sábado, 28 de agosto de 2010

El éxodo jujeño

El 23 de agosto el ejército patriota a las órdenes del general Manuel Belgrano comienza el heroico éxodo del pueblo jujeño en dirección a Tucumán en lo conoce como el “éxodo jujeño”. Ante la inminencia del avance de un poderoso ejército español desde el norte al mando de Pío Tristán, el 29 de julio de 1812, Belgrano emite un bando disponiendo la retirada general. La orden de Belgrano era contundente: había que dejarles a los godos la tierra arrasada: ni casas, ni alimentos, ni animales de transporte, ni objetos de hierro, ni efectos mercantiles. Para recordar este heroico episodio transcribimos a continuación el bando de Belgrano y unos fragmentos del libro Jujuy. Apuntes de su historia civil.
Fuente: Carrillo, Joaquín, Jujuy. Apuntes de su historia civil, Universidad de Jujuy, Jujuy, 1989, pág. 142-149.

Los días fastos en que el pueblo conmemoraba los sucesos nacionales habían ya sido cambiados. (…) En vez del natalicio de los reyes, comenzaba a marcarse en el calendario popular la festividad nacional del 25 de mayo, día de libertad y de esperanzas. Jujuy debía celebrarlo con pompa y solemnizarlo con una ceremonia memorable, que cumplió con entusiasmo sin igual en los períodos de sus glorias y sus trabajos. El 25 de Mayo era ocasión de reanimar con formalidades tocantes el espíritu que había comenzado a levantarse con la marcha del ejército sobre los territorios antes abandonados. El sentimiento patriótico de Belgrano tuvo fecundidad en la invención de una ritualidad patriótica para herir el corazón de los pueblos y retemplarlos en la fatiga, sublimándolos para el sacrificio en el ardor de las más rudas batallas.


Aquel día (25 de mayo de 1812) el ejército apareció de pie, en formación, cuando el horizonte, tiñéndose del albor esparcido por los rayos del sol naciente, parece abrirse como inmensa cortina, para que desperado el orbe eleve sus cánticos: en aquel momento resonó en la plaza municipal de Jujuy un himno enfático al Dios de la Libertad de América. Lo entonaba aquel pueblo cuyas masas alternaban con las compañías en organizaciones del ejército de Belgrano, y de cuya fraternización en el culto patriótico de aquel día, debía nacer la común resolución de mantener el juramento de ser libres. (…)


Aquel pueblo, que así se estremecía de júbilo, que por la multitud agrupada dejaba escapar las aclamaciones generales, y que por sus autoridades y Cabildo transmitía al jefe su incontrastable resolución de arrostrar el conjunto de los sacrificios que la causa imponía, aquel pueblo llenaba las cuadras designadas a sus bisoños soldados ciudadanos, con que se organizaba el Regimiento Nº 6, y cuya bandera, bendecida el 25, fue también mandada ocultar por el Gobierno. Belgrano la guardó con cariño para legarla al pueblo de Jujuy el día en que fuese coronada por los laureles de la victoria.


Cochabamba caía, cuando en Jujuy se enarbolaba y bendecía la bandera argentina, y se rehacía un tanto aquel ejército, aumentado por el número 6 de jujeños.
Manifiesto era que el itinerario de Goyeneche sería el día después de su triunfo sobre el pueblo de Cochabamba, el que lo condujese hasta los fogones del campamento de Belgrano, o a los tesoros abandonados de las provincias del valle argentino. Terminaba julio, y las avanzadas enemigas eran seriamente reforzadas. A los patriotas les vinieron también algunos fusiles, con los que prepararon a hacer algo, siguiendo a su jefe, que prefirió una retirada, como lo ordenaba el gobierno, y el abandono al enemigo de las poblaciones y ciudades de Jujuy y Salta. Pero no fue tan solo una retirada militar; ordenó un abandono del país a todos sus habitantes; un levantamiento de todo objeto de recursos, o su destrucción, si no era fácil su transporte.
El bando con que precedió su marcha retrógrada fue terrífico e hizo estremecer de ansiedad y amargura a la sociedad de Jujuy. Lo insertamos íntegro por su originalidad, y efectos que produjo.


Bando de Belgrano
“Don Manuel Belgrano, general en jefe… Pueblos de la Provincia: Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas de la República del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha; y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre vosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud.


”Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reunirnos al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres, trayéndonos las armas de chispa, blanca y municiones que tengáis o podáis adquirir, y dando parte a la Justicia de los que las tuvieron y permanecieren indiferentes a vista del riesgo que os amenaza de perder no sólo vuestros derechos, sino las propiedades que tenéis.


”Hacendados: apresuraos a sacar vuestro ganado vacuno, caballares, mulares y lanares que haya en vuestras estancias, y al mismo tiempo vuestros charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome providencias que os sean dolorosas, declarandóos además si no lo hicieseis traidores a la patria.


”Labradores: asegurad vuestras cosechas extrayéndolas para dicho punto, en la inteligencia de que no haciéndolo incurriréis en igual desgracia que aquellos.


”Comerciantes: no perdáis un momento en enfardelar vuestros efectos y remitirlos, e igualmente cuantos hubiere en vuestro poder de ajena pertenencia, pues no ejecutándolo sufriréis las penas que aquellos, y además serán quemados los efectos que se hallaren, sean en poder de quien fuere, y a quien pertenezcan.


”Entended todos que al que se encontrare fuera de las guardias avanzadas del ejército en todos los puntos en que las hay, o que intente pasar sin mi pasaporte será pasado por las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso. Que igual pena sufrirá aquel que por sus conversaciones o por hechos atentase contra la causa sagrada de la Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese. Que los que inspirasen desaliento estén revestidos del carácter que estuviesen serán igualmente pasados por las armas con sólo lo deposición de dos testigos.


”Que serán tenidos por traidores a la patria todos los que a mi primera orden no estuvieran prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuesen.


”No espero que haya uno solo que me dé lugar par aponer en ejecución las referidas penas, pues los verdaderos hijos de la patria me prometo que se empeñarán en ayudarme, como amantes de tan digna madre, y los desnaturalizados obedecerán ciegamente y ocultarán sus inicuas intensiones. Más, si así no fuese, sabed que se acabaron las consideraciones de cualquier especie que sean, y que nada será bastante para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto.


”Cuartel general de Jujuy 29 de julio de 1812”. Manuel Belgrano


Apenas se lee sereno aquella orden tremenda lanzada contra todo habitante, que sin distinción alguna, debía obedecerla o perecer. El terror del bando hizo su efecto, y como el general se prometía; no encontró resistencias para ser cumplido. (…)


El patriotismo y decisión hizo llevaderas las penurias de la emigración próxima; y “hasta las mujeres se ocupaban de construir cartuchos y animar a los hombres”, como dice también el historiador Mitre.


No se emprendió la marcha sino cuando se había preparado todo y el enemigo se encontraba próximo, adelantando sus partidas sobre las últimas guardias de las fuerzas que habían estado en Humahuaca. Estas sin perder formación, sufrieron la picada que las orgullosas partidas realistas les hacían y atravesaron por las inmediaciones de la ciudad sin que ni se les permitiese a los oficiales detenerse con cualquier objeto un solo momento en las casas de la población. El grueso de la columna había marchado el 23 y la vanguardia, convertida en retaguardia, pasaba en la tarde de ese día. Belgrano fue el último que abandonó la ciudad en la noche, incorporándose a las fuerzas antes del día siguiente. El enemigo se posesionó de aquella solitaria ciudad en medio de su total abandono. Estaba desierta y desmantelada, y espantado del aspecto tristísimo de aquellos hogares desamparados y de aquellas calles mudas y tristes, después de la agradable animación de otros tiempos, escribía el jefe Tristán a Goyeneche: “Belgrano es imperdonable por el bando del 29 de julio”, Cuando pasó sus ojos sobre aquel ultimátum le calificó de “bando impío”.


sábado, 21 de agosto de 2010

Los siete platos de arroz con leche

Autor: Lucio V. Mansilla

Lucio Y. Mansilla, sobrino carnal de Rosas, recibe en Londres la noticia del pronunciamiento de Urquiza. En diciembre de 1851 llega a Buenos Aires. Sombrero de copa, levita muy laga y pantalón muy estrecho.

«Ha llegado el niño Lucio». Urquiza está en camino.

-¿Y cómo está mi tío?» «¿Y cómo está Manuelita?», pregunta el recién venido.

Al día siguiente monta a caballo y va a pedir la bendición a su tío. Llegado allá, pregunta naturalmente por su prima.

-La niña está en la quinta.»

En efecto, en el llamado jardín de las magnolias está Manuelita rodeada de un gran séquito de admiradores, unos de pie, los otros sentados sobre el césped, «pero ella tenía a su lado, provocando las envidias federales y haciendo con su gracia característica, todo ameleochado, el papel de cavaliere servente», al sabio jurisconsulto don Dalmacio Vélez Sársfield».

Palermo no es el centro social repugnante que dicen los enemigos, aunque el Restaurador campea allí con sus bufones y su extraordinaria ordinariez.
«Rozas no es «un temperamento libidinoso, sino un neurótico obsceno.» Pero su hija es pura y afable. -

Llegar, verme Manuelita y abrazarme, fué todo uno.» Vuelven a los salones. El recién llegado pide ver a su tío. Su prima sale para volver al rato.
«Ahora te recibirá.»
El joven Lucio, que ha rehusado un asiento en la mesa, porque debe volver a cenar en su casa, espera. Sigue esperando varias horas... La mirada de su prima contesta., «Ten paciencia. Ya sabes lo que es tatita.» Regresa de nuevo, conduce al postulante a través de muchas estancias, diciéndole al fin: «Voy a decirle a tatita».

La pieza, sin alfombras, muestra lucientes baldosas, en una esquina, junto a una mesita de noche colorada, una cama de pino colorada con colcha de damasco colorado; en medio, una mesita de caoba con carpeta de paíío grana entre dos sillas de esterilla coloradas...

Yo me quedé en pie, conteniendo la respiración, como quien espera el santo advenimiento; porque aquella personalidad terrible, producía todas las emociones del cariño y del temor. Moverme, habría sido hacer ruido, y cuando se está en el santuario todo ruido es como una profanación, y aquella mansión era, en aquel entonces, para mí, algo más que un santuario.

Reinaba un profundo silencio, en mi imaginación al menos; los segundos me parecían minutos, horas los minutos. Mi tío aparece: era un hombre alto, rubio, blanco, semipálido, combinación de sangre y de bilis, un cuasi adiposo napoleónico, de gran talla, de frente perpendicular, amplia, rasa como una plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones; de cejas no muy guarnecidas; poco arqueadas, de movilidad difícil; de mirada fuerte, templada por lo azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas órbitas escondidas en concavidades insondables; de nariz grande, afilada y correcta, tirando más al griego que al romano; de labios delgados, casi cerrados, como dando la medida de su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible... Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto, abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que toma su embonpoint, un traje que consistía en un chaquetón de pafio azul, en un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; afíadid unos cuellos altos, pun- tiagudos, nítidos y unas manos perfectas como formas, y todo limpio hasta la pulcritud -y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción- y tendréis la vera efigies del hombre que más poder ha tenido en América

Así que mi tío entró, yo hice lo que habría hecho en mi primera edad: crucé los brazos y le dije, empleando la fórmula patriarcal, la misma, mismísima que empleaba con mi padre, hasta que pasó a mejor vida:

-La bendición, mi tío.

Y él me contestó:
-¡Dios lo haga bueno, sobrino!

Sentóse incontinenti en la cama, que antes he dicho había en la estancia, cuya cama (la estoy viendo), siendo muy alta, no permitía que sus pies tocaran en el suelo, e insinuándome que me sentara en la silla que estaba al lado.
Nos sentamos... Hubo un momento de pausa, que él interrumpió, diciéndome:

-Sobrino, estoy muy contento de usted...-
Es de advertir que era buen signo que Rozas tratara de usted; porque cuando de tú trataba, quería decir que no estaba contento de su interlocutor, o por alguna circunstancia del momento fingía no estarlo.

Yo me encogí de hombros, como todo aquél que no entiende el por qué de su contentamiento.

-Sí, pues -agregó-, estoy muy contento de usted (y esto lo decía balanceando las piernas que no alcanzaban al suelo, como ya lo dije), porque me han dicho -y yo había llegado recién el día antes. ¡Qué buena no sería su policía!- que usted no ha vuelto agringado.

Yo había vuelto vestido a la francesa, eso sí, pero potro americano hasta la médula de los huesos todavía, y echando unos ternos que era cosa de taparse las orejas. Yo estaba ufano. No había vuelto agringado. Era la opinión de mi tío.

-¿Y cuánto tiempo ha estado usted ausente? - agregó él. Lo sabía perfectamente. Había estado resentido; no, mejor es la palabra «enojado», porque diz que me habían mandado a viajar sin consultarlo.

Cuando mi padre resolvió que me fuera a leer en otra parte el Contrato Social, veinte días seguidos estuve yendo a Palermo sin conseguir verlo a mi ilustre tío.

Manuelita me decía, con su sonrisa siempre cariñosa:
-Dice tatita que mañana te recibirá.

El barco que salía para Calcuta estaba pronto. Sólo me esperaba a mí. Hubo que empezar a pagarle estadías. Al fin mi padre se amostaz6 y dijo-.
-Si esta tarde no consigues despedirte de tu tío, mañana te irás de todos modos; ya esto no se puede aguantar.

Mas esa tarde sucedió la que las anteriores: mi tío no me recibió. Y al día siguiente yo estaba singlando con rumbo a los hiperbóreos mares.

Sí, el hombre se había enojado; porque, algunos días después, con motivo de un empeño o consulta que tuvo que hacerle mi madre, él le arguyó:
-Y yo, ¿qué tengo que hacer con eso? ¿Para qué me meten a mí en sus cosas? ¿No lo han mandado al muchacho a viajar, sin decirme nada?

A lo cual mi madre observó:
-Pero, tatita (era la hermana menor y lo trataba así), si ha venido veinte días seguidos a pedirte la bendición, y no lo has recibido - replicando él:
-Hubiera venido veintiuno.

Lo repito: él sabía perfectamente que iban a hacer dos años que yo me había marchado, porque su memoria era excelente. Pero, entre sus muchas manías, tenía la de hacerse el zonzo y la de querer hacer zonzos a los demás. El miedo, la adulación, la ignorancia, el cansancio, la costumbre, todo conspiraba en favor suyo, y él en contra de sí mismo.

No se acabarían de contar las infinitas anécdotas de este complicado personaje, señor de vidas, famas y haciendas, que hasta en el destierro hizo alarde de sus excentricidades. Yo tengo una inmensa colección de ellas. Baste por hoy la que estoy contando.

Interrogado, como dejé dicho, contesté:
-Van a hacer dos años, mi tío.
Me miró y me dijo:
-¿Has visto mi Mensaje?
-¿Su Mensaje? -dije yo para mis adentros-. ¿Y qué será esto? No puedo decir que no, ni puedo decir que sí, ni puedo decir qué es. . . - y me quedé suspenso.

El, entonces, sin esperar mi respuesta, agregó:
Baldomero García, Eduardo Lahite y Lorenzo Torres dicen que ellos lo han hecho. Es una botaratada. Porque así, dándoles los datos, como yo se los he dado a ellos, cualquiera hace un Mensaje. Está muy bueno, ha durado varios días la lectura en la sala. ¿Qué? ¿No te han hablado en tu casa de eso?

Cuando yo oí lectura, ernpecé a colegir, y como desde niño he preferido la verdad a la mentira (ahora mismo no miento sino cuando la verdad puede hacerme pasar por cínico), repuse instantánearnente:
-¡Pero, mi tío, si recién he llegado ayer!
-¡Ah!, es cierto; Pues no has leído una cosa muy interesante; ahora vas a ver - y esto diciendo, se levantó, salió y me dejó solo.

Yo me quedé clavado en la silla, y así como quien medio entiende (vivía en un mundo de pensamientos tan raros), vislumbré que aquello sería algo como el discurso de la reina Victoria al Parlamento, ¿pues, qué otra explicación podría encontrarle a aquel «ahora vas a ver»?

Volvió el hombre que, en vísperas de perder su poderío, así perdía el tiempo con un muchacho insubstancial, trayendo en la mano un mamotreto enorme.
Acomodó simétricamente los candeleros, me insinuó que me sentara en una de las dos sillas que se miraban, se colocó delante de una de ellas de pie, y empezó a leer desde la carátula, que rezaba así -

-«iviva la Confederación Argentina!» --¡Mueran los Salvajes Unitarios!.
--¡Muera el loco traidor, salvaje Unitario Urquiza!-

Y siguió hasta el fin de la página, leyendo hasta la fecha 1851, pronunciando la ce, la zeta, la ve y be, todas las letras, con la afectación de un purista.
Y continuó así, deteniéndose de vez en cuando, para ponerme en aprietos gramaticales con preguntas como éstas - que yo satisfacía bastante bien, porque, eso sí, he sido regularmente humanista, desde chiquito, debido a cierto humanista, don Juan Sierra, hombre excelente, del que conservo afectuoso recuerdo-

-Y aquí, ¿por qué habré puesto punto y coma, o dos puntos, o punto final?
Por ese tenor iban las preguntas, cuando, interrumpiendo la lectura, preguntóme:
-¿Tiene hambre?
Ya lo creo que había de tener; eran las doce de la noche y había rehusado un asiento en la mesa al lado del doctor Vélez Sársfield, porque en casa me esperaban. . .
-Sí - contesté resueltamente. Pues voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche

El arroz con leche era famoso en Palermo, y aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa sensación de agua en la boca, ante el prospecto que se me presentaba de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa.
Mi tío fué a la puerta de la pieza contigua, la abrió y dijo- -Que traigan a Lucio un platito de arroz con leche.

La lectura siguió.
Un momento después, Manuelita misma se presentó con un enorme plato sopero de arroz con leche, me lb puso por delante y se fué.
Me lo comí de un sorbo. Me sirvieron otro, con reguntas y respuestas por el estilo de las apuntadas, y otro, y otros, hasta que yo dije: -Ya, para mí, es suficiente.
Me había hinchado; ya tenía la consabida cavidad solevantada y tirante como caja de guerra templada; pero no hubo más; siguieron los platos - yo comía maquinalmente, obedecía a una fuerza superior a mi voluntad...

La lectura continuaba.
Si se busca el Mensaje ése, por algún lector incrédulo o curioso, se hallará en él el período que comienza de esta manera: «El Brasil, en tan punzante situación».


Aquí fuí interrogado, preguntándoseme -
-¿Y por qué habré puesto punzante?

Como el poeta pensé - que en mi vida me he visto en tal aprieto. Me expliqué. No aceptaron mi explicación. Y con una retórica gauchesca, mi tío me rectificó, demostrándome cómo el Brasil lo había estado picaneando, hasta que él había perdido la paciencia, rehusándose a firmar un tratado que había hecho el general Guido. . . Ya yo tenía la cabeza como un bombo - y lo otro tan duro, que no sé cómo aguantaba.

El, satisfecho de mi embarazo, que lo era por activa y por pasiva, y poniéndome el mamotreto en las manos, me dijo, despidiéndome:
-Bueno, sobrino, vaya nomás y acabe de leer eso en su casa -agregando en voz más alta-: Manuelita, Lucio se va.

Manuelita se presentó, me miró con una cara que decía afectuosamente -Dios nos dé paciencia» y me acompañó hasta el corredor, que quedaba del lado del palenque, donde estaba mi caballo.

Eran las tres de la mañana.
En mi casa estaban inquietos, me habían mandado buscar con un ordenanza.
Llegué sin saber cómo no reventé en el camino.
Mis padres no se habían recogido.
Mi madre me reprochó mi tardanza con ternura. Me excusé diciendo que había estado ocupado con mi tío.
Mi padre, que, mientras yo hablaba con mi madre, se paseaba meditabundo viendo el mamotreto que tenía debajo del brazo, me dijo:
-¿Qué libro es ése?
-Es el Mensaje que me ha estado leyendo mi tío... -¿Leyéndotelo?. . . -Y esto diciendo, se encaró con mi madre y prorrumpió con visible desesperación-: ¡No te digo que está loco tu hermano!
Mi madre se echó a llorar.

(Algún tiempo después de esta ocurrencia, el general Mansilla y su hijo Lucio, de paso para Francia, visitan a su pariente en su destierro de Southampton. Con Rozas, siempre de chaleco colorado, están allí su hijo Juan y su esposa, Manuelita, Terrero y un negrito a quien el amo apoda Míster. Manuelita, que anda aún con su moño colorarlo, y a quien elgeneral Mansilla observa que «ese parche colorado no está bien-, contesta: -No me lo sacaré mientras no me lo manden».

Un día, mientras el general y Manuelita están de sobremesa, el joven Lucio, por pedido de aqueIla, va a entretener a su tío, que ha ido a sentarse solo, en una salita próxima. Ambos callan, observándose muy al disimulo. El ex dictador habla al fin.
-¿En qué piensa, sobrino?
-En nada, señor.
-No, no es cierto; estaba pensando en algo.
-No, señor. ¡Si no pensaba en nada!
-Bueno, si no pensaba en nada cuando le hablé, ahora está pensando ya.
-¡Si no pensaba en nada, mi tío!
-Si adivino, ¿me va a decir la verdad?
Me fascinaba esa mirada que leía en el fondo de mi conciencia, y maquinalmente, porque habría querido seguir negando, contesté:
-Sí.
-Bueno -repuso él-, ¿a que estaba pensando en aquellos platitos de arroz con leche, que le hice comer en Palermo, pocos días antes de que el «loco» (el loco era Urquiza) llegara a Buenos Aires?
Y no me dió tiempo para contestarle, porque prosiguió-
-¿A que cuando llegó a su casa a deshoras, su padre (e hizo con el pulgar y la mano cerrada una indicación hacia el comedor) le dijo a Agustinita: no te digo que tu hermano está loco?
No pude negar, queriendo; estaba bajo la influencia del magnetismo de la verdad - y contesté, sonriéndome:
-Es cierto.
Mi tío se echó a reír burlescamente.

Lucio V. Mansilla, Los siete platos de arroz con leche , Buenos Aires, EUDEBA, 1963.
Fuente:
www.elhistoriador.com.ar

martes, 17 de agosto de 2010

San Martín y la entrevista de Guayaquil

17 de agosto de 1850 moría en Francia José de San Martín. Tras pelear en España contra las tropas napoleónicas, regresó a su patria en 1812. Tuvo su primera victoria a favor de la causa de la independencia de América en el combate de San Lorenzo, al frente de los Granaderos a Caballo. Más tarde, como parte de su estrategia de liberar Chile y Perú del dominio español, asumió la gobernación de Cuyo y organizó el Ejército de los Andes. Tras cruzar la cordillera, obtuvo las victorias de Chacabuco, en 1817, y de Maipú, en 1818, que aseguraron la independencia de Chile. En julio de 1821 entró en Lima, Perú, y el 28 de ese mes declaraba la independencia de ese país. Entre los días 26 y 27 de julio de 1822 tuvo lugar la famosa entrevista de Guayaquil, en Ecuador, entre los generales José de San Martín y Simón Bolívar. Para recordarlo reproducimos el relato sobre aquel encuentro evocado por el general Jerónimo Espejo, quien formó parte del Ejército de los Andes y participó en batallas como Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú.

Fuente: San Martín visto por sus contemporáneos, José Luis Busaniche, Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1995.


Voy a hacer referencia para que nuestros compatriotas conozcan este hecho hasta en sus minuciosidades. Mas, no obstante conservarlas frescas en la memoria, cual sucede por lo general con toda ocurrencia que hondamente impresionan en la juventud, algunos años después escribí al coronel don Rufino Guido pidiéndole datos sobre el particular, como testigo presencial que había sido en esa ruidosa escena y tuvo la amabilidad de responderme con lo que sigue, cuya descripción autógrafa conservo original entre mis papeles. Ella refiere: “Que tan luego como el general San Martín llegase a Puná y se le instruyera de la situación, le ordenó embarcarse en un bote con doce remeros, encargándole fuese a felicitar al Libertador por su feliz arribo y anunciarle que al siguiente día tendría el gusto de hacerle una visita. A vela y remo navegó toda esa noche llegando a Guayaquil como al mediodía, y en acto de desembarcar se encaminó a la morada de Bolívar a cumplir su comisión”.

Presentado a éste, fue recibido del modo más cumplido y caballeresco; y así que le expresó la enhorabuena que le dirigía el general San Martín por su intermedio, contestó: “Que estimaba mucho la atención y el anuncio de la visita, que podría haber excusado, pues que él ansiaba por verlo; que inmediatamente iba a mandar dos ayudantes que le encontrasen en su camino a darle la bienvenida en su nombre y que le acompañaran hasta el puerto. En seguida ordenó se le sirviera un buen almuerzo. Le hizo muchas preguntas sobre distintas cosas y, terminado el desayuno, se despidió para regresar con la respuesta, esparciéndose por la ciudad como la luz del relámpago la noticia de la llegada del general San Martín.

”A su regreso a la Macedonia, encontróla cerca de Guayaquil, y cuando subió a bordo, ya vio allí los dos edecanes que le indicara el Libertador, dando cuenta al general de su comisión e instruyéndole de cuanto había ocurrido y observado”.

”Poco rato después, fondeó la goleta en el puerto, y algunos momentos más tarde llegaron otros dos edecanes de Bolívar a saludar de nuevo a San Martín, y a anunciarle en su nombre que deseaba verle cuanto antes. Como desde la mañana todos estaban listos para desembarcar, lo verificaron por el muelle que hay frente a la casa del señor Luzárraga en que debía hospedarse. El general bajó a tierra con toda su comitiva, y desde el muelle hasta aquélla se hallaba formado un batallón de infantería en orden de parada, el que hizo los honores correspondientes a su alto rango”.

“Bolívar, de gran uniforme y acompañado de su estado mayor, lo espraba en el vstíbulo de la misma y al acercarse San Martín, se adelantó unos pasos y, alargando la diestra, dijo: ‘Al fin se cumplieron mis deseos de conocer y estrechar la mano del renombrado general San Martín’. Este contestóle congratulándose también de encontrar al Libertador de Colombia, agradeciendo tan cordial demostración, pero sin admitir los encomios. Juntos subieron la escalera, siguiéndole ambas comitivas, hasta el gran salón de la casa en que tomaron asinto. En seguida se retiró el batallón que había hecho los honores, dejando a la puerta una guardia de honor mandada por un oficial.”

“Bolívar presentó a los generales que le acompañaban, principiando por Sucre, y a pocos momentos, empezaron a entrar las corporaciones de la ciudad a felicitar a su nuevo huésped. Luego apareció un grupo considerable de señoras con igual objeto, dirigiéndole una alocución la matrona que las encabezaba. San Martín contestó con aquella cortesana galantería con que acostumbraba tratar al bello sexo, y pasado un momento de silencio, adelantándose una joven como de diez y siete años, dirigió a éste, (que al lado del Liber
tador se mantenía en medio de la sala) un discurso lleno de encomios patrióticos, y al concluir colocó sobre sus sienes una corona esmaltada de laurel. Sonrojado por su natural modestia con aquella demostración inesperada, quitándosela con aire de simpática amabilidad, expresó a la señirita que estaba persuadido que él no merecía semejante muestra de distinción; pues había otros cuyo mérito era más digno de ella; pero que tampoco pensaba deshacerse de un presente de tanto mérito, ya por las manos de quien venía, como por el patriótico sentimiento que lo había inspirado, y que se proponía conservarlo como uno de sus más felices días. Terminada aquellla escena, se retiraron las corporaciones, la reunión de señoras y el cuerpo militar, qeudando el Libertador con sólo dos edecanes. Los coroneles Guido y Soyer invitaron a éstos a pasar a otra habitación a efecto de dejar solos a los dos grandes personajes que tanto habían ansiado verse reunidos.”

“Ellos cerraron las puertas por dentro y los edecanes estaban a la mira de que nada les interrumpiera; así permanecieron por hora y media, siendo este el primer acto de la entrevista, que según la expresión de ambos, había sido por tanto tiempo deseada.”

Callan los apunto que voy reproduciendo, acerca de los tópicos de que se ocuparon en esta vez, ni si el general San Martín, en la condición reservada que le era característica, en ese día o siguientes, se le escapara el más leve indicio sobre la materia.

“Que terminada dicha conferencia abrieron las puertas del salón y el Libertador salió para retirarse a su morada, seguido de sus dos edecanes, acompañándole San Martín hasta el pie de la escalera, donde le hizo un cumplimiento de despedida”.

“Desde la llegada de éste a Guayaquil, se veía una inmensa masa de pueblo agrupada al frente de la casa en que se hospedó, la que aclamaba sin cesar al Libertador del Perú, y después que el general Bolívar se retirase, saliendo a los balcones, saludó la reunión con palabras de benevolencia y gratitud, por las expresiones patrióticas con que se le distinguía. En ese momento se anunciaron otras visitas de vecinos notables de la ciudad, por lo cual tuvo que dejar el balcón para pasar al salón a recibir aquellas nuevas atenciones de conocida simpatía”.

“Así que esos señores se retiraron, aprovechando el paréntesis de tan incesante afluencia, salió el general acompañado de sus edecanes a visitar al Libertador Bolívar en su casa. Este cumplimiento duraría media hora, más o menos, después del cual regresó, acercándose la hora de comer, lo que hizo en su morada sin más compañía que sus edecanes y el oficial de la escolta; y por la noche recibió otras visitas y entre ellas algunas de señoras.

”Al día siguiente, a la una de la tarde, volvió el general a casa de Bolívar, pero dejando ya arreglado y listo el equipaje y la escolta, con la orden de que se embarcaran en la Macedonia, a las once de la noche, pues en esa misma debía verificarlo él también, al salir del baile a que estaba invitado. Luego que llegó a lo del Libertador, después de los cumplimientos sociales, ambos se encerraron en el salón, encargando que no se les interrumpiera. Así permanecieron cuatro horas aproximadas, siendo este el segundo acto de la entrevista. Serían las cinco de la tarde cuando abrieron la puerta, porque a esa hora empezaban a llegar los generales y otros señores, como hasta el número de cincuenta, a un gran banquete con que el Libertador obsequiaba al general San Martín. En seguida pasó la reunión al comedor que estaba espléndidamente preparado y la mesa cubierta con suntuosidad. El primero ocupó la cabecera colocando al segundo a su derecha. Llegada la ocasión de los brindis, los inició Bolívar; parándose con la copa en la mano e invitando a que lo acompañaran los señores concurrentes, dijo: ‘Brindo, señores, por los dos hombres más grandes de la América del Sur, el general San Martín y yo’. Pasado un momento, llenado éste su rol, contestó con la modestia que le era característica: ‘Por la pronta terminación de la guerra, por la organización de las nuevas Repúblicas del Continente Americano y por la salud del Libertador’. A éstos siguieron dos o tres brindis de los generales y siendo como las siete de la noche, se levantaron de la mesa.

”Después del banquete, nuestro general regresó a su casa a descansar, volviendo a salir a eso de las nueve para asistir al baile a que había sido invitado por la Municipalidad. Cuando llegara, ya estaba allí el Libertador, con sus generales y el cuerpo de jefes y oficiales”.

Para llenar mejor, por mi parte, la descripción de esa fiesta, me permito copiar literalmente la que se hace en los apuntes que me sirven de base.

“Fue muy agradable, -prorrumpe Guido- la impresión que nos hizo la casa del Cabildo por el brillante conjunto del adorno de los salones y aposentos. La iluminación era sobresaliente y profusa, pero, sobre todo, la hermosura de las damas guayaquileñas que realzaba tanto más la elegancia y el esmerado gusto de sus trajes y cuyos encantos y méritos son reconocidos en toda la costa del Pacífico. Este fascinador golpe de vista formaba un incombinable contraste con el grupo de oficiales colombianos, de aspecto poco simpático, de modales algo agrestes y que así cortejaban y bailaban con aquellas preciosas criaturas. El vals era su danza favorita. (…)

“El general San Martín (continúan los apuntes) se conservó puramente como espectador sin tomar parte en el baile, preocupada su cabeza, al parecer, de cosas de otra magnitud, hasta que, a la una de la noche, se acercó a Guido, diciéndole: ‘Llame usted al coronel Soyer. Ya no puedo soportar es
te bullicio’. El general hizo su despedida del Libertador sin que nadie se apercibiera de ella, lo que probablemente así había sido acordado entre ambos para no alterar el buen humor de la concurrencia. Un ayudante del segundo, dirigiólos por una escalera secreta, por donde salieron a la calle, acompañándolos hasta el muelle en el que los esperaba un bote de la Macedonia. San Martín se despidió del edecán, se embarcó, y en cuanto montó a bordo, la goleta levó sus anclas y se hizo a la vela. Al otro día llegó a Puná y sólo se detuvo el tiempo necesario para que se trasbordaran los generales que habían ido en la comitiva, y sin más, continuó su navegación al Callao.

“Al día siguiente de nuestra partida, se levantó el general, al parecer, muy preocupado y pensativo, y paseándose sobre cubierta, después del almuerzo, dijo a sus edecanes: ‘Pero, ¿han visto cómo el general Bolívar nos ha ganado de mano? Mas espero que Guayaquil no será agregado a Colombia, porque la mayoría del pueblo rechaza la idea. Sobre todo, ha de ser cuestión que ventilaremos después que hayamos concluido con los chapetones que aun quedan en la Sierra. Ustedes han presenciado las aclamaciones y vivas tan espontáneos como entusiastas que la masa del pueblo ha dirigido al Perú y nuestro ejército’. En efecto (agregan los apuntes que voy extractando) esos fueron los sentimientos que los guayaquileños expresaban incesantemente a San Martín en los días de su permanencia en la ciudad y el tema general que los más notables de ellos tomaban para sus conversaciones con aquél y con los edecanes. Pero apenas llegó al Callao y fue general de marina del estado de Lima y de la deposición y extrañamiento del ministro Monteagudo, la escena cambió, y el general, concentrado y taciturno, desembarcó en el acto y pasó a su casa de campo de la Magdalena. Desde ese momento se persuadió San Martín que la anarquía asomaba en el Perú y que las aspiraciones se desencadenarían sin respetar nada. En seguida asumió el mando supremo, y todas las medidas que dictó fueron tendientes a reunir el congreso constituyente, alejarse de los negocios públicos y dejar el país entregado a su propio destino”.

Jerónimo Espejo

Fuente: www.elhistoriador.com.ar