sábado, 22 de enero de 2011

Santa Helena: madre del cristianismo

Helena probablemente se trate de una de las madres más importantes de la historia. Todos sabemos cuán influyente puede ser una madre, pero esta en particular provocó un cambio en el curso de la humanidad.

¿Cómo logró el cristianismo, una de las muchas sectas religiosas de la Antigüedad mediterránea, pasar a ser la religión oficial del Imperio Romano, y con ello propagarse por toda Europa y el mundo entero? ¿Qué es lo que cambió para que el emperador Constantino deje de perseguir a los cristianos y, no sólo convertirse en uno de ellos, sino impulsar el cristianismo en todo el Imperio? Como en todos los procesos históricos, hay decisiones meramente políticas que revolucionan el curso de la historia, aunque estas decisiones sean, muchas veces, el producto de influencias ideológicas y movimientos culturales más profundos.



Quizá nunca sepamos del todo qué fue lo que causó semejante cambio en la historia de Roma. Algunas fuentes relatan que Constantino marchaba a la batalla cuando vio una columna de luz que se elevaba formando una cruz y se formaban las palabras “Hoc signo victor eris”, que en latín significan “Por este signo vencerás”. En la noche siguiente, Constantino soñó que Jesús le ordenaba que pintara dos letras de la palabra Cristo: x (chi), p (rho), en los escudos de sus tropas. El emperador obedeció las instrucciones logrando derrotar a su enemigo, y así se convirtió al cristianismo.

Mito o verdad, lo cierto es que una influencia un poco más evidente y probable fue la de su propia madre, Helena de Constantinopla. Flavia Iulia Helena nació a mediados del siglo III posiblemente en la localidad romana de Drepanum (conocida más tarde como Helenópolis) en el Golfo de Nicomedia, y murió alrededor del año 330. Fue de familia humilde; quizá una posadera.
No obstante, se convirtió en la esposa legítima de Constancio Cloro, quien fue emperador del Imperio Romano en 305. Su primer y único hijo, Constantino, nació en Naissus mucho antes, en la Alta Moesia, en el 274. Pero no todo fueron alegrías. En 292, Constancio decidió divorciarse de Helena para poder casarse con la hijastra de Maximiano y llegar a establecer así el parentesco imprescindible entre los miembros de la tetrarquía romana.

Muerto Constancio Cloro en el 306, Constantino decidió llevar a su madre a vivir con él en la corte imperial, confiriéndole el título de Augusta, y ordenando que se le tributaran honores como la madre del soberano, como la acuñación de monedas con su imagen. Durante el gobierno de su hijo, Helena se habría convertido al cristianismo e influenciado a Constantino para la edificación de iglesias y la promulgación de los edictos en favor de la libertad religiosa.
Helena murió tras muchos años de vida piadosa, en los que se incluye la leyenda de haber encontrado los restos de la cruz de Cristo en Jerusalén, y desde entonces fue considerada santa por la Iglesia Romana, y la Iglesia Ortodoxa.

Fuentes:
Herrin, J.: The Imperial Feminine in Byzantium, The Past and Present Society, 2000.
Holloway, J.: Helena, Egeria, and Paula: The Bible and Women Pilgrims, 1997.
Enciclopedia Católica

Sobrehistoria.com

sábado, 8 de enero de 2011

¿Existió Robin Hood?

Todos escuchamos alguna vez la historia de Robin Hood, el habilidoso arquero que robaba a los ricos para los pobres. Sin que necesariamente formemos parte de la cultura inglesa, conocemos su leyenda, cuya vigencia se mantiene, más que nada, gracias a la narración oral.
.El origen de la leyenda de Robin Hood es bastante oscuro. La primera referencia literaria de Robin Hood proviene de una mención en Piers Plowman (Pedro el Labrador), un poema inglés escrito aproximadamente en 1377. En el siglo XV, Robin Hood se menciona en las narraciones de Lyttle Geste od Robyn Hode, Robin Hood and the Monk, y las historias de Robin Hoode his Death, Robin Hood and Guy of Gisborne, y Robin Hood and the Curtal Friar.

Pero, según la leyenda, Robin Hood vivió en los siglos XII o XIII, antes de lo que cuentan estas narraciones. Lo que sí confirma el cuerpo literario es que la región septentrional de Barnsdale y el Bosque de Sherwood estaba colmada de fugitivos y ladrones.

La verdad es que las fuentes son muchas y confusas, por eso existen varios candidatos que podrían haber sido Robin Hood.

Una opción es un tal Robert Hod, luego llamado Hobbehod, quien era un arrendatario del arzobispo de York durante el reinado de Enrique III (hijo de Juan Sin Tierra). Hay archivos legales que demuestran que se trataba de un fugitivo, que fue convocado en 1225 ante su señor (el arzobispo) y huyó.

Por otro lado, en 1852, el historiador victoriano Joseph Hunter afirmó haber encontrado al verdadero Robin Hood bajo el nombre de Robert Hood, mencionado en los archivos reales como un sirviente del rey Eduardo II. Más tarde, Hunter descubrió el mismo nombre (aunque no necesariamente al mismo hombre) en unos pergaminos originarios de Wakefield, que incluye la famosa región de Barnsdale, uno de los hogares legendarios del fugitivo.

La búsqueda por el verdadero Robin Hood se complica ya que Hood, Hod, y Hoder eran apellidos muy comunes en la Inglaterra medieval, lo mismo pasaba con los nombres Robert y Robin. Lo cierto es que la palabra “Robinhood” se convirtió pronto en un apodo que utilizaron muchos oficiales para describir a los exiliados de la ley. Hay evidencias de al menos 8 personas antes de 1300 a las que se le adjudicaron el seudónimo. De hecho, la palabra “hood” sigue significando “gángster” o “persona fuera de la ley” en Norteamérica.

Hoy por hoy, la identidad del verdadero Robin Hood sigue tan escurridiza como lo fuera el legendario personaje. Pero una cosa es cierta: su popularidad en la actualidad es tan grande como lo fue en un principio.

Fuentes:
NottinghamShire
Ibeji, M.: Robin Hood and his Historical Context
Sobrehistoria.com
GRA

domingo, 2 de enero de 2011

Anécdotas sobre virreyes

Sólo dos de los once representantes de la corona se encuentran enterrados en Buenos Aires
En los treinta y tres años, o poco más, corridos desde la creación del Virreinato del Río de la Plata el 1º de agosto de 1776 hasta mayo de 1810, once virreyes -uno sólo americano (Vértiz) y otro francés (Liniers)- mandaron en Buenos Aires. Pero en esta plaza consiguieron escasa memoria popular. La carencia resulta inevitable de saber que casi no se estimula la memoria de algunos próceres: menos aún despiertan curiosidad los mandatarios coloniales. Las pocas huellas de los representantes de la corona tampoco suelen alimentar la base de datos del actual turismo urbano.

Pero a espaldas de un monumental hotel del barrio de Monserrat, a metros de la Avenida de Mayo, está enterrado el quinto virrey en estas tierras y el primero que falleció en América tras ocupar el sillón de don Pedro de Cevallos, aquel militar que fue gobernador de Buenos Aires en 1756 y años después preludió su primer virreinato con la derrota a los ejércitos lusitanos de O Desterro en Santa Catalina y de Colonia del Sacramento.
El sepulcro de don Pedro de Melo de Portugal y Villena está -desde el 22 de abril de 1797- en el costado derecho del altar de San Juan Bautista, la antigua iglesia de la esquina de Alsina y Piedras, que en la actualidad abre sus puertas por la mañana.

Las guías turísticas capitalinas no incluyen este dato tan poco conocido como la accidentada muerte del virrey y su aún más curiosa exhumación. El dato de su entierro en Buenos Aires se rastrea en viejos repertorios y en las Memorias curiosas que suscribió Juan Manuel Berutti. Más recientemente figura en Buenos Aires, ciudad secreta , de Germinal Nogués, que señala a Melo como único gobernante de aquel entonces sepultado en Buenos Aires. Pero los registros de Berutti de 1804 detallan con precisión la enfermedad y muerte del octavo virrey: Joaquín del Pino y Rozas, Romero y Negrete.

Berutti anotó que el 9 de abril de aquel año, la gravedad del ilustre enfermo hizo que el flamante obispo Benito de Lué y Riega llevara los santos óleos bajo palio -y en compañía de toda la clerecía, Cabildo eclesiástico y el secular junto con la Real Audiencia en pleno, cuerpo que ese mismo día decretó asumir el mando- hasta la cama del moribundo. Luego Berutti dice que "en abril 11 falleció el excelentísimo señor virrey y fue enterrado el 13 por la mañana en el panteón de la Santa Iglesia Catedral" (actualmente en la cripta de ese templo mayor). Del Pino fue suegro de Bernardino Rivadavia.

Pero la muerte asechó al virrey Melo siete años antes de la agonía del virrey Del Pino. Había decidido defender la banda oriental del río y la recorrió in extenso -beneficiándose incluso con el clima benigno de la hoy Punta del Este-, pero en el camino de regreso a Montevideo -cerca de Pando- tuvo un grave accidente de cabalgadura. Postrado y persuadido de que se acercaba su agonía, rogó se lo enterrara en el porteño templo de las Capuchinas. Allá murió el 15 de abril de 1797, se lo revistió con el hábito de Santiago y fue embarcado. El 22 se lo enterró en San Juan Bautista. En su lápida hoy se lee: "Aquí yace, por afecto a las vírgenes esposas de Jesucristo, el Exmo. Señor D. Pedro Melo de Portugal y Vilena", extenso epitafio que remata asegurando que vivió 63 años, 11 meses y 16 días.

Ciento trece años después, durante el Centenario, el capellán Pedro Sardoy descubrió un camino de hormigas contiguo al patio del convento (donde se dice que enterraron a defensores y enemigos tras los combates de la Segunda Invasión Inglesa, ya que el lugar fue entonces "hospital de sangre"). Sardoy descubrió que el camino de las hormigas provenía del sepulcro virreinal. Exhumado el virrey -lo publicó Julio A. Luqui Lagleyze y lo reprodujo B. Lozier Almazán en su Martín de Alzaga - se descubrió que provenían de la calavera del encumbrado occiso. El esqueleto de las manos sostenía una espada de oro y plata que, retirada, se fundió en una patena de celebración sacramental.

Siete virreyes rioplatenses murieron en España, dos en Buenos Aires, y Liniers, fusilado en Cabeza de Tigre el 26 de agosto de 1810, fue rescatado para cruzar el océano en demanda del Panteón de los Marinos Ilustres de San Fernando, provincia de Cádiz.

El catalán Gabriel de Avilés, único que asumió dos virreinatos, séptimo virrey rioplatense que tuvo varias y sucesivas funciones en Chile y también había actuado en el Perú contra la insurrección de Túpac Amaru, asumió tardíamente en Buenos Aires el 14 de marzo de 1799 y su gobierno fue breve. En marzo de 1800 falleció el virrey del Perú Ambrosio O'Higgins -padre del prócer chileno- y la corona hizo un enroque: mandó a Avilés en su reemplazo a Lima y trajo de la gobernación de Chile a Del Pino para asumir en Buenos Aires. Pero Avilés dejó su trono peruano en 1806, aunque residió en Lima hasta 1810 cuando se embarcó hacia España (según lo cuenta el autor Sigfrido Radaelli). Estaba a bordo cuando se sintió enfermo de gravedad y desembarcó en Valparaíso. Allí murió el 19 de setiembre de aquel año del proceso revolucionario.

Los edificios donde transcurrieron episodios de la vida de estos personajes han desaparecido, a excepción de la casa de Sobremonte, en Córdoba, su sede de gobernador antes de su virreinato. En la porteña calle Bolívar 553 existió hasta 1920 la casa que alquiló la familia de Cisneros (sordo desde que combatió heroicamente en Trafalgar) después de ser defenestrado por los patriotas.

Quizá la casa de mayor significación en la historiografía de la ciudad haya sido la Casa de la Virreyna Vieja del siglo XVIII que mucho tiempo sobrevivió en la esquina noroeste de Perú y Belgrano, y que ocupó la viuda del virrey Del Pino, doña Rafaela de Vera y Muxica (terminó siendo el montepío ciudadano).

Los virreyes consiguieron por lo menos memoria permanente en la toponimia de Buenos Aires, un damero de calles entre las estaciones Belgrano R y Colegiales, donde se recuerda a Loreto, Arredondo, Olaguer y Feliú, Del Pino y Avilés. Liniers tiene calle entre Once y Boedo, y Vértiz logró una avenida que lame la barranca de Belgrano. Cisneros, en cambio, mereció apenas un pasaje en La Paternal, un sándwich que le hacen las calles Caracas y Gavilán al 1600.

Por Francisco N. Juárez, LA NACION.
Fuente: http://www.elhistoriador.com.ar/