El conocido historiador Pacho O´ Donnell, escribió en el diario La Nación un artículo por demás interesante que tiene que ver con hechos poco conocidos o difundidos de la Revolución de Mayo. En Gotitas de Historia lo transcribimos textualmente y lo ponemos a vuestra consideración.
Para que Mayo fuera posible fue necesario que confluyeran estratégicamente tres sectores de la elite rioplatense: los comerciantes españoles, los criollos y los jóvenes revolucionarios.
Los comerciantes españoles ya no prosperaban con el intercambio exclusivo con una España ocupada por Napoleón, empobrecida, cuya flota mercante ya casi no cruzaba el Atlántico. El empeño de esos mercaderes, acaudillados por Martín de Alzaga, era que se abriera el comercio a otras naciones, en especial con Gran Bretaña. Los criollos nacidos en suelo americano aspiraban a un cambio político para poder acceder a posiciones que eran privativas de los nacidos en la metrópoli, los únicos autorizados a ocupar los más altos niveles de la administración pública y de la fuerzas armadas. Por último, los jóvenes revolucionarios vislumbraban la posibilidad de conducir la insurrección hacia la independencia del virreinato del Río de la Plata.
Los comerciantes españoles ya no prosperaban con el intercambio exclusivo con una España ocupada por Napoleón, empobrecida, cuya flota mercante ya casi no cruzaba el Atlántico. El empeño de esos mercaderes, acaudillados por Martín de Alzaga, era que se abriera el comercio a otras naciones, en especial con Gran Bretaña. Los criollos nacidos en suelo americano aspiraban a un cambio político para poder acceder a posiciones que eran privativas de los nacidos en la metrópoli, los únicos autorizados a ocupar los más altos niveles de la administración pública y de la fuerzas armadas. Por último, los jóvenes revolucionarios vislumbraban la posibilidad de conducir la insurrección hacia la independencia del virreinato del Río de la Plata.
Virreinato del Río de La Plata
La emancipación esperaba el momento oportuno. Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Cornelio Saavedra, Nicolás Rodríguez Peña y otros jóvenes "alumbrados", así llamados porque seguían las ideas del iluminismo europeo, solían reunirse en el café de Marcos -hoy Bolívar y Alsina- vieron una alternativa táctica cuando la princesa Carlota, esposa del emperador Juan, de Portugal, residente en Río de Janeiro, reclamó sus derechos a gobernar en el Río de la Plata. Era una Borbón, hermana de Fernando VII, y Carlos IV había abrogado la ley sálica, que impedía reinar a las mujeres. Los jóvenes independentistas advirtieron la oportunidad de cambiar el escenario político y se esperanzaron con que, sabiendo que ella necesitaba su apoyo, podrían condicionarla con una Constitución que ellos redactarían. Por eso se manifestaron a su favor y fueron sus estratégicos promotores. La intentona fracasó por la oposición del embajador inglés en Brasil, lord Strangford, aunque también el emperador Juan se opuso en última instancia.
Según el biógrafo de la infanta, su secretario Presas, debido "al miedo fundado que tenía el propio príncipe de que una vez que su esposa se hallara señora de Buenos Aires, formase un ejército y fuera hasta Río de Janeiro para despojarlo del trono y ponerlo donde no le diese el sol". Confirmando que muchas veces las alternativas conyugales influyen en la política.
La anécdota de la infanta Carlota, quien se españolizó de princesa a infanta para hacer más viable su reclamo, va en contra de quienes niegan que en Mayo haya habido vocación independentista. También desmentido por los escritos de Bernardo de Monteagudo, quien, cursando en la universidad de Chuquisaca, semillero de revolucionarios americanos, escribió un imaginario diálogo entre Fernando VII y el inca Atahaualpa, en el que se abogaba francamente por la emancipación americana.
Infanta Carlota
Mayo no fue un movimiento popular, sino un putsch dentro de la clase de "posibles", es decir, la clase alta y adinerada. La chusma se hará presente un año después, en la noche del 5 al 6 de abril, cuando ocupó espontáneamente la plaza de la Victoria para defender a Saavedra de un anunciado golpe de los morenistas, agrupados en la Sociedad Patriótica.
La importancia de French y Berutti aquel frío y desapacible día fue decisiva, aunque no la que tradicionalmente se les asigna. Eran los jefes de un grupo de choque complotado con la revuelta, llamado "La legión infernal". Eran temibles "chisperos", es decir que manejaban armas de fuego. Apostados en las entradas de la plaza, junto con algunos miembros del regimiento de Patricios, decidían quiénes entraban en el cabildo y quiénes se quedaban afuera, amañando la votación a favor o en contra de la continuidad del virrey Cisneros.
Las escarapelas, que no eran celestes y blancas, las repartieron French, Berutti y los suyos para identificar a los propios de los ajenos.
Mariano Moreno, quien luego se constituiría en el emblema de la radicalidad revolucionaria, no participó de la asonada. Su presencia en la Junta fue una maniobra de los verdaderos ideólogos de Mayo, los grandes patriotas Belgrano y Castelli, quienes lo convencieron de aceptar el cargo de secretario. Moreno, abogado, era el defensor y representante de intereses británicos en el Río de la Plata, de allí su proclama: La representación de los hacendados , en la que abogaba por la apertura del comercio, es decir la ruptura del monopolio hispánico. Su designación fue un mensaje amistoso hacia la potencia más importante del mundo.
Mariano Moreno
Desde el primer momento, los hombres de Mayo aspiraron a contar con el apoyo de Gran Bretaña, la que al perder los mercados del continente europeo, luego de la victoria napoleónica en Auschwitz, necesitaba abrir nuevas plazas y sólo podía hacerlo por mar, el que dominaba desde el combate de Trafalgar. Pero se encontraron con la reticencia de la corona británica puesto que España era su aliada en la guerra contra Francia.
De todas maneras, hubo soterrada complicidad, como lo demuestra el hecho de que barcos británicos de guerra, surtos en el puerto, hicieron pesar su influencia. El capitán de la escuadra, Charles Montagu Fabian, no sólo empavesó las naves y disparó salvas de festejo el 26 de mayo, sino que también arengó al pueblo a favor de la revolución. Habría motivos para festejar: en los días subsiguientes a la sublevación se rebajaron en un 100% los derechos de exportación y se declaró libre la salida de oro y plata, sin más recaudo que pagar derecho como mercancía, lo que favorecía a los comerciantes ingleses.
La Constitución de la Junta del 25, que sustituyó la del 22 que conservaba el poder de Liniers aunque sin el rango de virrey, representó y equilibró sabiamente los factores de poder porteños.
Cornelio Saavedra representó a las milicias armadas, esencial para defender la sublevación de la reacción de los partidarios de Fernando VII. Ya se ha mencionado la importancia de Moreno. En cuanto a Paso, fue el secretario puntilloso, urdidor y astuto, que por sus virtudes repetirá dicha función en varias oportunidades, también en Tucumán en 1816. En cuanto a los vocales, los había representantes del poder económico español con los comerciantes Domingo Matheu y Juan Larrea. El vocal Azcuénaga también era hombre de armas, aunque Saavedra habría condicionado que no tuviera mando de tropa. No podía faltar la fuerza del clero y allí estaba el cura de San Nicolás, Manuel Alberti. Y por fin los abogados Belgrano y Castelli eran quienes hablaban y actuaban en nombre de los jóvenes progresistas animados de ínfulas de cambio radical.
El propósito independentista de algunos debió disimularse para no romper prematuramente la alianza estratégica con los otros sectores. También por la reticencia británica a la declaración independentista, por la ya mentada alianza con España y también porque era un imperio colonial y no estaba en sus planes fomentar las insurrecciones en territorios ocupados.
Ese freno fue evidente cuando la Asamblea del año XIII, que había sido convocada con el propósito de declarar la emancipación de España, recibió instrucciones en contrario desde Londres, que fueron acatadas por la anglófila Logia Lautaro, cuyos iniciados dominaban la convocatoria. Esa misma prudencia hizo que la creación de una bandera propia de las Provincias Unidas por parte de Belgrano, en 1811, fuera acremente censurada por Bernardino Rivadavia, el poder en Buenos Aires.
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