Vicente Catrinao Pincén fue un valiente cacique, probablemente un tehuelche mestizado (o un “indio argentino” como el gustaba definirse) que jamás firmó un tratado con Buenos Aires ni con los gobiernos provinciales, a quienes combatió aguerridamente hasta caer prisionero en el año 1878.
Contaba algunos años atrás don Pepe Cayún, descendiente del irreductible cacique:
"El cacique Pincén era peleador de tigres, intrépido cazador de tigres cebados, los que todos temían, porque gustaban carne humana... Una vez, cansado y extraviado, de regreso de una acción, en medio de las voces de la noche, oyó un rugido cercano y extraño. Pensó de inmediato que fuese un tigre cebado que merodeaba por allí. Exactamente. No se equivocó. Echó, pues, pie a tierra, se quitó las espuelas, se preparó al ataque dando alaridos y voces para provocar al 'uezá nahuel' (el tigre malo). Apenas distinguía el bulto; se trabó en lucha... pero Pincén, diestrísimo en esa clase de encuentros, y que eliminaba en el primer o segundo lanzazo a su enemigo, esa noche no tuvo la suerte de matarlo. Lo hirió.
El tigre, aunque embravecido, retrocedió y se dio a la fuga. Pero Pincén, insistiendo en la lucha, lo corre en la penumbra, lo corre hasta que lo abandona y lo deja... Cuando emprendió su camino pa' su toldería, confiándose al trote de su zaino, de vez en cuando veía como una especie de visión: el tigre que lo seguía, volviendo desafiante. Y siempre que empuñaba la lanza, se le esfumaba, desaparecía... (Aquí se emocionó don Pepe Cayún). Esa pesadilla lo acompañó al cacique hasta la madrugada, hasta que llego a su toldería..." ¿Qué habrá significado ese tigre fantasmal, ese enemigo cuya sombra volvía a buscarlo una y otra vez?
Tomado del Diario “La Arena“ Suplemento 1 + 1 “Indígenas“ del 31/10/01.
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