lunes, 27 de diciembre de 2010

La Quimera de El Dorado

En la conquista de América, las expediciones y masacres de Hernán Cortés en México y de Francisco Pizarro en Perú fueron los episodios más conocidos.

Pero, por las mismas fechas, otros conquistadores se lanzaron en rapiña hacia todas las direcciones de continente que acababan de descubrir. Los hubo que se aventuraron hasta América del Norte, en busca de los tesoros de las “Siete Ciudades de Cíbola”.

Pero la expedición de Coronado, que remontó el Colorado, descubrió el Gran Cañón y atravesó la Pradera, no logró los resultados apetecidos en 1540. Las minas de plata descubiertas en las montañas desérticas del norte de México (Zacatecas, 1546) señalaron durante largo tiempo el frente avanzado de la colonización española, que no se adentró en los espacios abiertos de América del Norte.
Un sueño turbaba todos los espíritus: el de El Dorado, el misterioso rey que, según se decía, se ungía el cuerpo con polco de oro antes de bañarse en una laguna sagrada. La crónica El Carnero, de Juan Rodríguez Freyle, relataría que:

“Desnudaban al heredero (…) y lo untaban con una liga pegajosa, y rociaban todo con oro en polvo, de manera que iba todo cubierto de ese metal. Metíanlo en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro y esmeraldas que llevaba a los pies en medio de la laguna, seguíanse luego los demás caciques que le acompañaban.”

El palacio del rey, ubicado entre las montañas de oro, era también de oro macizo. Hubo aventureros que lo buscaron en Venezuela, y luego se adentraron cada vez más en el continente. Se suponía que estaba ubicado en alguna parte de la selva amazónica, entre Ecuador, Perú, Colombia, o Brasil.

Los financieros europeos se vieron involucrados en el prometedor negocio. Los Welser, banqueros de Nuremberg, encargaron a un agente alemán descubrir los fabulosos tesoros, con el fin de cobrarse las deudas de la monarquía española.
En 1539, tres expediciones coincidieron en el lugar que más tarde sería la ciudad de Santa Fe de Bogotá: la de los Wesler de Nuremberg, la que Pizarro había enviado desde el Perú con Francisco de Orellana a la cabeza, y una tercera, llegada de Panamá.

Por supuesto, todo no era más que una quimera, y una no inocente. Junto con las exploraciones en busca de El Dorado se esparcían por el continente americano las nuevas enfermedades que traían los europeos, y los europeos mismos, gérmenes de la destrucción nativa.
Por otra parte, la conquista misma presentaba ya síntomas de agotamiento. Hacia el norte del continente, las principales fuerzas conquistadoras de Portugal y España no se adentraban, y hacia el sur, en la Coordillera de los Andes, luego de haber aniquilado todo a su paso, los españoles se toparon en Chile y Argentina con la resistencia de los araucanos.
Fuente: Venard, M.: Los Comienzos del Mundo Moderno, vol. V, Argos.
Sobrehistoria.com

sábado, 18 de diciembre de 2010

Los vándalos

Es sabido del prejuicio de los historiadores tradicionales hacia la naturaleza de los pueblos germanos que se expandieron durante la decadencia del imperio romano.





En contraste con la civilización romana, los pueblos “bárbaros”, como se los llamó peyorativamente, no poseían el mismo grado de organización política y social. Además, fueron un importante factor para el deterioro de las fuerzas militares romanas, incapaces de defender todo el territorio que habían conquistado en Europa.
Entre los bárbaros, los vándalos son los que peor reputación adquirieron. En el idioma castellano, la palabra vándalo puede referirse tanto al pueblo germano como a un “hombre que comete acciones propias de gente salvaje y desalmada”.


El origen de los vándalos puede rastrearse hacia los primeros siglos de nuestra era, cuando fueron desplazándose desde las regiones germanas hasta la península ibérica. Hacia el 400 d.C., llegaron a la provincia romana de Hispania, desde donde cruzaron finalmente a las ricas tierras agrestes del norte de África.
Genserico, fundador del reino vándalo en África, se convirtió así en un soberano del “imperio del trigo”, cuya capital era la ciudad de Cartago. En este territorio, el poder real dispuso de órganos rudimentarios: el gobierno central se confundía con la corte de Cartago, formada por compañeros del rey.
Los caballeros, cubiertos de hierro, tocados con un yelmo cónico, armados de un arco y una espada, constituyeron la fuerza principal de la monarquía vándala. Las cualidades guerreras de ese puñado de hombres les permitieron instalar su eficaz dominio en la población romana de África. Incluso expandirse y enviar una incursión para saquear Roma en el año 455.



Pero si bien algunas costumbres germanas se filtraron en la vida cotidiana de los romanos, los vándalos en el poder seguían siendo una minoría que estaba condenada a desaparecer, asimilada por la masa romana.
Los reyes vándalos intentaron oponerse a la fusión de razas y culturas por medio de una política de segregación estricta: Genserico eligió para sus guerreros las mejores tierras de la Proconsular (norte de Túnez) y expulsó de ellas a los propietarios romanos, que tuvieron que establecerse en otro lado. Prohibió los matrimonios mixtos, y sólo los vándalos tenían derecho de llevar armas. Cada comunidad conservó su organización y costumbres.
Pero muy pronto los vándalos se acomodaron a la manera romana de vivir, se afeitaron la barba, frecuentaron el circo y las termas, los guerreros se casaban con romanas, los hijos iban a la escuela del gramático.

La lengua vándala no tardó en dejar de hablarse; han quedado pocas huellas de ella. Las costumbres ancestrales en materia de construcción, alfarería y vestimenta se olvidaron en las tierras africanas. El conquistador había sido conquistado.

Lista de reyes vándalos
Visumaro Siglo III d. C.
Godegisilio (¿?—406)
Gunderico (407-428)
Genserico (428-477)
Hunerico (477-484)
Guntamundo (484-496)
Trasamundo (496-523)
Hilderico (523-530)
Gelimer (530-534)

Fuentes e imágenes: Wikipedia / MundoHistoria / Pietri, L.: La Edad Media (siglos V al XV), El mundo y su Historia, Argos / Cameron, A.: El Mediterráneo en la Antigüedad Tardía (395-600)

Historiasobrehisgtoria.com

GRA



jueves, 9 de diciembre de 2010

A 25 años de la Sentencia del Juicio a las Juntas

En el proceso fueron juzgados y enviados a prisión los dictadores y represores que tomaron el Poder por asalto en 1976, tras un golpe de Estado y gobernaron de facto el país hasta el regreso a la democracia, en 1983.

Se conoce como Juicio a las Juntas el proceso judicial realizado por la justicia civil (por oposición a la justicia militar) en la Argentina en 1985, por orden del presidente Raúl Ricardo Alfonsín (1983-1989) contra las tres primeras juntas militares de la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) debido a las graves y masivas violaciones de derechos humanos cometidas en ese período.

La sentencia condenó a algunos integrantes de las tres primeras juntas militares a severas penas. Éstos fueron indultados en 1990 por el presidente Carlos Menem. A partir de 2006 la justicia comenzó a declarar inconstitucionales los indultos decretados.

El 15 de diciembre de 1983, cinco días después de asumir como presidente, Alfonsín sancionó los decretos 157 y 158. Por el primero se ordenaba enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones guerrilleras ERP y Montoneros; por el segundo se ordenaba procesar a las tres juntas militares que dirigieron el país desde el golpe militar del 24 de marzo de 1976 hasta la Guerra de las Malvinas.

El mismo día creó una Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas CONADEP, integrada por personalidades independientes para relevar, documentar y registrar casos y pruebas de violaciones de derechos humanos, y fundar así el juicio a las juntas militares.


Fuente: Página16.com

sábado, 4 de diciembre de 2010

Illia en pijamas

Fué Presidente, lo voltearon porque anuló los contratos petroleros y por la ley de medicamntos que le ponía límites a los laboratorios, murió pobre.

En un glorioso recital, Jairo contó una vivencia estremecedora de su Cruz del Eje natal. Una madrugada su hermanita no paraba de temblar mientras se iba poniendo morada. Sus padres estaban desesperados. No sabían que hacer. Temían que se les muriera y fueron a golpear la puerta de la casa del médico del pueblo.

El doctor Arturo Illia se puso un sobretodo sobre el pijama , se trepó a su bicicleta y pedaleó hasta la casa de los González. Apenas vio a la nenita dijo: “Hipotermia”. “No se si mi padre entendió lo que esa palabra rara quería decir”, contó Jairo. La sabiduría del médico ordenó algo muy simple y profundo. Que el padre se sacara la camisa, el abrigo y que con su torso desnudo abrazara fuertemente a la chiquita a la que cubrieron con un par de mantas. “¿No le va a dar un remedio, doctor?”, preguntó ansiosa la madre. Y Arturo Illia le dijo que para esos temblores no había mejor medicamento que el calor del cuerpo de su padre.

A la hora la chiquita empezó a recuperar los colores. Y a las 5 de la mañana, cuando ya estaba totalmente repuesta, don Arturo se puso otra vez su gastado sobretodo, se subió a la bicicleta y se perdió en la noche.

Jairo dijo que lo contó por primera vez en su vida. Tal vez esa sabiduría popular, esa actitud solidaria, esa austeridad franciscana lo marcó para siempre. El teatro se llenó de lágrimas. Los aplausos en la sala denotaron que gran parte de la gente sabía quien había sido ese médico rural que llegó a ser presidente de la Nación. Pero afuera me di cuenta que muchos jóvenes desconocían la dimensión ética de aquél hombre sencillo y patriota.

Y les prometí que hoy, en esta columna les iba a contar algo de lo que fue esa leyenda republicana.Llegó a la presidencia en 1963, el mismo año en que el mundo se conmovía por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y lloraba la muerte del Papa Bueno, Juan XXIII.Tal vez no fue una casualidad. El mismo día que murió Juan XXIII nació Illia como un presidente bueno. Hoy todos los colocan en el altar de los próceres de la democracia.Le doy apenas alguna cifras para tomar dimensión de lo que fue su gobierno. El Producto Bruto Interno (PBI) en 1964 creció el 10,3% y en 1965 el 9,1%. “Tasas chinas”, diríamos ahora. En los dos años anteriores, el país no había crecido, había tenido números negativos. Ese año la desocupación era del 6,1%. Asumió con 23 millones de dólares de reservas en el Banco Central y cuando se fue había 363. Parece de otro planeta. Pero quiero ser lo mas riguroso posible con la historia. Argentina tampoco era un paraíso. El gobierno tenía una gran debilidad de origen. Había asumido aquel 12 de octubre de 1963 solamente con el 25,2% de los votos y en elecciones donde el peronismo estuvo proscripto.

Le doy un dato mas: el voto en blanco rozó el 20% y por lo tanto el radicalismo no tuvo mayoría en el Congreso. Tampoco hay que olvidar el encarnizado plan del lucha que el Lobo Vandor y el sindicalismo peronista le hizo para debilitarlo sin piedad. Por supuesto que el gobierno también tenía errores como todos los gobiernos. Pero la gran verdad es que Illia fue derrocado por sus aciertos y no por sus errores. Por su historica honradez, por la autonomía frente a los poderosos de adentro y de afuera. Tuvo el coraje de meter el bisturí en los dos negocios que incluso hoy mas facturan en el planeta: los medicamentos y el petróleo. Nunca le perdonaron tanta independencia. Por eso le hicieron la cruz y le apuntaron los cañones.

Por eso digo que a Illia lo voltearon los militares fascistas como Onganía que defendían los intereses económicos de los monopolios extranjeros. El lo dijo con toda claridad: a mi me derrocaron las 20 manzanas que rodean a la casa de gobierno. Nunca más un presidente en nuestro país volvió a viajar en subte o a tomar café en los bolichones. Nunca mas un presidente hizo lo que el hizo con los fondos reservados: no los tocó.

Nació en Pergamino pero se encariñó con Cruz del Eje donde ejerció su vocación de arte de curar personas con la medicina y de curar sociedades con la política. Allí conoció a don González el padre de Marito, es decir de Jairo. Atendió a los humildes y peleó por la libertad y la justicia para todos. A Don Arturo Humberto Illia lo vamos a extrañar por el resto de nuestros días. Porque hacía sin robar. Porque se fue del gobierno mucho mas pobre de lo que entró y eso que entró pobre. Su modesta casa y el consultorio fueron donaciones de los vecinos y en los últimos días de su vida atendía en la panadería de un amigo. Fue la ética sentada en el sillón de Rivadavia. Yo tenía 11 años cuando los golpistas lo arrancaron de la casa de gobierno. Mi padre que lo había votado y lo admiraba profundamente se agarró la cabeza y me dijo:- Pobre de nosotros los argentinos. Todavía no sabemos los dramas que nos esperan.Y mi viejo tuvo razón. Mucha tragedia le esperaba a este bendito país. Yo tenía 11 años pero todavía recuerdo su cabeza blanca, su frente alta y su conciencia limpia.



Alfredo Leuco