que inmediatamente iba a mandar dos ayudantes que le encontrasen en su camino a darle la bienvenida en su nombre y que le acompañaran hasta el puerto. En seguida ordenó se le sirviera un buen almuerzo. Le hizo muchas preguntas sobre distintas cosas y, terminado el desayuno, se despidió para regresar con la respuesta, esparciéndose por la ciudad como la luz del relámpago la noticia de la llegada del general San Martín.

”A su regreso a la Macedonia, encontróla cerca de Guayaquil, y cuando subió a bordo, ya vio allí los dos edecanes que le indicara el Libertador, dando cuenta al general de su comisión e instruyéndole de cuanto había ocurrido y observado”.

”Poco rato después, fondeó la goleta en el puerto, y algunos momentos más tarde llegaron otros dos edecanes de Bolívar a saludar de nuevo a San Martín, y a anunciarle en su nombre que deseaba verle cuanto antes. Como desde la mañana todos estaban listos para desembarcar, lo verificaron por el muelle que hay frente a la casa del señor Luzárraga en que debía hospedarse. El general bajó a tierra con toda su comitiva, y desde el muelle hasta aquélla se hallaba formado un batallón de infantería en orden de parada, el que hizo los honores correspondientes a su alto rango”.

“Bolívar, de gran uniforme y acompañado de su estado mayor, lo espraba en el vstíbulo de la misma y al acercarse San Martín, se adelantó unos pasos y, alargando la diestra, dijo: ‘Al fin se cumplieron mis deseos de conocer y estrechar la mano del renombrado general San Martín’. Este contestóle congratulándose también de encontrar al Libertador de Colombia, agradeciendo tan cordial demostración, pero sin admitir los encomios. Juntos subieron la escalera, siguiéndole ambas comitivas, hasta el gran salón de la casa en que tomaron asinto. En seguida se retiró el batallón que había hecho los honores, dejando a la puerta una guardia de honor mandada por un oficial.”

“Bolívar presentó a los generales que le acompañaban, principiando por Sucre, y a pocos momentos, empezaron a entrar las corporaciones de la ciudad a felicitar a su nuevo huésped. Luego apareció un grupo considerable de señoras con igual objeto, dirigiéndole una alocución la matrona que las encabezaba. San Martín contestó con aquella cortesana galantería con que acostumbraba tratar al bello sexo, y pasado un momento de silencio, adelantándose una joven como de diez y siete años, dirigió a éste, (que al lado del Liber
tador se mantenía en medio de la sala) un discurso lleno de encomios patrióticos, y al concluir colocó sobre sus sienes una corona esmaltada de laurel. Sonrojado por su natural modestia con aquella demostración inesperada, quitándosela con aire de simpática amabilidad, expresó a la señirita que estaba persuadido que él no merecía semejante muestra de distinción; pues había otros cuyo mérito era más digno de ella; pero que tampoco pensaba deshacerse de un presente de tanto mérito, ya por las manos de quien venía, como por el patriótico sentimiento que lo había inspirado, y que se proponía conservarlo como uno de sus más felices días. Terminada aquellla escena, se retiraron las corporaciones, la reunión de señoras y el cuerpo militar, qeudando el Libertador con sólo dos edecanes. Los coroneles Guido y Soyer invitaron a éstos a pasar a otra habitación a efecto de dejar solos a los dos grandes personajes que tanto habían ansiado verse reunidos.”

“Ellos cerraron las puertas por dentro y los edecanes estaban a la mira de que nada les interrumpiera; así permanecieron por hora y media, siendo este el primer acto de la entrevista, que según la expresión de ambos, había sido por tanto tiempo deseada.”

Callan los apunto que voy reproduciendo, acerca de los tópicos de que se ocuparon en esta vez, ni si el general San Martín, en la condición reservada que le era característica, en ese día o siguientes, se le escapara el más leve indicio sobre la materia.

“Que terminada dicha conferencia abrieron las puertas del salón y el Libertador salió para retirarse a su morada, seguido de sus dos edecanes, acompañándole San Martín hasta el pie de la escalera, donde le hizo un cumplimiento de despedida”.

“Desde la llegada de éste a Guayaquil, se veía una inmensa masa de pueblo agrupada al frente de la casa en que se hospedó, la que aclamaba sin cesar al Libertador del Perú, y después que el general Bolívar se retirase, saliendo a los balcones, saludó la reunión con palabras de benevolencia y gratitud, por las expresiones patrióticas con que se le distinguía. En ese momento se anunciaron otras visitas de vecinos notables de la ciudad, por lo cual tuvo que dejar el balcón para pasar al salón a recibir aquellas nuevas atenciones de conocida simpatía”.

“Así que esos señores se retiraron, aprovechando el paréntesis de tan incesante afluencia, salió el general acompañado de sus edecanes a visitar al Libertador Bolívar en su casa. Este cumplimiento duraría media hora, más o menos, después del cual regresó, acercándose la hora de comer, lo que hizo en su morada sin más compañía que sus edecanes y el oficial de la escolta; y por la noche recibió otras visitas y entre ellas algunas de señoras.

”Al día siguiente, a la una de la tarde, volvió el general a casa de Bolívar, pero dejando ya arreglado y listo el equipaje y la escolta, con la orden de que se embarcaran en la Macedonia, a las once de la noche, pues en esa misma debía verificarlo él también, al salir del baile a que estaba invitado. Luego que llegó a lo del Libertador, después de los cumplimientos sociales, ambos se encerraron en el salón, encargando que no se les interrumpiera. Así permanecieron cuatro horas aproximadas, siendo este el segundo acto de la entrevista. Serían las cinco de la tarde cuando abrieron la puerta, porque a esa hora empezaban a llegar los generales y otros señores, como hasta el número de cincuenta, a un gran banquete con que el Libertador obsequiaba al general San Martín. En seguida pasó la reunión al comedor que estaba espléndidamente preparado y la mesa cubierta con suntuosidad. El primero ocupó la cabecera colocando al segundo a su derecha. Llegada la ocasión de los brindis, los inició Bolívar; parándose con la copa en la mano e invitando a que lo acompañaran los señores concurrentes, dijo: ‘Brindo, señores, por los dos hombres más grandes de la América del Sur, el general San Martín y yo’. Pasado un momento, llenado éste su rol, contestó con la modestia que le era característica: ‘Por la pronta terminación de la guerra, por la organización de las nuevas Repúblicas del Continente Americano y por la salud del Libertador’. A éstos siguieron dos o tres brindis de los generales y siendo como las siete de la noche, se levantaron de la mesa.

”Después del banquete, nuestro general regresó a su casa a descansar, volviendo a salir a eso de las nueve para asistir al baile a que había sido invitado por la Municipalidad. Cuando llegara, ya estaba allí el Libertador, con sus generales y el cuerpo de jefes y oficiales”.

Para llenar mejor, por mi parte, la descripción de esa fiesta, me permito copiar literalmente la que se hace en los apuntes que me sirven de base.

“Fue muy agradable, -prorrumpe Guido- la impresión que nos hizo la casa del Cabildo por el brillante conjunto del adorno de los salones y aposentos. La iluminación era sobresaliente y profusa, pero, sobre todo, la hermosura de las damas guayaquileñas que realzaba tanto más la elegancia y el esmerado gusto de sus trajes y cuyos encantos y méritos son reconocidos en toda la costa del Pacífico. Este fascinador golpe de vista formaba un incombinable contraste con el grupo de oficiales colombianos, de aspecto poco simpático, de modales algo agrestes y que así cortejaban y bailaban con aquellas preciosas criaturas. El vals era su danza favorita. (…)

“El general San Martín (continúan los apuntes) se conservó puramente como espectador sin tomar parte en el baile, preocupada su cabeza, al parecer, de cosas de otra magnitud, hasta que, a la una de la noche, se acercó a Guido, diciéndole: ‘Llame usted al coronel Soyer. Ya no puedo soportar es
te bullicio’. El general hizo su despedida del Libertador sin que nadie se apercibiera de ella, lo que probablemente así había sido acordado entre ambos para no alterar el buen humor de la concurrencia. Un ayudante del segundo, dirigiólos por una escalera secreta, por donde salieron a la calle, acompañándolos hasta el muelle en el que los esperaba un bote de la Macedonia. San Martín se despidió del edecán, se embarcó, y en cuanto montó a bordo, la goleta levó sus anclas y se hizo a la vela. Al otro día llegó a Puná y sólo se detuvo el tiempo necesario para que se trasbordaran los generales que habían ido en la comitiva, y sin más, continuó su navegación al Callao.

“Al día siguiente de nuestra partida, se levantó el general, al parecer, muy preocupado y pensativo, y paseándose sobre cubierta, después del almuerzo, dijo a sus edecanes: ‘Pero, ¿han visto cómo el general Bolívar nos ha ganado de mano? Mas espero que Guayaquil no será agregado a Colombia, porque la mayoría del pueblo rechaza la idea. Sobre todo, ha de ser cuestión que ventilaremos después que hayamos concluido con los chapetones que aun quedan en la Sierra. Ustedes han presenciado las aclamaciones y vivas tan espontáneos como entusiastas que la masa del pueblo ha dirigido al Perú y nuestro ejército’. En efecto (agregan los apuntes que voy extractando) esos fueron los sentimientos que los guayaquileños expresaban incesantemente a San Martín en los días de su permanencia en la ciudad y el tema general que los más notables de ellos tomaban para sus conversaciones con aquél y con los edecanes. Pero apenas llegó al Callao y fue general de marina del estado de Lima y de la deposición y extrañamiento del ministro Monteagudo, la escena cambió, y el general, concentrado y taciturno, desembarcó en el acto y pasó a su casa de campo de la Magdalena. Desde ese momento se persuadió San Martín que la anarquía asomaba en el Perú y que las aspiraciones se desencadenarían sin respetar nada. En seguida asumió el mando supremo, y todas las medidas que dictó fueron tendientes a reunir el congreso constituyente, alejarse de los negocios públicos y dejar el país entregado a su propio destino”.

Jerónimo Espejo

Fuente: www.elhistoriador.com.ar