Como tengo barba larga y cabello blanco, muchos niños me ven y me llaman Papá Noel. Yo les explico, sin convencerlos, que sólo soy hermano de Papá Noel. Y que mi función es mirar por los niños, observar si estudian bien, si tratan bien a sus compañeritos y si escuchan los buenos consejos de sus padres. Les digo que, después, se lo cuento todo a Papá Noel, y que él en Navidad va a traerles lindos regalos. Uno de esos días, uno me siguió curioso y cuando me vio entrar en el automóvil corrió hacia su padre y le dijo: «Papá, Papá Noel no vino en trineo; vino en auto».
Este es un tipo de Navidad con su correspondiente imaginario. Papá Noel es una figura del mercado. Es el viejito bueno que trata de seducir a los niños para que sus padres les compren regalos. El recuerdo de que él representa a san Nicolás, que también traía regalos, desapareció, para dar paso a la figura infantilizada del vejete bonachón que saca sorpresas del saco, que antes fueron compradas y puestas allí dentro.
Como en todas las casas hay televisión ―puede faltar el pan pero nunca la televisión―, los niños pobres ven a Papá Noel y sueñan con el mundo encantado que él les muestra, lleno de regalos, carritos, muñecas y juguetes electrónicos, a los que ellos difícilmente tendrán acceso. Y sufren por eso, a pesar del brillo embelesado de sus ojitos infantiles. El mercado es el nuevo dios que exige el sometimiento de todos. Por eso los niños presionan a sus padres para que Papá Noel pase por allá, por «casa». Entonces son los padres los que sufren por no poder atender las demandas de sus hijos seducidos por tantos objetos-fetiche mostrados por Papá Noel.
El mercado es una de las mayores creaciones sociales. Pero ha habido y hay muchos tipos de mercado. El nuestro, de corte capitalista, es terriblemente excluyente y, por eso, victimario de personas y de empresas. Es sólo competitivo y nada solidario. Solamente cuenta quien produce y consume. Quien es pobre debe contentarse con migajas o malvivir en la marginalidad. En Navidad, Papá Noel es una figura central del consumo para quien está dentro del sistema y puede pagar.
La navidad del Niño Jesús es diferente. Él nació en una familia pobre y honrada. En el momento de su nacimiento en una cueva, entre animales, cantaron los ángeles en el cielo, los pastores se quedaron inmóviles, por la emoción, y hasta unos sabios vinieron de lejos para saludarle. Cuando fue mayor, se convirtió en un magnífico contador de historias y predicador ambulante con un mensaje de total inclusión de todos, comenzando por los pobres, a los que llamó bienaventurados. Las personas que guardan su memoria sagrada, escuchan en la Nochebuena la historia de cómo nació y celebran la presencia humanitaria de Dios, que asumió la forma de un niño. Y lo festejan cenando con la familia y los amigos. Aquí no hay mercado ni excluidos, sino luz, alegría y confraternización. El intercambio de regalos simboliza el mayor presente que Dios nos dio: Él mismo en forma de niño. Él nos alimenta la esperanza de que podemos vivir sin el Papá Noel que nos vende ilusiones.
Dom Pedro Casaldáliga ante un indito recién nacido escribió: «No he visto la tal estrella, pero he visto a un Dios muy pobre. María estaba despierta, despierta estaba la noche. Y estaba sobresaltado para siempre el rey Herodes». El rey Herodes no es ya una persona, sino un sistema que continúa devorando personas en el altar del consumo solitario.
Este es un tipo de Navidad con su correspondiente imaginario. Papá Noel es una figura del mercado. Es el viejito bueno que trata de seducir a los niños para que sus padres les compren regalos. El recuerdo de que él representa a san Nicolás, que también traía regalos, desapareció, para dar paso a la figura infantilizada del vejete bonachón que saca sorpresas del saco, que antes fueron compradas y puestas allí dentro.
Como en todas las casas hay televisión ―puede faltar el pan pero nunca la televisión―, los niños pobres ven a Papá Noel y sueñan con el mundo encantado que él les muestra, lleno de regalos, carritos, muñecas y juguetes electrónicos, a los que ellos difícilmente tendrán acceso. Y sufren por eso, a pesar del brillo embelesado de sus ojitos infantiles. El mercado es el nuevo dios que exige el sometimiento de todos. Por eso los niños presionan a sus padres para que Papá Noel pase por allá, por «casa». Entonces son los padres los que sufren por no poder atender las demandas de sus hijos seducidos por tantos objetos-fetiche mostrados por Papá Noel.
El mercado es una de las mayores creaciones sociales. Pero ha habido y hay muchos tipos de mercado. El nuestro, de corte capitalista, es terriblemente excluyente y, por eso, victimario de personas y de empresas. Es sólo competitivo y nada solidario. Solamente cuenta quien produce y consume. Quien es pobre debe contentarse con migajas o malvivir en la marginalidad. En Navidad, Papá Noel es una figura central del consumo para quien está dentro del sistema y puede pagar.
La navidad del Niño Jesús es diferente. Él nació en una familia pobre y honrada. En el momento de su nacimiento en una cueva, entre animales, cantaron los ángeles en el cielo, los pastores se quedaron inmóviles, por la emoción, y hasta unos sabios vinieron de lejos para saludarle. Cuando fue mayor, se convirtió en un magnífico contador de historias y predicador ambulante con un mensaje de total inclusión de todos, comenzando por los pobres, a los que llamó bienaventurados. Las personas que guardan su memoria sagrada, escuchan en la Nochebuena la historia de cómo nació y celebran la presencia humanitaria de Dios, que asumió la forma de un niño. Y lo festejan cenando con la familia y los amigos. Aquí no hay mercado ni excluidos, sino luz, alegría y confraternización. El intercambio de regalos simboliza el mayor presente que Dios nos dio: Él mismo en forma de niño. Él nos alimenta la esperanza de que podemos vivir sin el Papá Noel que nos vende ilusiones.
Dom Pedro Casaldáliga ante un indito recién nacido escribió: «No he visto la tal estrella, pero he visto a un Dios muy pobre. María estaba despierta, despierta estaba la noche. Y estaba sobresaltado para siempre el rey Herodes». El rey Herodes no es ya una persona, sino un sistema que continúa devorando personas en el altar del consumo solitario.
Fuente: Otro mundo es posible
Escribe: Guillermo Reyna Allan